Un tiempo de reconciliación
La Iglesia nos propone un tiempo para ponernos en camino, un camino cuesta arriba, que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración.
1) Para saber
“La Cuaresma nos llega como un momento providencial para cambiar de ruta, para recuperar la capacidad de reaccionar ante la realidad del mal que siempre nos desafía”, declaró el papa Francisco. Es un tiempo propicio para acompañar al Señor más de cerca. En su mensaje de Cuaresma, el papa Francisco comenta el pasaje del Evangelio sobre la Transfiguración, y hace notar que Jesús tomó consigo a tres apóstoles, Pedro, Santiago y Juan, y los llevó a un monte alto, que la tradición lo identifica como el Monte Tabor. Así ahora, el Señor nos propone la Cuaresma como ese lugar apartado para estar con Él, para vivir una experiencia particular. Si somos dóciles al llamado del Señor y nos dejamos conducir, nos ayudará a superar nuestras faltas de fe y nuestras resistencias a seguirlo en el camino de la cruz.
La Iglesia nos propone un tiempo para ponernos en camino, un camino cuesta arriba, que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración, como una excursión por la montaña, para que así nos distanciemos de las mediocridades y de las vanidades. Un tiempo propicio para reconciliarnos con Dios.
2) Para pensar
Aunque la reconciliación con Dios, produce una gran paz en el alma, la persona no va a la confesión por esa paz, sino para pedir el perdón de sus pecados y de los cuales se arrepiente de haberlos cometido. Una consecuencia de ser perdonados es recuperar la paz del alma.
Un célebre siquiatra y escritor, John Rathbone Oliver, contaba una experiencia. Una tarde estaba en la iglesia católica que frecuentaba y observó a una joven de unos 16 años que estaba visiblemente nerviosa y atormentada. Se retorcía las manos y no podía estarse quieta. Como buen siquiatra leía en su cara la angustia como en un libro abierto. Era evidente que una gran agitación interior le estaba robando la paz y el equilibrio: Era la personificación de la ansiedad. La muchacha se levantó y fue al confesionario.
Poco después, volvió a aparecer la misma joven, pero estaba completamente distinta. Toda la tensión había desaparecido y el rostro de preocupación se había vuelto dulce. Ya no tenía ningún rastro de tortura mental, sino que había una perfecta calma, relajación y felicidad. En sus labios aparecía una leve sonrisa. Comentaba el siquiatra que nunca había visto un cambio semejante en un ser humano tan rápido. Y concluía que si él hubiera podido en tres horas de terapia hacer por aquella muchacha lo que ahí se había conseguido en quince minutos, se hubiera considerado el más extraordinario de los médicos.
La persona humana ha sido creada para estar en comunión con Dios, y cuando se aleja de Él, siente un desasosiego interior que no sabe explicarse. San Agustín habla de tener el corazón inquieto que no descansará hasta que esté con Dios.
3) Para vivir
Los apóstoles que acompañaron a Jesús a lo alto del monte Tabor, pudieron contemplarlo transfigurado, como nos dice el Evangelio: “Su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz” (Mt 17,2). Esa belleza superó el esfuerzo por subir. Así se espera que al final de la Cuaresma, nos hayamos purificado de tal manera que podemos contemplar la belleza del Señor con los ojos de la fe.
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