¿Culto a la personalidad o estrategia política?
El carisma del tabasqueño, su sensibilidad para entender y expresar los reclamos y esperanzas de tantos, fueron clave en la construcción de un movimiento político y social.
¿Líder? ¿Cacique? ¿Guía? ¿hasta qué punto el obradorismo es un movimiento social con peso propio y qué tanto es fervor personalizado en torno a un líder carismático? ¿Es ambas cosas? El malestar de amplios sectores en contra de lo que ofrecían PRI y PAN no la inventó el ahora Presidente, desde luego, más bien fueron las élites, convencidas de que su prosperidad era compartida por el resto de los mexicanos, lo que generó una masa cada vez más crítica. Lo que hizo López Obrador fue ofrecer un cauce político y electoral sin el cual toda esta inconformidad no se habría traducido en un voto masivo de rechazo al modelo anterior.
El carisma del tabasqueño, su sensibilidad para entender y expresar los reclamos y esperanzas de tantos, fueron clave en la construcción de un movimiento político y social que ha tomado por asalto el poder. Resulta fácil entender esta identidad entre mayorías y líder, cuando se observa el desgaste de la clase política tradicional y su progresivo alejamiento de los intereses de los sectores populares. Como bien se ha dicho, para Enrique Peña Nieto un fin de semana ideal consistía en jugar golf con sus amigos; para AMLO, recorrer media docena de localidades pobres y hablar con sus habitantes. Sus detractores asumen que este “baño de pueblo” remite a una actitud oportunista y cínica. Una más de las interpretaciones simplistas que han llevado a la oposición a subestimar al Presidente y explican en parte la incomprensión del fenómeno que entraña el obradorismo, algo que ha llevado a sus adversarios a perder tantas batallas políticas. Cualquiera que se haya tomado la molestia de revisar la trayectoria de AMLO entenderá que su identidad con el México profundo es un asunto tan vocacional como biográfico.
El hecho es que la pasión de López Obrador por lo que llama pueblo es a la vez un tema de convicción ideológica, de rasgo de la personalidad y, también hay que decirlo, de estrategia política. El Presidente no ha ahorrado esfuerzo alguno en que este vínculo de identidad entre él y los pobres se mantenga vivo y se restablezca todos los días, tanto a través de acciones concretas (derrama de recursos, incremento en salarios mínimos, etc.), como mediante una oratoria encendida.
Los adversarios acusan al obradorismo de haber derivado en un culto a la personalidad, con todos los riesgos que ello supone. Es cierto que el poder carismático no es el recurso idóneo para un cambio de estructuras, ni para la fundación de un nuevo orden a partir de valores y actitudes diferentes. Los riesgos del excesivo peso de una sola persona es que terminen confundiéndose los humores, fobias y filias atribuidas a AMLO, con las convicciones e ideales que el propio líder intenta insuflar en el movimiento y sus seguidores.
Pero he llegado a la conclusión de que es inexacto atribuir tales fenómenos a la rijosidad o a un presunto narcisismo del Presidente. La polarización y la personalización del liderazgo han sido atajos, recursos rápidos y accesibles para mantener el apoyo de las mayorías para un proyecto de cambio que enfrenta resistencias. Los poderes fácticos de este País entienden que la alternancia ganó la presidencia, pero se oponen a que esa alternancia se traduzca en modificaciones sustantivas al modelo de País que ellos sostienen. La mayor parte de las élites cuestionan a la 4T, unos de manera pasiva y otros activa, algunos incluso intentando a toda costa desbarrancar el proyecto del cambio.
Los adversarios pueden atribuir a rasgos de personalidad la polarización y el enorme peso que tiene la figura de AMLO, pero al remitirlo a una mera explicación sicológica pierden de vista la extraordinaria eficacia que esto ha tenido para efectos políticos.
El problema, me parece, es que lo que resulta útil en una coyuntura o temporalmente, puede ser dañino e insostenible con el tiempo. Ni la polarización ni el poder centralizado en un liderazgo personal es lo idóneo para construir una sociedad más sana y justa. La 4T necesita consolidarse en estructuras orgánicas que sostengan e internalicen los valores de este movimiento. No está sucediendo en Morena, por ejemplo. Por ahora el enorme carisma popular y la voluntad del Presidente sustituyen la ausencia de ese entramado formal capaz de instalar inercias que trabajen en favor de una sociedad más justa y equilibrada, y quizá no podía ser de otra manera en tan poco tiempo. AMLO intenta llevar a rango constitucional sus transformaciones o involucrar al ejército para hacerlas irreversibles, pero es obvio que está a medio camino. A la larga, la 4T sólo tendrá éxito si puede sobrevivir y mantener el pulso independientemente de la presencia de su fundador.
La determinación de López Obrador de retirarse a su rancho dentro de dos años, diluye una preocupación; es decir, la polarización o el liderazgo carismático tienen fecha de caducidad. Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, o sea quien sea que entre al relevo, tendrá que buscar conciliaciones, restañar heridas, sumar voluntades. Y seguramente también lo harán sus adversarios; entre otras cosas porque ninguna de las dos partes, Gobierno y sector privado, aguantan ni desean seis años más de atonía o crecimientos tan modestos. Mejorar la condición de los pobres requiere no sólo una mejor distribución, como lo está intentando el Gobierno, sino también mayor crecimiento, y eso no es posible conseguirlo sin una participación más activa de la iniciativa privada (generadora del 75% del PIB). Muchos empresarios que decidieron congelar inversiones y actuar con cautela en un sexenio de ambiente crispado, no querrán mantener esa pasividad seis años más. Lo que hizo AMLO quizá era necesario, abrir brecha para cambiar de rumbo, y lo realizó venciendo resistencias en ocasiones a empellones. El que siga deberá intentar pavimentar y edificar sobre este sendero tan trabajosamente abierto.
Pero si se diluye esa preocupación (la polarización y el liderazgo personalizado), se abre otra para el movimiento. ¿Resistirá el obradorismo la salida de López Obrador? ¿Mantendrá el entusiasmo popular del que ahora goza? ¿Tendrán Claudia o Marcelo el liderazgo necesario para meter en cintura las tribus que respiran en Morena, por no hablar de los muchos adversarios? Esa, me parece, es otra historia. La de ahora sólo pretendió señalar que la polarización y el liderazgo centrado en AMLO fueron recursos claves para mantener el apoyo que requería darle la vuelta al timón y además darle oportunidad a la 4T de gobernar seis años más. Pero también habría que tener claro que estas estrategias de polarización y culto a la personalidad no servirán para navegar permanentemente en la búsqueda de una sociedad más justa, sana y próspera en los años por venir.