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La Navidad, fundamento de nuestra alegría

El hecho de que el Nacimiento del Señor esté cada vez más cerca, es fuente de una profunda alegría y gozo.

El hecho de que el Nacimiento del Señor esté cada vez más cerca, es fuente de una profunda alegría y gozo. “Estén siempre alegres, de nuevo se los repito, estén muy alegres porque el Señor está por venir”, escribe San Pablo.

El Señor llega a nosotros en medio de la alegría que inunda nuestros corazones. Si repasamos el Evangelio de San Lucas, leemos varios sucesos significativos. No obstante, que no había sitio en ninguna posada para el Rey de todo el Universo, la Madre de Dios da a luz en un pesebre y lo envolvió en pañales con la fiel ayuda y compañía de su esposo San José.

Los nacimientos nos trasmiten ese ambiente de paz, serenidad y amor a la Voluntad de Dios-Padre. Siempre he pensado que San José, con su oficio de carpintero, en Nazareth, le habría elaborado una cuna de madera y la Virgen María ropajes y bordados tejidos por ella. De pronto ocurrió un cambio de planes, se promulgó un edicto del emperador romano César Augusto para empadronarse en el pueblo de Belén (por ser San José de la casa y familia de David), y se tuvieron que trasladar desde Nazareth.

No obstante, esta contrariedad no es recibida con una rabieta de San José ni el malestar de Santa María. Todo lo contrario, de inmediato comprendieron que precisamente ese era el designio de Dios-Padre para dejarnos a toda la Humanidad una lección de humildad, pobreza y desprendimiento del Hijo de Dios y un acatamiento gozoso del divino querer del Señor por parte de la Sagrada Familia.

Después, un ángel les trasmitió a unos pastores que dormitaban al raso, la increíble noticia: “Hoy ha nacido el Salvador, que es el Cristo Señor (…) y esto les servirá de señal: Van a encontrar a un Niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre”. Al instante apareció un ejército de ángeles que alababa a Dios diciendo: “Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”.

No dijeron los pastores: “Mañana iremos porque ahora es de noche”. Todo lo contrario, se dijeron unos a otros: “Vayamos a Belén y comprobemos este mensaje que acaba de suceder y que el Señor nos ha manifestado”.

Y San Lucas, continúa narrando, dice que se fueron a toda prisa y encontraron a María, a José y al Niño reclinado en un pesebre. La alegría de los pastores fue inmensa y glorificaban y alababan a Dios. Lógicamente difundieron por toda la comarca esta gozosa noticia.

Por su parte, los Reyes venidos de Oriente observaron a una estrella y decidieron seguirla -cada uno por su cuenta-. Pero al llegar a Jerusalén desapareció y se vieron en la necesidad de preguntar al rey Herodes: “¿Dónde está el nacido Rey de los Judíos? Porque hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarle”, cuenta San Mateo. Herodes reunió a los sabios del lugar y coincidieron en señalar que el lugar era Belén, según había dicho del profeta Miqueas.

Al encaminarse a Belén volvió a aparecer la estrella, esta vez más grande y refulgente, y se detuvo justo donde estaba el Niño, con María y José. El texto sagrado subraya que los Reyes se llenaron de una mayúscula alegría y, entrando en la casa, se postraron y adoraron al Niño-Dios y le ofrecieron los presentes que llevaban: Oro, incienso y mirra.

Después en sueños fueron avisados que no volvieran a ver al rey Herodes, regresando a su tierra por otro camino. Al ver esta conducta de los Reyes de Oriente; Herodes, montó en cólera y decidió matar a ese Niño.

Después, un ángel del Señor se apareció en sueños a San José y le pidió que tomara al Niño y a Santa María y huyeran de inmediato a Egipto ante las criminales intenciones de Herodes.

Una vez más queda un valioso testimonio del santo patriarca y señor San José y de la Virgen María que, siendo de noche, viajan por el desierto hasta llegar a Egipto. Partieron obedeciendo a un mandato divino y lo hacen con alegría.

Como escribe San Juan: “Yo les daré una alegría que nadie les podrá quitar”. ¿Por qué? Porque, por fin, tenemos al “Emmanuel”; al “Dios-con-nosotros”. Es decir, el Cielo se ha unido con la tierra.

Por eso, en cada villancico que se canta, con motivo de la Navidad, es como una “explosión de alegría”, por ejemplo, en “Vamos Pastores”:

“Vamos, pastores, vamos / Vamos a Belén/ A ver en ese Niño/ La gloria del Edén/ A ver en ese Niño / La Gloria del Edén.

“Ese precioso Niño / Yo me muero por Él / Sus ojitos me encantan / Su boquita también.

“El padre (San José) le acaricia / La Madre mira en Él / Y los dos, extasiados / Contemplan aquel Ser / Contemplan aquel Ser.

“Vamos, pastores, vamos…

Y así en muchos otros villancicos navideños. Porque Él es nuestro Rey, nuestro Amigo, nuestro Amor, nuestro Médico y nuestro mejor Maestro.

Alegrémonos todos en el Señor, porque nuestro Salvador ha nacido en el mundo. Desde el Cielo, ha descendido la paz sobre nosotros y nos infunde la alegría de esa Eternidad prometida.

A todos mis lectores les deseo que pasen, en compañía de su familia, una feliz y santa Navidad con el corazón muy cerca de Jesús, María y José.

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