AIFA a fuerzas
“Como decía Juárez: Nada por la fuerza, todo por la razón y el derecho”.
Andrés Manuel López Obrador
El presidente López Obrador cumplió su compromiso electoral: Ofreció que cerraría el Nuevo Aeropuerto Internacional de México que se construía en Texcoco y que ampliaría la base aérea de Santa Lucía para poner ahí un aeropuerto civil. El Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles fue inaugurado con bombo y platillo este pasado 21 de marzo, pese a que su construcción no ha terminado y a que carece todavía de una adecuada conectividad terrestre.
Los pasajeros se resisten a usarlo. A pesar de que el AIFA ofrece vuelos a mitad del precio, la mayoría prefiere seguir recurriendo al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México. La consecuencia no es sólo dejarlo con únicamente doce operaciones diarias, sino que los vuelos despegan y aterrizan con menos del 50% de su capacidad. En el AICM, mientras tanto, están a tope. Muchos especialistas en aviación comercial lo advirtieron desde un principio.
La falta de conectividad es una de las razones fundamentales del problema. El AIFA no fue concebido para hacer conexiones. Es un aeropuerto local, quizá con posibilidad de crecer, pero nada más. Su público natural es el de las zonas vecinas, como Pachuca o Ecatepec, pero sólo para pasajeros que inician y concluyen ahí mismo su viaje. Y estamos viviendo tiempos en que la conectividad se ha vuelto crucial en el negocio de la aviación.
La falta de accesibilidad terrestre es todavía más importante. La llegada al AIFA desde la Ciudad de México, su mercado principal, puede ser una pesadilla. Si bien a las 5 de la mañana, como ha demostrado el Presidente, se puede hacer el traslado desde el Zócalo en 50 minutos, sobre todo si una avanzada militar abre paso, durante la mayor parte del día el trayecto toma dos horas o más. Un tren ayudaría, es cierto, y el propio Presidente ha divulgado un video de él en un cómodo vagón llegando al AIFA, pero usted buscará en vano en Buenavista o en cualquier otra estación un tren para Santa Lucía.
El Gobierno no está dispuesto a reconocer que cometió un error. Ha subsidiado la turbosina y la tarifa de uso de aeropuerto (TUA), lo cual ha bajado precios, pero no lo suficiente para convencer a los pasajeros. Ha presionado también a las aerolíneas. Aeroméxico, por ejemplo, anunció primero que no volaría desde Santa Lucía, porque el aeropuerto no se ajusta a su estrategia de conexiones; pero al final se vio obligado a programar un aislado vuelo diario a Villahermosa, tierra de AMLO, con su retorno, el cual, sin embargo, tiene una ocupación muy baja por lo que está condenado a perder dinero. El Gobierno ha emitido ahora un “decreto de saturación”, que reduce el número máximo de operaciones del AICM de 61 a 50 por hora, y está preparando otro para prohibir los vuelos fletados y los de carga. ¡Es el AIFA a fuerzas! Pero ni eso funciona.
No sé si el AIFA seguirá siendo un mamut blanco, como el Miraval de Montreal, o si el paso del tiempo y la mejoría de su conectividad lo harán funcional y rentable. De momento, es ejemplo de cómo un Gobierno puede construir, por ignorancia u obstinación, un proyecto muy caro que al final resulta inoperante.
Siempre lo supimos. Los expertos señalaron los problemas desde antes de empezar. El Presidente, sin embargo, descartó toda opinión que no coincidiera con sus dogmas. Hoy su Gobierno quiere arrear a los pasajeros a Santa Lucía, pero a fuerzas ni la comida.
TERMOELÉCTRICA
En contingencia ambiental la Comisión Ambiental de la Megalópolis suspende siempre el uso de los vehículos privados, causando un daño enorme a millones que los necesitan para trabajar, pero no se mete con la termoeléctrica ni con la refinería de Tula, las mayores fuentes de contaminación por partículas del valle de México. Quizás habría que pedirle a Iberdrola que construyera una planta de ciclo combinado.
Sergio Sarmiento es periodista y analista político/ comentarista de televisión.
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