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El protector de las aguas…

El año pasado San Juan nos ignoró: En la llanura costera la precipitación apenas alcanzó un tercio del promedio anual, y en este 2024 no hemos tenido una llovizna que merezca el nombre.

Ernesto  Camou

El próximo lunes 24 de junio es el Día de San Juan Bautista, el protector de las aguas. No es casual que su festejo ocurra en sintonía con el solsticio de verano que tuvo lugar el pasado jueves 20 de junio. En este año esa fecha marca el inicio de la estación de verano y es el día más largo del ciclo anual, y su noche, la más corta.

No es posible saber la fecha exacta del nacimiento de San Juan, como tampoco la de Jesús. La iglesia primitiva, y la tradición, las colocaron en los solsticios, San Juan en el de verano; Jesús en el de invierno.

Uno nació, se dice, en el día más largo del año; el otro, en la noche más larga. Juan y Jesús eran primos, Ana la madre del Bautista era prima de María que la acompañó por tres meses, dice Lucas evangelista, hasta que parió.

Esa elección de las fechas de natalicio no es arbitraria: Tiene un simbolismo religioso y cultural que conviene entender. San Juan se festeja en el solsticio de verano, el día más largo del año a partir del cual la luz solar disminuirá progresivamente hasta que en el solsticio de invierno llegue a su punto mínimo y comience a incrementarse por los siguientes seis meses.

Celebramos el nacimiento de Jesús, seis meses más tarde, en la noche más larga después de la cual los días se irán haciendo más dilatados, es el renacer de la Luz.

Juan, llamado el Bautista, bañaba en las aguas del Jordán a sus seguidores, y les anunciaba la venida del Mesías. Jesús eligió recibir de Juan ese ritual de purificación antes de iniciar su ministerio.

Son dos personajes unidos por parentesco y por una misión. Ahora bien, el inicio del verano coincide en gran parte del Hemisferio Norte, con el arranque de las lluvias. De ahí la afirmación de que el día de la fiesta del Bautista marca el comienzo de la estación pluvial veraniega. En el Centro y Sur de México suelen coincidir fiesta y lluvias; en el árido Noroeste eso no es tan común.

A veces en la sierra sonorense inician las lluvias temprano y se dice que San Juan cumplió y trajo los aguaceros; en la llanura y el Desierto de Sonora es extremadamente raro que llueva para el 24 de junio. Por estos rumbos las lluvias se instalan, cuando eso sucede, hasta mediados del mes de julio.

El año pasado San Juan nos ignoró: En la llanura costera la precipitación apenas alcanzó un tercio del promedio anual, y en este 2024 no hemos tenido una llovizna que merezca el nombre, pero no se pierde la esperanza... La cercanía de San Juan mueve a los rancheros a aspirar el aire de la tarde con la ilusión de percibir el olor a tierra mojada; por las noches los campesinos otean el cielo en busca de relámpagos que auguren lluvias.

Decían los entendidos que el mejor aviso de los chaparrones era el llamado “relámpago de Mocorito”. La referencia a Mocorito, una localidad sinaloense situada al Oriente de Guamúchil, camino a la sierra, quizá advertía de tormentas lejanas pero posibles. De allá podía venir la humedad, y era una especie de anuncio meteorológico campirano, que suponían, añoraban, que tales chubascos seguirían un derrotero al Norte y arribarían a nuestro terruño.

Todo eso trae y recuerda el día del Bautista: Es un cambio de estación y una progresiva disminución de la luz solar diurna; marca el inicio de la espera de las aguas; nos entusiasma que en la sierra alta caigan los primeros aguaceros, nos regocijamos con el aroma a tierra mojada y volteamos a ver los relámpagos en la lejanía.

Se agradece a San Juan su apoyo, nos encomendamos a su oficio como protector de las aguas, y confiamos en su anuncio eficaz de la Luz que siempre regresa...

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