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Corrupción de Estado

La corrupción tiene muchas formas y más aún cuando se trata de la llamada corrupción política, corrupción oficial o más propiamente, corrupción de Estado.

Muchas personas tienen aún la idea de que la corrupción es sólo un asunto de dineros, de tal manera que la imaginan siempre como mochada, manoteo, mordida, abultados sobres amarillos y cosas por el estilo. Nada más parcial: La corrupción tiene muchas formas y más aún cuando se trata de la llamada corrupción política, corrupción oficial o más propiamente, corrupción de Estado. Alejandro Martí, padre de aquel jovencito de 14 años que fue secuestrado y asesinado en 2008, y que enfrentó al Consejo de Seguridad Nacional del sexenio de Felipe Calderón con aquel célebre señalamiento: “Si no pueden, renuncien”, y que lo completó con esta otra parte que desafortunadamente no ha sido recordada: “…pero no sigan ocupando las oficinas de Gobierno, no sigan recibiendo un sueldo por no hacer nada, que eso es también corrupción”.

Y es verdad, aceptar y beneficiarse de un encargo público cuando no se tiene la preparación y competencia para sacarlo adelante es una modalidad de corrupción; la impericia incluso es un delito.

En el contexto de la corrupción de Estado hay otras formas ajenas al mal uso del dinero; por ejemplo, el nepotismo, el despotismo, la tiranía, la impunidad, el tráfico de influencias, la prevaricación, la extorsión, el abuso del poder, el uso ilegítimo de información privilegiada, la opacidad u ocultamiento, el fraude electoral, en fin, todo aquello que se trate de actos deshonestos cometidos por funcionarios públicos que abusan de su poder y consienten en realizar un mal uso intencional de los recursos públicos tanto financieros como humanos, anteponiendo sus propios intereses o los intereses de grupo para obtener ilegítimamente ventaja.

La misma ONU abunda en la materia al declarar que “la corrupción es un complejo fenómeno social, político y económico, que afecta a todos los países… socava las instituciones democráticas al distorsionar los procesos electorales, pervertir el imperio de la ley y crear atolladeros burocráticos”. (https://www.un.org/es/ observances/anti-corruption-day).

Boris Begovic, economista serbio que ha revisado a fondo el espectro de la corrupción, le encuentra causas endógenas -aquellas que están dentro del ciudadano- y que podrían ser, entre otras, la carencia de conciencia social, la falta de educación, la ausencia de una cultura del compromiso, la conducta antisocial y la megalomanía -propia ésta de personas que se sienten por encima del resto-.

Y por otro lado las causas exógenas, aquellas que están fuera de la conciencia del individuo, por ejemplo, la impunidad, el corporativismo de los partidos políticos, la cultura antivalores, la concentración del poder, la discrecionalidad, la falta de decisiones colegiadas -propia de mandatarios autócratas, que por regla deciden solos-, la falta de transparencia en el uso de los recursos públicos, las administraciones públicas incompetentes, etcétera.

Un italiano conocedor del tema, Vito Tanzi, anotó que “la corrupción es el incumplimiento intencionado del principio de imparcialidad con el propósito de derivar de tal tipo de comportamiento un beneficio personal o para otras personas relacionadas”, expresión que no limita tal “beneficio” a lo estrictamente económico, dejando la ventana bien abierta para ver y entender que la corrupción oficial o de Estado no se reduce a cuestión de dineros, sino que está representada, como hemos visto, en todo un abanico de posibilidades y mientras más ancho sea tal abanico, más concentración de poder habrá en manos de los operadores del mando público a grado tal de conducir a la sociedad incluso al borde del estatismo, doctrina política que promueve la presencia de un Estado como el centro, quicio y dictador de la actividad social y económica y que inevitablemente conduce lenta o rápidamente a la reducción de los derechos y libertades de los individuos.

En esas dictaduras o tiranías -rojas o verdes- quizás el robo de dineros no sea escandaloso, pues queda desplazado por el robo de poder, de oportunidades, de movimiento, de pensamiento, de voluntad y hasta de conciencia. El Estado dicta, abierta o veladamente, qué es bueno, qué es malo, qué es la felicidad y cómo se llega a ella.

Médico cardiólogo por la UNAM. Maestría en Bioética.

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