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Qué Covid tan extraño…

El momento que vive Andrés Manuel  López Obrador es preocupante para todos los mexicanos. Ha ido desarrollando un delirio de grandeza que lo hace realmente peligroso.

El momento que vive Andrés Manuel López Obrador es preocupante para todos los mexicanos. Ha ido desarrollando un delirio de grandeza que lo hace realmente peligroso. ¿Por qué ahora es especialmente preocupante? Porque su megalomanía es tal que se creen maravilloso y perfecto. Con una incapacidad asombrosa para ver y reconocer sus errores. Si algo sale mal siempre va a ser culpa de alguien más. En el caso que nos ocupa, dirían los reportes científicos, el personaje en cuestión tuvo la ocurrencia de culpar a Calderón y García Luna cuando ocho ministros de la Suprema Corte le dieron reversa a su militarización de la Guardia Nacional. Lo peor de este caso es que los ministros utilizaron, entre otras justificaciones, una reforma que fue avalada por el mismo AMLO.

Después vino la orden tajante que dio a sus funcionarios para que ni siquiera le respondan el teléfono a la ministra Piña o cualquier otro miembro del Poder Judicial que llegue a buscarlos. Bueno, con excepción de los tres héroes que estuvieron de su lado, incluyendo a la impresentable Yasmín Esquivel, la misma que plagió su tesis y no se siente con necesidad de renunciar a la Suprema Corte. Se siente dueño de sus vasallos.

Otro episodio delirante lo vivimos la semana pasada cuando decidió que “masiosare” está al acecho y llamó a todos los mexicanos a defender la soberanía. Alguien le dijo que los gringos o alguien así están dispuestos a invadirnos. “Ningún Gobierno extranjero se atrevería a poner un pie en nuestro territorio”. WTF, digo yo. Pero resulta que si llega la invasión vamos todos a las calles, resortera en mano, a defendernos y correr al Castillo de Chapultepec para lanzarnos al vacío envueltos en la Bandera. Los fantasmas invaden su entorno.

En algún momento, él también estaba involucrado en la defensa, pero ya francamente no sé si vaya a poder, con eso de la extraña enfermedad que lo atacó el pasado domingo. Mientras Chucho (Jesús Ramírez Cuevas) intentaba convencernos de que todo estaba en orden y la gira yucateca seguía, un avión llevaba al señor a la CDMX. Al rato, en su cuenta personal de Twitter dijeron que tenía Covid y se iba a la banca por unos días. Mmmmh, ¿tres veces Covid con todos y sus detentes más el dólar de la buena suerte? Algo no cuadra. Se fue al hospital, aunque su corazón sigue al 100 (eso dijo en su tuit) y nadie ha informado algo cuerdo. Quienes estaban ahí aseguran que se desvaneció. O están mintiendo o hay una nueva variante de Covid bastante agresiva y no nos quieren decir.

Pero, bueno, estaba con que sus arranques preocupan, y mucho. Para él no hay democracia si el resto del pueblo no piensa como él. Si le cuestionan los viajes millonarios de su secretario de la Defensa simplemente dice: “¿Y qué tiene de malo?”. Next question.

Jamás va a aceptar las decisiones de los demás si no se alinean con sus deseos. Es como aquel tipo de “la charra” ochentera. Iba manejando en sentido contrario en plena hora pico y escucha una alerta en la radio: “Tengan precaución porque hay un conductor que va en sentido contrario por el Soli”. En ese momento exclama: “¿Uno? Son un shin… los que vienen mal”.

Ya no tiene límites. Cree que se va a quedar en la silla para siempre. Los tiempos en el priismo no le hicieron entender que cuando entrega la Banda Presidencial se va al ostracismo. Con decirles que ya le anunció a sus corcholatas que, en septiembre del próximo año, cuando uno de ellos haya sido electo y sus chairos vuelvan a controlar el Congreso, enviará de nueva cuenta esas reformas que los fariseos actuales le han bateado de manera reiterada.

A diferencia de Jesús-Cristo, como dice en sus mañaneras, él está convencido de que sí es profeta en su tierra y el próximo año, ese pueblo dócil y poco inteligente ratificará al sucesor que le imponga y van a apedrear a cuanto espurio tenga la osadía de contradecirlo.

En ese punto estamos. Un Presidente fuera de sí y un pueblo más dividido que el Mar Rojo. Las voces opositoras se pierden y salvo alguno que lo hace de manera inteligente y un tanto suicida, como Lilly Téllez, el resto prefiere guardar silencio.

La próxima semana hablaremos de Lilly Téllez y lo que le espera a la oposición.

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