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Reconciliación

Hay que exigir igualdad ante la ley, de oportunidades y sobre todo de vivir sin miedo. En lo fundamental podemos coincidir.

¡Inquieta vive la cabeza que lleva una corona! exclama Enrique IV de Shakespeare, ante la imposibilidad de conciliar el sueño por el peso abrumador de gobernar.

De la primavera de la esperanza llegamos al verano del encono y desconfianza. A semanas del proceso electoral continúa la narrativa de división, denostación y negativa a reconocer al adversario vencido como un sujeto con igualdad de derechos.

Del reciente proceso electoral, que absurdamente aún no concluye todas sus etapas, quienes sean declarados ganadores tendrán la gran responsabilidad de gobernar para todos. Quienes no lograron el respaldo popular deberán apoyar toda aquella política pública que beneficie y proponer alternativas para construir posibilidades ante aquellas propuestas indeseables del ejecutivo y mayorías legislativas.

Unidad pregonan desde el púlpito presidencial, siempre y cuando esta sea en torno a sus ideas, ocurrencias y últimamente a veleidosos estados de ánimo.

Para una nueva administración la unidad nacional toma carácter de urgente, sólo mediante la reconciliación de una Nación polarizada, dividida, confrontada, temerosa y bajo asedio, se lograrán superar los retos en materia de seguridad, salud, educación y crecimiento económico.

No es denostando, persiguiendo y censurando a quienes se atreven a señalar que el emperador va desnudo como se construye una narrativa de posibilidades, tolerancia, respeto y paz.

La aspiración de reconciliación y unidad no debe plantearse como un intento de obligar a que todos pensemos igual o tengamos la misma cosmovisión que quien gobierne. Unidad partiendo del respeto a quienes diferimos, sólo así existiría la posibilidad de poder entablar un diálogo constructivo.

Sin duda alguna podemos coincidir en lo fundamental y continuar en desacuerdo en lo incidental. La aspiración de igualdad sin reconocer la naturaleza individual de cada uno de los mexicanos es un despropósito.

Hay que exigir igualdad ante la ley, de oportunidades y sobre todo de vivir sin miedo. En lo fundamental podemos coincidir.

Sin duda hay consenso que como prioridad se encuentra el tema de seguridad ante la pérdida de control territorial de grandes extensiones del País por parte del Gobierno, para ello habrá que reconocer el fracaso de la estrategia de militarizar la seguridad pública, que se debe trabajar desde lo local destinando los recursos necesarios para ello.

Que sin crecimiento económico va a ser imposible erradicar la pobreza, que el legado que deja la actual administración en crecimiento debe revertirse.

Que la corrupción pervive y que esta impide el desarrollo en todos los sentidos. Que la impunidad, evidenciada por una “cifra negra” superior al 97%, es alarmante.

Que sin una educación adecuada será imposible construir una sociedad y economía que permita a México competir entre las naciones.

Que la angustia de muchas familias derivada de la crisis del sistema de salud obliga a replantear el esquema propuesto que busca control centralizado de presupuestos y activos, para crear uno que auténticamente prevenga y atienda a la población sin importar en qué parte del País se encuentren.

Que el sistema de representación, no nos representa. Legisladores alejados de la gente y cercanos a sus cúpulas partidistas, votan en su mayoría en base a disciplina partidista ignorando a sus representados.

La reforma al Poder Judicial federal, con grandes áreas de oportunidad, si se hace bajo la lógica de venganza y sueños de captura institucional representará el retroceso más importante en 30 años.

Ante esta gran oportunidad sólo me queda elevar una plegaria porque quienes vayan a legislar auténticamente busquen reformar para mejorar, dejando atrás los ánimos de castigo y captura.

Sería un despropósito una reforma que no comprenda la Fiscalía General de la República, ministerios públicos, defensoría pública, sistema de reinserción social y la creación de nuevos códigos penales para reemplazar los anquilosados y parchados códigos vigentes.

Ante la crisis de representación donde un grupo mayoritario que representa el 39.86% no votó, que superan a la coalición de partidos encabezada por la virtual Presidenta electa, regresa a debate público la pertinencia de crear nuevos partidos políticos.

No estoy seguro que sea parte de la solución la creación de nuevos partidos, sin dejar de pensar que sería deseable que existiera por lo menos un partido político en México dado que ya no existen.

Los siete partidos nacionales se convirtieron en franquicias o clubes privados alejados de toda expresión y defensa de principios o ideología alguna.

Me gustaría ver organismos políticos con principios, valores y doctrina definida donde sus dirigentes no sean “gandallas”.

Partidos que no busquen reciclar candidatos cada elección, proteger corruptos, doblegarse ante el Gobierno en turno, con democracia interna, que tengan valor de postular mujeres y hombres auténticos que defiendan a representados sobre prerrogativas y cúpulas.

La época de partidos y dirigentes sin principios, ideología, decencia y pudor terminará cuando se tengan alternativas viables.

No considero viable ni deseable la creación de nuevos partidos por quienes parten de la premisa que basta con ofrecer un “contenedor” que agrupe a los desilusionados en busca de la captura de prerrogativas.

En seis años los dirigentes del partido más joven, un contenedor creado bajo la premisa de no mentir, no robar y no traicionar, en su actuar han ignorado los tres principios básicos.

¿Usted estaría a favor de crear un auténtico partido político?

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