La ilegítima
“Te pareces tanto a mí, que no puedes engañarme”, es lo que deben estar cantando los mapaches electorales del viejo PRI ante la elección del Poder Judicial.

Denise Dresser
“Te pareces tanto a mí, que no puedes engañarme”, es lo que deben estar cantando los mapaches electorales del viejo PRI ante la elección del Poder Judicial. Quienes forjaron las prácticas del fraude electoral quizás sientan un déjà vu, al ver cómo Morena las resucita. Su más consumado operador -Manuel Bartlett- seguramente aplaude al ver cómo tantos conjugan el vocabulario y mimetizan el “modus operandi” que concibió. El acarreo. El ratón loco. La urna embarazada. El carrusel. El voto corporativo. El voto inducido. La nueva modalidad del “acordeón” ajustado para las boletas ininteligibles. Todo lo que pensábamos exorcizado del sistema político, ahora revivido por el nuevo partido dominante. Morena es fiel a sus orígenes y al ADN de sus progenitores. No los “herederos del ’68” como presume Claudia Shienbaum, sino los herederos del partido que armaba elecciones ilegítimas. Como la que ocurrirá el 1 de junio.
Algo reminiscente a la de José López Portillo en 1976, cuando el PAN decidió no presentar candidato. Así exhibió la farsa electoral; así dejó solo al partido que se preciaba de ser “democrático”, pero violaba las reglas básicas de la competencia al desnivelar el terreno de juego, al controlar al árbitro, al comprar el voto, al usar recursos del Gobierno para financiar a candidatos del partido. En ese año, López Portillo ganó con 98% del voto, pero su triunfo fue pírrico. El vacío creado por la oposición le arrancó la toga al emperador, desnudándolo, y evidenciando sus deformidades antidemocráticas. El PRI se quedó solo, varado, cargando con la ilegitimidad amplificada por la ausencia y exacerbada por el rechazo. Ahora, casi 50 años después, la historia se repite como tragedia y también como farsa. La tragedia de una elección que ejemplifica cómo una parte del pueblo puede votar para destruir la democracia. La farsa de un proceso que no entrañará la reinvención del Poder Judicial sino su captura por el partido/Gobierno.
Ya lo decía Mark Twain, “la historia no se repite, pero a menudo rima”. Aunque los eventos específicos cambian, los patrones de comportamiento y las consecuencias se repiten. La elección del Poder Judicial es la muestra más evidente del morenismo gandalla transmutado en priismo desvestido. Por eso “The Economist” escribe que Morena se parece cada vez más al PRI, y la colonización del Poder Judicial sólo acelerará la regresión a un sistema de partido hegemónico. Y por ello Morena enfrentará los mismos problemas de ilegitimidad que enfrentó el PRI. Por ello Sheinbaum y los suyos necesitan que la oposición vote, ya que según la frase de Jesús Reyes Heroles, “todo lo que resiste, apoya”. El peor escenario para la Presidenta y sus propagandistas es una elección escuálida, con poca participación, con mucha anulación, con millones de votos menos de los que presumían como un mandato popular para el Plan C. El aplauso acallado, el entusiasmo evaporado, el electorado encogido.
Ante el fantasma de la ilegitimidad, los adalides de la transformación acuden al acarreo, a los acordeones y al chantaje revestido como obligación moral. El morenismo insulta a los críticos de la reforma judicial, pero exige nuestro voto. Nos agreden por señalar que la elección empeorará la justicia, pero dicen que es nuestro “deber ético” avalar el empeoramiento. Nos descalifican por oponernos a la destrucción de una democracia deficitaria pero mejorable, mientras demandan que les otorguemos legitimidad a los sepultureros. Nos presumen su superioridad moral, pero callan ante lo revelado por #TelevisaLeaks sobre Arturo Zaldívar, el dinamitero. Participaron en la planeación de lo que reconocen como una farsa, mientras exigen que la validemos.
No les concedamos la legitimidad que les urge, y que ellos mismos dinamitaron al engendrar un proceso electoral incapaz de garantizar la vigilancia mutua, el escrutinio público, las actas públicas en las casillas, los datos inmediatos accesibles, el PREP, el conteo rápido o las garantías mínimas. No avalemos la concentración del poder disfrazada de voluntad popular, el Armagedon urgido de aplaudidores. No nos prestemos a ser el contrapeso que nunca tuvo oportunidad real de serlo. Un voto que jamás aseguró la posibilidad de ser democrático es un voto cómplice. Bien lo augura Anne Applebaum, “la historia juzgará a los cómplices”. Y a los secuaces de una elección ilegítima.
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