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Arrancaron

Parece ridículo decir que apenas esta semana arrancaron las precampañas, pero formalmente así es.

Parece ridículo decir que apenas esta semana arrancaron las precampañas, pero formalmente así es. La única diferencia entre la semana pasada y ésta es que el INE pondrá a disposición de los partidos políticos nacionales, en conjunto, 30 minutos diarios en cada estación de radio y canal de televisión.

Más ridículo es seguir usando el término de precampaña cuando las dos coaliciones y el solitario Movimiento Ciudadano tienen sólo un candidato. Las precampañas fueron concebidas y son definidas en la ley electoral como los procesos internos para la selección de candidatos a cargos de elección popular. Sólo pueden durar 60 días.

Y ríase usted. La Ley dice que los precandidatos no podrán realizar actividades de proselitismo o difusión de propaganda, por ningún medio, antes de la fecha de inicio de las precampañas y que la violación a esta disposición se sancionará con la negativa de registro como precandidato.

El banderazo de arranque de la precampaña de Juntos Hacemos Historia ocurrió el lunes 5 de junio cuando López Obrador emitió los lineamientos para que las seis corcholatas nombradas por él mismo compitieran por la candidatura: 24 semanas o 168 días antes de lo que señala la ley. Poco después vendría el Frente Amplio por México con su proceso interno.

Voy en tres violaciones abiertas. Las precampañas adelantadas, la duración de las mismas y la ausencia de fiscalización del dinero gastado por partidos y candidatos; particularmente de recursos públicos.

Terminando las falsas precampañas vendrá otra violación a nuestra ilógica ley -pero ley al fin y al cabo- que es el periodo de “ayuno” (intercampañas) en el que sí se permite la difusión de propaganda política pero no la difusión de propaganda electoral. Como lo oye. Esto quiere decir, según el INE, que es válido que se incluyan referencias a cuestiones de interés general y con carácter informativo, mientras no se haga uso explícito de llamados a votar a favor o en contra o referencias expresas a candidatos y plataforma electoral del partido político que difunde el promocional.

Pero, en fin, comenzaron las precampañas y la pregunta que ronda es cómo arrancan. Sin duda alguna con una ventaja para Sheinbaum, la candidata oficialista. Las encuestas conocidas le dan desde una ventaja de 50 puntos hasta una de 19 (El Financiero). Según la información de encuestas internas -de ambas coaliciones-, esas que no se publican pero que son las que usan los estrategas de campaña, la ventaja de Sheinbaum alcanza 16 puntos. Estos datos tan disímiles nos hacen dudar de la validez de las encuestas.

Sea como fuere, las encuestas dicen poco o nada del resultado electoral por diversas razones que abonan a la tesis de que, para el 2024, la moneda está en el aire.

Primero, Claudia Sheinbaum tiene un reconocimiento de nombre mayor que el de Xóchitl Gálvez, 72% contra menos de 50%. Lo tiene en buena medida gracias a López Obrador y a la muy adelantada precampaña de Morena. El arranque formal de las precampañas con los spots publicitarios que las acompañarán, van a cambiar rápidamente esta desproporción en el conocimiento de las candidatas.

Segundo, la alta popularidad de AMLO no se traduce en el equivalente de preferencia electoral para su candidata. Ya se sabe que la popularidad es a la persona más no a sus políticas que en su mayoría -salvo los programas sociales- son reprobadas y podrían llevar a un voto de castigo.

Tercero, prácticamente imposible conocer el comportamiento de más del 20% de encuestados que dicen no haber decidido su voto.

Cuarto, el voto de los que declaran que bajo cualquier circunstancia votarían por la candidata oficialista y aquellos que dicen lo mismo de la frentista no alcanza para ganar una elección. Lo que se llama el voto duro.

Cuarto, a querer o no, existe un voto oculto que los “electorólogos” definen como el rechazo que puede suscitarse si se considera que el sentido del voto a emitir no es bien visto entre la comunidad y que lleva a no revelar la verdadera preferencia.

Quinto, e importantísimo, la tasa de participación. El promedio de las últimas cuatro elecciones ha sido de 63%. Si esta tasa se eleva las predicciones de las encuestas lucen aún más imprecisas.

Estas últimas cuatro consideraciones -voto de castigo, indecisos, voto duro de los partidos y participación- son incógnitas difíciles de despejar. Lo son más en condiciones de una elección polarizada, como la que se espera en 2024.

Los distintos tipos de voto -castigo, duro, blando, indeciso y oculto- se mueven en el tiempo y hacen impredecible una elección.

Las elecciones en Argentina son una buena lección. Para la primera vuelta de 16 encuestas 14 le daban el triunfo a Milei. Massa le ganó por 7%. En la segunda vuelta las encuestas hablaban de un resultado “muy ajustado”. Ganó Milei por más de 11 puntos.

A seis meses de la jornada, ninguna elección democrática está decidida. En ocasiones, como acaba de suceder en Argentina, ni siquiera está decidida un día antes de la elección.

María Amparo Casar es licenciada en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, maestra y doctora por la Universidad de Cambridge. Especialista en temas de política mexicana y política comparada.

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