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Relato de un ninguneo

Cuando los alacranes rodean uno tiene que moverse rápido.

Que por tener intereses diferentes, que por ser mujer, que por no pretender protagonismo, que por ser extranjera, que por lo que sea, pero el hecho es que esta bioquímica dedicada toda su vida profesional a la investigación fue víctima de un extraño silencio por parte de las jerarquías científicas, toda vez que no la tomaron en cuenta a su debido tiempo para reconocerle los méritos acumulados tras haberse dedicado con singular esmero durante décadas a una concreta labor que ha culminado con resonado éxito en descubrimientos para el tratamiento más fisiológico -más natural- de un par de trastornos frecuentemente cómplices entre sí como son la obesidad y la diabetes mellitus, popularmente conocida como simplemente “diabetes” (y es que hay otra diabetes que no es “mellitus”, o sea que no es dulce o azucarada sino que es “insípidus” –insípida- sin sabor alguno, sin azúcar).

Bueno, eso es lo de menos; vuelvo al tema: Me refiero a la señora Svetlana Mojsov, nacida hace 70 años en Yugoslavia (actual Serbia), actualmente investigadora en la Universidad Rockefeller de Nueva York pero que en los 80 laboraba en el servicio de Endocrinología del Massachusetts General Hospital de la Universidad de Harvard, en Boston, donde participó notablemente en el desarrollo de un compuesto conocido como “péptido similar al glucagón” (GLP-1, por sus siglas en inglés), que ya entonces prometía tener algo o mucho que ver con la diabetes y el apetito, entre otros asuntos.

Svetlana supuso entonces que podría existir una modalidad peculiar de este compuesto en el intestino de los mamíferos, hipótesis que ella misma confirmó y publicó en 1986. Meses después demostró que dicho compuesto podría estimular la liberación de insulina por el páncreas en roedores y lo publicó en una revista de investigación médica en 1987. Más adelante estudió con acierto la sospecha de que el GLP-1 reduciría el nivel de glucosa (“azúcar”) en la sangre circulante de los seres humanos. Tiempo después surgieron estudios que basándose precisamente en los descubrimientos de Svetlana y modificando ligeramente la sustancia en cuestión permitieron producir compuestos aplicables como medicamentos en personas diabéticas o con exceso de peso, hecho que, lógicamente, se veía muy prometedor toda vez que la población de diabéticos y personas con sobrepeso u obesidad se cuenta por muchos millones en todo el mundo.

La industria farmacéutica olió la oportunidad y hoy la comercialización mundial de sólo una de esas sustancias, conocida como semaglutida, rebasa los mil millones de dólares pero no por año, como suele referirse en estos casos, sino por mes.

Semaglultida no es el único de estos productos, pues está también -por ejemplo en nuestro País- otro compuesto análogo que es la liraglutida, la cual regula el apetito quizá por actuar a nivel del cerebro provocando un aumento en la sensación de saciedad y reduciendo las señales de hambre.

En todo este largo viaje que comenzó sin ruido en serenos laboratorios por allá en los 80 y que viene hoy aprovechándose pública y crecientemente por todo el mundo, no se volteó a ver los méritos de Svetlana Mojsov; simplemente fue largamente ninguneada.

Cuando los alacranes rodean uno tiene que moverse rápido, de manera que tuvo ella misma que ser su propia procuradora de justicia, alzar la voz y tocar con fuerza las puertas de los personajes cupulares de la investigación científica y de la industria del medicamento hasta que varios de sus mismos compañeros de trabajo, previamente reconocidos y beneficiados por los éxitos de su compañera, la apoyaron públicamente y reclamaron el derecho que Svetlana tiene a ser distinguida como pionera en esta labor y, por qué no, también compartir las debidas compensaciones económicas de tal manera que hoy goza de los frutos que le confieren los justos derechos sobre las patentes. ¡Faltaba más!

Médico cardiólogo por la UNAM. Maestría en Bioética.

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