La importancia de la familia
La familia es una escuela de virtudes. Dentro de una familia hemos aprendido los valores, la formación humana, la vida de piedad.
Hace unos días celebrábamos la Fiesta de la Sagrada Familia: Jesús, María y José. No deja de sorprender que la Santísima Trinidad decidiera que Jesucristo, el Emmanuel (Dios-con-nosotros) naciera en el seno de una familia y, como todas las personas, Jesús pasara nueve meses en el vientre de su Madre, la Virgen Santa María.
Había muchas cosas que urgía realizar en orden a la Salvación del género humano y, sin embargo, Dios quiso hacer énfasis en que se trataba de un hombre normal (“perfecto Dios y perfecto Hombre”) y no quiso precipitar el tiempo.
Existe una pintura clásica que en lo personal me agrada mucho, atribuida al pintor español, Esteban Murillo, sobre la Sagrada Familia en que nos representan la intimidad de su hogar. El Niño-Dios está jugando con un pajarito y un perrito blanco. San José lo sostiene y está contento porque el pequeño Jesús se divierte. La Santísima Virgen María está cosiendo y mira complacida la escena.
¡Así debió de haber sido el hogar de Nazareth! -imagino. En que llevan una vida llena de naturalidad y sencillez. Por otra parte, en la ceremonia de Purificación en que la Sagrada Familia acude al templo, para cumplir lo que prescribe la Ley de Moisés para los varones primogénitos, no ofrecen cordero como los esposos ricos, sino que por tratarse de una familia pobre -solía ser el sueldo de un artesano- ofrecen un par de tortolitas.
La familia es una escuela de virtudes. Dentro de una familia hemos aprendido los valores, la formación humana, la vida de piedad. Cierto día, daba la bienvenida a los asistentes a una conferencia. De pronto apareció una joven que -con gran aplomo y seguridad- me preguntaba por más lugares para estacionar el coche de su familia. De inmediato pensé que esa joven tenía unos padres que la había formado bien, con el suficiente carácter para moverse con desenvoltura. En efecto, a los pocos minutos se presentaron sus padres que poseían una personalidad clara y definida y se observaba que habían influido positivamente en su hija.
Recientemente escuchaba a un doctor en Pedagogía que debíamos de defender a la familia por todos los medios y nunca desalentarnos si nos encontrábamos con un ambiente adverso.
También en el principal de los Derechos Humanos como, sin duda lo es, el derecho a la Vida Humana. Se sabe que existe toda una campaña internacional que rechaza o niega este derecho fundamental. Las famosas jóvenes con “pañoletas verdes” no parece que conozcan a fondo la perinatología ni la Bioética. Hay mucho de ignorancia científica con esa postura ideológica.
Algunos políticos e intelectuales consideran una postura “vanguardista” estar a favor del aborto y la desintegración de la familia. Como si fuera un signo de “modernidad” sin percatarse del daño que están causando con el asesinato de miles de bebés en el seno de sus madres o en la desintegración de esa célula social básica como lo es la familia. La consabida frase: “Es que todo el mundo piensa en esta forma modernista, además no quiero parecer ante los demás como del siglo antepasado”. Esa conducta no es sino una excusa de sus descarríos.
Leía el caso de una enfermera que trabajaba en una clínica abortista, que un día, al terminar su jornada y mientras se vestía para salir de regreso a su casa, escuchó el llanto desesperado de un bebé. Su instinto recóndito de madre hizo que lo buscara dentro de los botes con cadáveres de niños abortados. Al poco tiempo, encontró al niñito. De inmediato, lo lavó, le curó y vendó sus heridas. Luego le puso unas mantas gruesas para no ser descubierta. Se llevó al bebé a su casa, le dio las medicinas que necesitaba y su madre le ayudó a alimentar a la criatura. Por supuesto, esta enfermera cambió de trabajo, por otro honrado y que no fuera tan criminal.
Después animaron al niño a estudiar. Con el paso del tiempo, se graduó en Ingeniería Química. Fue él quien dio a conocer su caso a los medios de comunicación. Y causó gran conmoción social.
Hace poco, falleció mi tía Elsa. Se había casado con mi tío Manuel (también ya finado) y procrearon cinco hijos. Era ejemplar el cariño que les tenían. Luego vinieron los nietos. Admiraba el enorme afecto que les manifestaban a cada uno de sus descendientes. Con el paso del tiempo, mi tío Manuel falleció. En los últimos años, mi tía Elsa se llenaba de alegría y gozo cuando nacían sus bisnietos y llevaba la cuenta exacta. Cuando la visitaba, me mostraba con un santo orgullo las fotografías de todos ellos. Su vida fue una entrega completa de servicio para proporcionarles felicidad a todos y de un gran amor por la vida humana. “¡Qué alegría que la familia crezca!” -solía decirme.
En conclusión, la familia no ha sido un invento humano ni una mera ocurrencia de un sector de la población a través de los siglos. Más bien, ha sido un querer enteramente de Dios y nos puso como modelo a la Sagrada Familia: Jesús, María y José.
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