Mirador
El viejo nogal criollo de la huerta es buen amigo mío. Nos conocemos desde hace muchos años. Él es muchos mayor que yo, y da más fruto. Ya era árbol cuando yo era niño.
Si lo vieras pensarías que ha muerto. Le pagó al otoño su tributo en hojas, y ahora que es invierno sus ramas parecen manos esqueléticas que se alzan al cielo en oración no oída. Pero abajo de este nogal, como en espejo, hay otro cuyas raíces se hunden en la tierra para buscar el agua, que es lo mismo que buscar la vida.
La encuentra siempre: A la llegada de la primavera su ramazón se llenará nuevamente de frondas y de nidos, que es lo mismo que llenarse de vida. Mudo, silencioso catedrático, el nogal tatarabuelo me dice sin palabras que no hay muerte. La eterna vida, la verdadera vida eterna, se renueva siempre en modos que desconocemos. Antes de vivir estuvimos en ella. Después de morir estaremos en ella. Efímeras criaturas, somos parte de la eternidad. ¡Hasta mañana!
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