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La candidatura de MC

Ya lo he platicado en este espacio. Movimiento Ciudadano dispuso de dos oportunidades para seguir otro camino

Podemos partir de dos premisas hipotéticas, pero verosímiles, para entender la postulación de Jorge Álvarez Máynez como candidato de Movimiento Ciudadano a la Presidencia. Aclaro: Por motivos personales míos, y familiares suyos y también míos, le tengo un gran afecto al aspirante, con independencia de nuestros acuerdos o discrepancias.

La primera premisa consiste en aceptar que Xóchitl y Sheinbaum son, como Ortega y Somoza, la misma cosa: “Bonnet blanc et blanc bonnet” (Jacques Duclos), o Pepsi-Cola y Coca Cola (Fidel). Por distintas razones, ni Morena ni el Frente opositor constituirían alternativas aceptables, y ambos encerrarían tantas desventajas y características perniciosas para el País que no es posible optar por una u otra como mal menor. Las dos apestan. Por motivos éticos, sustantivos, de convicción, pues, no era factible ni deseable una alianza con un bando u otro, y no quedaba más remedio que ir solos. Por principio. Huelga decir que no comparto esta tesis, pero comprendo su lógica.

En segundo lugar, por motivos de conveniencia político-electoral pura, tampoco resultaba viable ni atractiva la alianza con uno u otro. Juntarse con Morena equivalía a contradecirse de manera flagrante, y enajenar a buena parte del posible electorado emecista. Sumarse a la alianza opositora implicaba correr el riesgo de una debacle electoral, ya que si al conjunto PRI-PAN-PRD-sociedad civil organizada le iba mal, por contar con una candidatura presidencial no competitiva, a cada aliado le iría mal también, y MC conservaría el registro, pero lograría pocos escaños en el Congreso. Mientras que gracias al rechazo generalizado a todos los partidos “viejos” (síndrome Macron) y a la “novedad” de liderazgos en Jalisco y Nuevo León, los naranjos podrían llegar a dos dígitos de porcentaje nacional, y un buen racimo de diputaciones y senadurías. Tampoco me convence esta idea, debido a la mecánica implacable del voto útil, pero de nuevo, no es absurda.

El problema radicó en la propensión de Dante Delgado a “procrastinar” (anglicismo imperdonable, pero eficaz). Inventó un pretexto, ese sí absurdo, de respetar unas supuestas letra y espíritu de la legislación electoral, que en realidad disfrazaba la espera de Ebrard o de Samuel García. Siempre pensó en Ebrard, sin aceptar que el camachismo es una enfermedad incurable. Y aunque a regañadientes, fincó sus esperanzas en García, sin aceptar que sin una retaguardia segura, el regio jamás se animaría a dejar la gubernatura, y que López Obrador carecía de fichas para garantizar la seguridad de dicha retaguardia.

Las dos premisas de Movimiento Ciudadano se estrellaron contra las dilaciones y la extraña pero innegable ingenuidad de Dante Delgado. Hoy el partido “nuevo”, que cumplió 20 años en el 2023, se encuentra con una elección ya polarizada entre los dos grandes bloques, con su principal activo, Enrique Alfaro, cada día más próximo a apoyar a Xóchitl, con un candidato talentoso, pero totalmente desconocido (y un poco errático: Esgrimir a Bukele como ejemplo del “sí se puede” no es buena idea para un socialdemócrata), y con apenas 10 días de presencia antes de que arranque la ridiculez de la “intercampaña”, es decir, la veda de spots y eventos.

Ya lo he platicado en este espacio. Movimiento Ciudadano dispuso de dos oportunidades para seguir otro camino. Según un dirigente de la alianza opositora, desde hace más de año se le propuso a Dante un paquete de diputaciones y senadurías muy superior a lo que hoy puede aspirar a lograr. Declinó la oferta. En junio del año pasado, en una comida en su casa, antes de que Xóchitl anunciara su candidatura, pero una vez ya tomada la decisión de postularse, se le sugirió a Dante que se adelantara MC y lanzara a Xóchitl, obligando a los demás partidos a sumarse. Su respuesta: “Ni muerto”.

En una temporada de múltiples oportunidades perdidas por parte de múltiples personajes, no queda más que desearle suerte a Máynez. Y esperar que no comprometa un capital político propio y compartido desempeñando un papel del cual luego se arrepentirá.

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