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“El diario de Yrigoyen”

Juan Tonelli

En Argentina hay un dicho que es “el diario de Yrigoyen”. Refiere a un periódico falso que supuestamente se le entregaba al presidente Hipólito Yrigoyen durante su segunda Presidencia (1928-1930).

La idea habitual detrás de este concepto es que sus allegados le proporcionaban noticias alteradas y positivas para evitar que se enterara de la realidad del país y la creciente oposición en su contra.

Como se suele creer cuando se habla del poder, el problema es el entorno, las personas que rodean al líder. El líder es bueno y puro, y las personas cercanas, malignas, manipuladoras, sin escrúpulos.

¿Pero es así? ¿Acaso el líder es una pobre víctima, que no tiene nada que ver con las personas de su círculo de confianza, más íntimo?

Me gusta formular estas preguntas porque cuesta pensar que un líder -o cualquier persona-, no tiene nada que ver con las personas que lo rodean. Es bastante obvio que si no tuviera nada que ver, las echaría, o él mismo se alejaría. Si eso no sucede es porque hay una razón, un sentido. Y porque en el fondo, esas personas expresan en mayor o menor medida al líder.

Asumiendo que la leyenda de aquel Presidente fuera cierta, puedo imaginar perfectamente la situación. No toleraba críticas ni malas noticias. Se enojaba con el mensajero. ¿Cómo reacciona el entorno a una situación así? Al principio paga el precio del enojo que injustamente le descargan, por una realidad que no maneja. Después de varias experiencias de esta naturaleza, opta por un camino más fácil, ¿cínico?, aunque quizás el único posible: Mentir.

Hace más de 2000 años Confucio decía: “No intentes enseñarle algo a un cerdo; perderás tu tiempo, y conseguirás irritarlo…”.

Pienso que a veces nuestras relaciones tienen una dinámica parecida.

¿Qué hacer si la otra persona -sea padre, esposa, hijos, amigos- no tolera la información que tengo que compartirle? ¿Pelearnos? ¿O la seductora estrategia de evitarnos un problema innecesario, o evitable?

La respuesta es bastante obvia. Las consecuencias, no tanto.

El problema de mentir es que corroe el vínculo. En ese momento dejamos de construir intimidad y lo que se empieza a consolidar es una distancia emocional. Con el paso del tiempo quizá se convierta en una distancia insalvable. Destruyó por completo el vínculo. Ya no podemos conversar de nada profundo, solo del clima o de temas que irrelevantes. La muerte del vínculo.

Kant decía que la falta de sinceridad es letal. Y que las personas nos sentimos tentadas a mentir porque no advertimos que esa falta de sinceridad es la última y definitiva forma de enajenación.

Así y todo, lo que pretendo plantear acá es otra cosa. No ser especialistas en detectar las mentiras de los demás. Ni siquiera las nuestras.

Lo que aspiro a que repensemos es que en muchas ocasiones nosotros somos como Yrigoyen. No toleramos lo que el otro tiene para decirnos. Nuestra rigidez, nuestros prejuicios, nuestra arrogancia, hacen imposible incorporar algo distinto de lo que pensamos o creemos. ¿En qué lugar queda el otro frente a una situación así?

En la misma que el entorno de Yrigoyen. Nos miente. Se evita un problema. ¿Es su culpa? ¿Podemos después indignarnos, victimizarnos, culparlo, como si nosotros no hubiéramos tenido nada que ver? Difícil. O injusto.

¿Y tú? ¿Eres consciente de cuántas situaciones vives, en la que no dejas ningún margen que la otra persona exprese lo que tiene para compartir?

Autor de “Un elefante en la habitación”, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar. Conferencista.

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