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¿Te cuesta reconocer las señales?

Ignorar las señales de la vida nos lleva a lugares inesperados.

Juan Tonelli

Sabine Moreau, una mujer belga de 67 años, tenía que ir a buscar a un amigo que llegaba a Bruselas. Subió a su auto, se colocó el cinturón de seguridad, lo prendió, programó el GPS, y salió.

Pero algo falló en su GPS y el viaje que debía durar unos 50 minutos, se transformó en uno de dos días que terminó en Zagreb, Croacia.

Como su amigo no la encontró en la Estación Norte al llegar, se fue para el hotel. Al día siguiente sin tener noticias de Sabine, la familia hizo la denuncia a la Policía.

Cuando Interpol finalmente la encontró en Zagreb, el diálogo fue algo absurdo:

-”Su familia en Bélgica denunció que usted estaba desaparecida desde hace dos días. ¿No tenía que buscar a un amigo en la Estación Norte, a 50 minutos de su casa?”.

-“Sí…”. -”¿Y qué es lo pasó?”.

-”Programé el GPS y salí siguiendo sus instrucciones…”.

-”Pero hizo mil 450 kilómetros y estuvo dos días manejando…”.

-”Es que tuve miedo y no quise hacerme muchas preguntas…”.

-”¿No se dio cuenta que las señales de tránsito cambiaban de idioma?”.

-”Sí, vi todo tipo de señales… De hecho los carteles cambiaron de francés a alemán y después a un idioma que no identifiqué, pero que después comprendí que era croata…”.

-”¿Y entonces?”.

-”Tuve miedo y preferí seguir como venía…”.

Más allá de lo grotesca e inverosímil que pueda parecer la situación, me hizo pensar en cuántas veces ignoramos las múltiples señales que la vida nos manda. Igual que Sabine, hacemos como si no existieran, en la esperanza que todo se resolverá solo, que los problemas se evaporarán. Con algunas dificultades, pasa. Pero otras, las importantes, no queda más remedio que enfrentarlas.

Tener un elefante en la habitación significa la metáfora de cuando tenemos un problema enorme, evidente, ineludible, y hacemos como si no existiera, en la esperanza de que no duela. Pero duele.

No es posible ignorar a un elefante. Y sin embargo, es lo que todos hacemos con tantas situaciones que nos toca vivir. Seguimos adelante como si nuestro matrimonio o nuestra pareja fuera buena, cuando en realidad hace años -¿décadas?- que nos queremos separar. Continuamos en un trabajo que no nos gusta, no nos hace crecer, poniendo mil excusas verosímiles. Tenemos un mal vínculo con algún familiar importante, pero preferimos seguir, como Sabine.

Y al igual que ella, terminamos en Zagreb. Pretendíamos ir a Bruselas y finalmente nos encontramos en un lugar distinto, mintiéndonos que nos hace bien, cuando en realidad nos duele por todos lados.

¿Y entonces?

El primer paso es tomar consciencia. Así como es imposible curar un cáncer si no sabemos que lo tenemos, nunca podremos resolver un problema que no asumimos. Tengo un elefante en mi habitación. Las señales de tránsito dejaron de estar en francés y ahora están en alemán. Llevo dos horas manejando y no llegué a una estación que estaba a 50 minutos. Mi marido tiene una aventura y más que su engaño, me duele mi propio engaño para tratar de tapar esa situación dolorosa. Mi mujer me desvaloriza una y otra vez pese a los enormes esfuerzos que hago por sostener esta familia. Mi jefe me maltrata. Y la lista sigue, infinita.

Dejar de negar las señales, asumir que tenemos un elefante en la habitación, es aceptar que estamos en Zagreb y ver qué es lo que podemos desde ahí. Al igual que Sabine Moreau, no negamos los problemas porque seamos estúpidos, sino porque tenemos miedo, porque nos duelen. El tema es comprender que negarlos no los resuelve. Por el contrario, los agrava. Y tú, ¿qué problemas de tu vida no estás queriendo ver?

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