“Bardo” o el que se fue
Bardo es una película ambiciosa y que no rehúye a los grandes temas, como la identidad, la migración o la muerte
Tengo la cabeza llena de imágenes de Bardo, falsa crónica de unas cuántas verdades, la película extraordinaria y ensoñadora de Alejandro González Iñárritu. ¿Cómo sacarse la visión de cientos de “desaparecidos” tirados en las calles del Centro de Ciudad de México? ¿O la pirámide de muertos indígenas en el Zócalo? ¿O la conversación con un Hernán Cortés que fuma? ¿O la larguísima secuencia en el California Dancing Club, el mítico salón de baile en la capital? ¿O la épica pelea de los niños héroes en el Castillo de Chapultepec contra unos extranjeros representados con pelucas güeras? ¿O esos saltos de gigante en medio del desierto fronterizo?
Lo primero que asombra de la película -que está hecha para la pantalla grande pero que también se podrá ver a través de Netflix en unas semanas- es esa maestría del director para crear mundos imposibles. Como cineasta, nada parece fuera de sus límites; todo se puede contar. Puede retratar una parte traumática de la historia de México o revivir a un familiar fallecido hace años.
Bardo va del sueño a lo verosímil y viceversa, sin advertencias ni avisos. Su mundo es líquido.
La vida se puede tocar en la pantalla debido a esas secuencias fluidas, sin cortes por varios minutos, que Iñárritu exploró en Birdman y que ahora maneja con soltura. Nos pone detrás de la cámara y nos invita a ver lo que él está viendo.
Bardo es una película ambiciosa y que no rehúye a los grandes temas, como la identidad, la migración o la muerte (que Iñárritu ya había abordado antes en 21 gramos, Babel y Biutiful). El director ahora nos arrastra al México de su juventud, como lo hizo también con Amores perros. Pero esta vez es más personal: En esta película se alcanzan a ver varios elementos autobiográficos.
Hay episodios muy dolorosos, como cuando se aborda la pérdida de un hijo y el luto que perdura por un cuarto de siglo. En otro momento, el director se da el lujo -ese gigantesco placer que solo da el arte- de recrear la plática que nunca tuvo en vida con su padre. (Cuántos quisiéramos algo así).
El actor Daniel Giménez Cacho, quien aterriza de manera magistral y cargada de matices las ideas de Iñárritu -y también demuestra que es uno de los mejores actores de su generación-, interpreta al periodista y documentalista Silverio Gama, un personaje bifurcado entre varias fronteras.
Y es que Bardo es, sobre todo, la historia de un regreso. Es tanto una vuelta a los asuntos que obsesionan a Iñárritu como el retorno a México. El creador vive en Estados Unidos desde hace 21 años, pero nos sugiere que no deja de pensar en su país. Su película explora con franqueza los conflictos y tensiones de las personas que habitamos dos países al mismo tiempo.
Iñárritu, como millones de nosotros, vive con su familia en Estados Unidos, sin embargo, está anclado emocionalmente en México. Pensar en el regreso al lugar donde naciste y creciste -aunque sea temporalmentees un acto constante. Y eso complica la adaptación (¿o será integración?) a un nuevo país.
Los que nos fuimos -los que tuvimos que emigrar- a veces somos de las dos naciones y otras de ninguna. Y en ocasiones se generan mezclas de identidad casi imposibles de definir.
Hay una escena en que la familia del protagonista regresa de México a Los Ángeles y el agente migratorio le dice al padre -que porta una visa de trabajo- que Estados Unidos “no es su hogar”. Casi todos los mexicanos en el extranjero hemos pasado por eso. En Estados Unidos no nos acaban de aceptar: “Tú no eres de aquí”, nos dicen, aunque llevemos décadas viviendo en el país. Pero también sentimos un cierto rechazo cuando regresamos a México, nos acusan de traidores, oportunistas y de haber abandonado familia y amigos.
La película no resuelve ese conflicto. Lo deja latente, pulsando. Los que somos de dos países -como Iñárritullevamos una vida llena de dudas e incertidumbres. ¿Se puede dejar de ser mexicano? ¿Valió la pena irse a Estados Unidos? ¿Compensa lo que hemos logrado frente a lo que dejamos atrás?
El balance de Iñárritu, no hay duda, es positivo. Su aventura estadounidense le ha traído el éxito profesional. Ahí están los cinco premios Oscar que ha ganado, los Golden Globe recibidos e innumerables reconocimientos más para probarlo. Más importante todavía, es esa libertad creativa para hacer las películas que se le dé la gana. Como Bardo. Si se hubiera quedado en México todo lo anterior no habría sido posible.
No vi ningún arrepentimiento o sentimiento de culpa en la película. Uno sospecha que, si tuviera que escoger, Iñárritu se volvería a ir de México. Sin embargo, el costo del éxito -y de irse- ha sido muy alto y deja heridas que no son sencillas de ver a simple vista. Claramente hay una pérdida: Es ese tiempo perdido, que jamás recuperaremos, con los que se quedaron. La distancia cala.
Y, nos guste o no, los que somos inmigrantes nos desprendemos poco a poco del México donde crecimos. Amamos a México y nos ponemos la camiseta verde cuando juega la selección de futbol. Somos más mexicanos desde lejos. Pero, al mismo tiempo y en la distancia, tenemos una visión muy crítica del País debido a la violencia, la corrupción y las terribles desigualdades.
Bardo es la manera en que Iñárritu hace las paces con su decisión de haberse ido. Pero no esperen una película lineal. Son sueños (a veces colosales) y saltos que se ven mejor con el corazón. Yo me encontré en los rincones de la película y estoy seguro de que otros inmigrantes como yo en Estados Unidos tendrán una experiencia similar. Iñárritu logra hacer universal algo muy personal.
Escribo esto, precisamente, en un avión que me lleva de Miami a Ciudad de México, donde vive la mayoría de mi familia y grandes amigos. Ya estoy acostumbrado a este jineteo aéreo. El regreso, aunque sea temporal, es una necesidad interior.
Y mientras vuelo, siguen poblando mi mente esas imágenes de México que vi en Bardo y que, curiosamente, me alivian. El que se fue está condenado a siempre imaginarse el regreso. Y el cine, cuando se hace con talento y con el alma, te da esa oportunidad.
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