Una disculpa a AMLO
Por mi parte le pido al presidente López Obrador, en público de la gente, una disculpa por haber medido mal desde Saltillo, como acertadamente escribe mi lector, lo sucedido en Cuernavaca.
Un voto por Morena es un voto contra México. Alguien le preguntó a la linda Susiflor: “¿Es cierto que tu novio tiene un condominio?”. Respondió: “Pues si lo tiene nunca se lo pone”. Capronio estaba fijando un clavo en la pared y se dio un fuertísimo golpe en el pulgar con el martillo. Le preguntó su suegra; “¿Te pegaste en el dedo?”. “No, suegrita -dijo él con rencoroso acento-. Estoy bailando la jota aragonesa”. El muchachillo llevó a su casa la boleta de calificaciones. En todas las materias estaba reprobado. “Ay, hijo -suspiró su mamá-. Eres irresponsable y flojo como tu padre”. El señor protestó: “Yo no soy flojo ni irresponsable”. Acotó la señora: “Nadie está hablando de ti”. La probidad y el buen estilo exigen que si una omisión se cometió públicamente la obligada disculpa se pida también en forma pública. Transcribo por eso el mensaje de uno de mis lectores, cuyo nombre guardo por no contar con su autorización para darlo a conocer. La misiva lleva por título “De obispos y de hoteles”, y su texto, con alguna breve supresión por motivo de orden legal, dice así: “Estimado don Armando: Soy uno de sus más antiguos lectores. Eso no me da prerrogativas pero tampoco me impide intentar darle mi opinión sobre temas que publica. El caso del obispo ‘secuestrado’ demuestra que desde Saltillo es difícil medir lo que sucede en Cuernavaca. El hotel donde ‘apareció’ (cuidadosamente devuelto ahí por sus captores) es famoso como refugio tolerante a fiestas gay con consumo de drogas. No es chisme ni presunción: Tengo un conocido (gay y sacerdote) que lo ocupa con frecuencia para sus fiestas. Alguna vez, me contó, al escuchar un camión de bomberos que pasaba por la avenida, creyó que era la Policía que venía por él porque estaba hasta las orejas de cocaína y se aventó por la ventana desde un segundo piso. Los empleados del hotel son experimentados y tienen un procedimiento establecido: No hacer preguntas pero llamar a paramédicos para que vengan a recogerlos y los ingresen en el hospital, como ocurrió esta vez. De entrada resulta sospechoso que unos secuestradores depositen cuidadosamente a su secuestrado (incluso avisando a recepción) en vez de tirarlo en un lote baldío. Lo más probable, según mi conocido -colega del prelado-, es que en la ‘fiesta’ se le pasó la mano y alguien tuvo que pedir ayuda a recepción. Ya de ahí a interpretar que la culpa es de las políticas erróneas de AMLO, me parece una verdadera exageración. No soy gay ni mucho menos crítico o enemigo de la diversidad de géneros. Tampoco consumo drogas. Vaya, ¡ni siquiera alcohol! Sólo soy un simple lector suyo con los ojos bien abiertos. Lo saludo con respeto”. Quizá yo los tenía algo cerrados cuando atribuí a causas de política o de Policía lo que, al menos en los términos de la misiva de mi atento lector, tenía origen muy diverso. Intento una explicación: Escribí lo que escribí cuando campaba en todas partes la teoría del secuestro. Ahora, sin embargo, hay indicios claros que demuestran que esa teoría no es la única que se debe considerar. Escoja cada quien la que su razón -o su dogma- le dicte. Por mi parte le pido al presidente López Obrador, en público de la gente, una disculpa por haber medido mal desde Saltillo, como acertadamente escribe mi lector, lo sucedido en Cuernavaca. Y pongo punto final a este asunto con la cita de las resignadas palabras que un antiguo obispo de mi ciudad, don Luis Guízar Barragán, decía a sus sacerdotes que andaban en líos de faldas (o de pantalones). Les aconsejaba: “Hicos míos (él pronunciaba la jota como ce fuerte): Ya que no pueden ser castos sean cautos”. FIN.