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Un perrito en aceite hirviendo

El domingo pasado un caso de maltrato animal en México motivó una cadena de notas y videos en la prensa mundial.

El domingo pasado un caso de maltrato animal en México motivó una cadena de notas y videos en la prensa mundial. El diario argentino El Clarín exhibió la noticia con detalle y Telemundo, segundo proveedor de contenidos en español en los Estados Unidos, hizo por igual; a ello se sumaron el brasileño “Brazil Posts”, el europeo “Eseuro”, el surcoreano “Animal Planet” y tantos más.

Es el caso del perrito de Tecámac, Estado de México, donde un hombre, en vía pública y a plena luz del día, echó en un cazo de aceite hirviendo a un perrito que obviamente murió. El sujeto fue detenido y cuando salía de la instalación judicial para ser llevado a prisión, la multitud afuera enfurecida sugirió lincharlo e incluso le dieron puñetazos antes de ser introducido en el vehículo de traslado. Las autoridades han dicho que podría enfrentar una pena de cárcel de tres a seis años.

“AnimaNaturalis”, una ONG comprometida con la defensa de los animales en Latinoamérica y España, ha informado que México ocupa el tercer lugar mundial en maltrato animal y el primero en América Latina; en realidad esta mala práctica es observada en todo el mundo en grado variable.

El punto central en esta ocasión es una reflexión sobre el maltrato animal como un acto -y costumbre- degradante y también hasta dónde es apropiado hablar sobre el “derecho de los animales”, tema relativamente nuevo.

Para unos, los individuos sentientes (que sienten) y que somos prácticamente todos los animales, no humanos y humanos, siempre capaces de experimentar dolor y placer, merecemos por esto derechos. Es verdad que los animales tienen emociones como el miedo, el gusto, el placer… lo que para algunos significa que tienen derechos al igual que las personas. Pero no todos coincidimos en que por sentir dolor o placer cualquier individuo -animal humano o no humano- merece derechos. En esto hay un razonamiento incorrecto.

La distinción no está en sentir sino en la dignidad y ésta es propia de los individuos racionales, aquellos que por su propia naturaleza les corresponde la racionalidad, es decir, las personas, aunque de momento no tengan uso de razón. El sufrimiento no es una propiedad que se pueda igualar con la racionalidad.

De hecho, se comienza a hablar científicamente de la posibilidad sentiente de las plantas, a pesar de que no tienen un sistema nervioso de tipo animal pero sí un sistema de “comunicación” para sentir. En los animales no se puede hablar de racionalidad, pues de manera natural simplemente no les corresponde.

Pero el hecho de que los animales no tengan realmente derechos no significa que los podemos tratar a nuestro antojo: Si bien ellos no pueden tener derechos nosotros sí tenemos responsabilidad frente a ellos, les debemos protección, buen trato y un cierto grado de consideración, el “respeto animal”.

La persona que abusa de los animales se degrada a sí misma pues no cumple su responsabilidad personal al cuidado de los demás seres vivos de la naturaleza, de la Creación.

Los derechos de los animales “es un decir”, una expresión equívoca, sí, pero muy útil para indicarnos la responsabilidad jurídica, ética y moral que tenemos frente a los demás compañeros de otras especies. No debe minimizarse pero tampoco exagerar; poner a los animales al nivel nuestro conlleva el riesgo de amarlos tanto como debemos amar a las personas, y puede conducir a comportamientos distorsionados y hasta prácticas carnales que de hecho se dan.

¿Y tres a seis años de prisión?, seguramente así lo dice el código respectivo, resultado del criterio del legislador. Me parece que no se consideró que la costumbre en muchos ambientes ha sido por siglos no tener consideraciones especiales con los animales por lo que debe primero difundirse la responsabilidad humana de tratarlos bien, cambiar la costumbre, y no sé si la cárcel sea la solución.

A este señor lo querían linchar. Quizá debamos trabajar al mismo tiempo -o antes- sobre el respeto a los derechos humanos.

Médico cardiólogo por la UNAM. Maestría en Bioética.

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