El nacimiento del hijo de Dios en Belén
¡Qué enorme sorpresa se habrán llevado aquellos tres reyes venidos desde Oriente al observar el paupérrimo pesebre donde había nacido el Rey de Reyes y Señor de Señores!
Siempre me ha sorprendido la manera como nació Jesús por su gran sencillez, humildad y naturalidad.
Comienza el Evangelista San Lucas narrando que el emperador César Augusto promulgó un edicto para que se empadronase todo el mundo. José, como era de la casa y la familia de David, debía de empadronarse en Belén. Así que se fue a esta población para empadronarse, junto con María, su esposa quien ya estaba encinta.
Y continúa el texto evangélico relatando que cuando se encontraban allí, a María le llegó la hora del parto.
Siempre me he imaginado que para San José supuso un gran desconcierto, ante tan inesperado suceso. Seguramente, como buen carpintero, en su taller de Nazaret ya le había elaborado su cuna de madera y la Santísima Virgen María le habría bordado un ropón y otros ropajes para recibir al Niño Dios con el primor y delicadeza que sólo una buena madre sabe realizar. ¡Con qué ilusión aguardarían ese momento tan esperado!
Y, sin embargo, los planes cambiaron. Ninguno de los dos supondría tal desenlace. Me imagino a Santa María consolando a San José y haciéndole ver que todo eso era la Voluntad del Señor.
Por si fuera poco, no hubo lugar en ninguna posada. Así que San José se las ingenió para preparar las cosas para recibir al Rey del Universo, ¡en un establo! Así Jesús, desde su nacimiento, nos daba una cátedra de humildad, profunda sencillez y pobreza. Es como si Dios-Padre dijera:
-Quiero que mi Hijo, muy amado, nazca en extrema pobreza, sufriendo las inclemencias del tiempo, en un oscuro y olvidado rincón de Belén para que quede patente mi deseo de que el Hijo de Dios muestre, desde el principio al mundo entero, cuáles son los tesoros de todo ser humano: Dolor, pobreza, frío, soledad, abandono, hambre, sed, etc. Es una lección de Dios-Padre profunda e inolvidable.
A continuación, un Ángel se les apareció a unos pastores que pasaban la noche al raso y velaban sus rebaños y les comunicó la Buena Nueva: “Miren que les anuncio con gran alegría que hoy ha nacido el Salvador, Cristo Jesús. Esto les servirá de señal, encontrarán un Niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre”.
La pregunta que habitualmente me he hecho es, ¿por qué se dirige a las personas más humildes de su entorno? Y después de meditarlo, me he encontrado con la respuesta: Porque el Señor ama profundamente a la gente pobre y sencilla de corazón.
Es normal que pastores con más recursos económicos tengan sus resguardos o refugios donde pasar las noches crudas de invierno y, de alguna manera, protejan también a sus animales. Pero estos pastores eran bastante pobres y Dios se dirigió precisamente a ellos.
La reacción de los pastores me encanta: Se fueron corriendo hasta dar con el sitio exacto y encontrándolo se postraron y lo adoraron. La tradición narra que a la Sagrada Familia le ofrecieron leche, requesón y otros sencillos alimentos que tenían.
Después vinieron los Reyes Magos. Comenta el texto sagrado que cada uno vio, desde el lejano lugar donde se encontraba, una estrella -particularmente brillante- en lo alto del Cielo. Pienso que si hubieran ignorado esa estrella, hubiese desaparecido para siempre del firmamento y de sus corazones. Como cuando Dios nos invita a mejorar en algo y se lo negamos o nos hacemos los desentendidos.
Pero no fue así, sino que cada uno se puso en marcha desde el sitio donde se encontraba y, en un momento dado, se encontraron por el camino esos reyes que la tradición nos enseña que llevaban los nombres de Melchor, Gaspar y Baltazar. No se detuvieron hasta llegar a Jerusalén. Fueron con el rey Herodes a preguntarle, ¿dónde estaba el nacido Rey de los judíos? Y el Evangelio dice que toda Judea, comenzando por el rey, se turbaron sobremanera.
Herodes consultó con quienes dominaban las Sagradas Escrituras sobre dónde habría de nacer el Mesías y la respuesta fue unánime: “En Belén de Judá.” De nuevo los reyes venidos de Oriente se encaminaron hacia Belén y, al acercarse a esa población, observaron que la estrella se había detenido sobre un modesto establo.
De nuevo los encumbrados reyes se acercaron al pesebre donde se encontraban Jesús, María y José. Y se postraron de rodillas para adorar al Mesías recién nacido y le ofrecieron oro, incienso y mirra.
¡Qué enorme sorpresa se habrán llevado aquellos tres reyes venidos desde Oriente al observar el paupérrimo pesebre donde había nacido el Rey de Reyes y Señor de Señores! Era nada menos que el Mesías tan esperado durante siglos por muchos pueblos. Pero Dios tiene sus caminos para dar a cada persona muchas lecciones de su infinito amor y misericordia. Con el paso de los años, después de mostrarse como el Mesías, no paró hasta entregar su vida -con un amor insondable por cada uno de nosotros- y se entregó a la muerte dolorosa de la Cruz, resucitó y nos abrió las puertas del Cielo para siempre.
A todos los lectores les deseo, a cada uno y a sus familias, que pasen una feliz y santa Navidad con el corazón muy cerca de Jesús, María y José.
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