Humor dominical
De política y cosas peores
Don Algón, salaz ejecutivo, conoció en el Bar Ahúnda a una atractiva damisela, y después de invitarle una copa y del “¿Cómo te llamas?” y “¿De qué signo eres?” fue con ella al popular Motel Kamawa. Ahí ocuparon la habitación número 210.
Acabado el consabido trance don Algón le preguntó a la chica: “¿Quedaste satisfecha?”. Respondió ella: “Lo sabré cuando me pagues”. Capronio es un sujeto ruin y desconsiderado.
Puso en su sala un acuario con un tiburón. Su esposa se asustó: “¿Por qué hiciste eso?”. Explicó el majadero: “Es que tu mamá se regresó a su casa después de la visita de 5 años que nos hizo, y la extraño mucho”.
El doctor Salvapijas, urólogo especializado en enfermedades secretas -las menos secretas de todas-, se asombró al revisar el atributo varonil de su paciente. Jamás había observado uno así en sus muchos años de experiencia.
El tal atributo se veía como arrugado, y mostraba un color violáceo que hacía pensar en maltratos y laceraciones. Hizo que el hombre le describiera con detalle sus usos y costumbre en el uso de la dicha parte tanto para propósitos eróticos como diuréticos. El paciente hizo la pormenorizada relación.
Al terminar le indicó el facultativo: “Creo haber dado con la causa de su problema, señor. Mire: Cuando termine de hacer del uno sacuda, no exprima”. Dice bien el proverbio popular: “A la madre y la hija las tapa la misma cobija”. Jodoncita, la hija de doña Jodoncia, tomó estado, quiero decir que se casó.
Al poco tiempo del matrimonio la fiera esposa de don Martiriano quiso saber cómo le iba a la recién casada en su vida conyugal. Le contó Jodoncita: “Me aburro soberanamente, mami. Pepe no fuma, no bebe, no sale con amigos, no se la pasa viendo el futbol en la tele, no ronca. ¡No encuentro ningún pretexto para pelear con él!”.
Zozobró aquel barco, y un joven marino y dos guapas pasajeras acertaron a llegar a una isla desierta. Las exigencias de la naturaleza son premiosas: Si le cierras la puerta entra por la ventana. Así, bien pronto los tres náufragos llegaron a un acuerdo: El marinero le haría el amor a una de sus compañeras los lunes, miércoles y viernes, y yog… con la otra los martes, jueves y sábados. Los domingos descansaría de sus faenas.
Sucedió que poco tiempo después llegó a la isla otro náufrago. Vio al marino y lo saludó: “¡Hola, guapo!”. Exclamó el marinero: “¡Chin! ¡Se jod… los domingos!”. Don Frustracio, el marido de doña Frigidia, le comentó a un amigo: “Después de 10 años de casados por fin anoche mi esposa y yo tuvimos compatibilidad sexual. A los dos nos dolió la cabeza”. Acostada en la grama de un ameno paraje campirano Susiflor le pidió a su excitado novio: “Quítate los lentes, Leovigildo. Me estás lastimando”. Momentos después le hizo una nueva petición: “Vuelve a ponértelos. Estas besando el césped”. (No le entendí).
Los hijos de don Vetulio se preocuparon mucho, y más las hijas, cuando el maduro señor -pasaba ya de los 80- anunció con satisfacción y orgullo que iba a desposar a Coralina, mujer en flor de edad dueña de turgentes y exuberantes atributos tanto en la región Norte como en la comarca Sur.
En efecto, poco después se llevó a cabo el desigual casorio, y los flamantes novios fueron a pasar su noche de bodas en un hotel de la ciudad. Inquieto y desasosegado, el hijo mayor de don Vetulio quiso saber cómo le estaba yendo a su progenitor con Coralina, de modo que lo llamó por teléfono.
Muy ufano declaró el señor: “Le hice el amor a mi mujer tres veces”. El hijo, sorprendido, pensó que no había oído bien. Le dijo: “¿Podrías repetir eso?”. “Sí -respondió el matrimoniado-. Nada más estoy esperando a que ella se reponga”.
FIN.
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