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Nuevos siervos

Ojalá los nuevos siervos y siervas tuvieran la honestidad de mirarse en el espejo. Se parecen tanto a quienes aspiran a reemplazar.

Denise Dresser

IDEAS Y PALABRAS

Ya pululan por todas partes. En la televisión, en los periódicos, en las redes sociales, en las entrevistas de radio, en YouTube. Las plumas y las voces que protegen al poder. Hombres y mujeres dispuestos a defender cualquier abuso o justificar cualquier acto arbitrario o resignificar la erosión democrática para que parezca conquista. Van ganando espacios en medios que se alinean, van sentándose en sillas acomodaticias, van publicando en páginas que socializan la mediocridad en aras del balance. Porque para formar parte del aparato propagandístico de la 4T, no es necesario el talento, la formación, la congruencia o la trayectoria. Basta con ser un siervo. Basta con limpiar y pulir las palabras pronunciadas desde Palacio Nacional.

Basta con repetir las mentiras manufacturadas por el oficialismo para que parezcan verdad. Basta con seguir la línea discursiva marcada por el Presidente y el nutrido clan que le besa las manos. Los Moneros del Bienestar, las Lingüistas de la Mentiras Sinceras, las Abogadas del Autoritarismo, las Académicas de los Datos Distorsionados, los Politólogos del Populismo, las Dramaturgas de la Desdemocratización. Ni siquiera podría llamárseles intelectuales porque eso entrañaría que fueran capaces de producir un pensamiento propio. Pero los nuevos tiempos no exigen eso, ni su público lo espera. La única tarea que les toca es ser megáfonos de la mañanera, amanuenses del AMLOañol, orfebres de la obediencia, taquimecanógrafos del Tlatoani. Y ocasionalmente mezclar un gramo de crítica con kilos de sumisión, para no ser tan obvios. Algunos lo harán por convicción, otros por interés. El resultado es el mismo: la degradación del debate público, disfrazado de “relevo generacional” o combate al “conservadurismo” de los medios comerciales.

En los cuales todos cobran. En los cuales todos y todas quieren publicar o aparecer. En los canales públicos del Estado, donde se parodia a los críticos pero se guarda silencio sobre los hijos de AMLO. Donde se denuesta a los disidentes, pero se defiende a los indefendibles. Donde se crucifica a los opositores, pero se paga a los seducidos. En esos espacios de estulticia, la retórica de la posverdad prescinde de evidencia, investigación, cifras, y datos, o los tuerce a conveniencia. Para ser orador del obradorismo, el único requisito es perder todo límite ético, todo sentido de decencia, todo engranaje de empatía. No se trata de servir a la verdad, sino de servir al rey, o a la heredera. No se trata de analizar la realidad del País, sino de taparla cuando te lo pidan.

Ojalá los nuevos siervos y siervas tuvieran la honestidad de mirarse en el espejo. Se parecen tanto a quienes aspiran a reemplazar. Ninguna clase gobernante puede perdurar sin sus explicadores y los prianistas compraron a los suyos con becas y becarios, contratos y consultorías, tajadas y embajadas, proyectos especiales y contratos editoriales. Los capitanes de la cultura se convirtieron en cómplices implícitos de un sistema al cual tenían la obligación de criticar. Hacían mutis o hablaban en voz baja durante cenas privadas. Para prosperar había que comprometerse a no molestar o a hacerlo sólo tenuemente. Con “matices”.

Hoy las plumas de la posverdad cumplen el mismo encargo. Hoy las columnistas del click bait aspiran a la fama fácil, no al pensamiento libre o a la independencia intransigente. Los lacayos de las letras ya están haciendo negocios, obteniendo adjudicaciones, recibiendo dinero del erario, viviendo de la publicidad oficial o de los pagos documentados que les envía Claudia Shienbaum. Critican a los caudillos culturales del neoliberalismo, pero pelean por publicar en sus revistas o debatir con ellos. Embisten a los medios comerciales que mantienen su estilo burgués de vida, mientras pregonan su cercanía al pueblo.

Pero lo más grave del nuevo cortejo de cabecera no es su hipocresía. Es su pretensión de erigir muros contra el pluralismo, y arropar las prácticas revividas del autoritarismo. Si logran su objetivo, las letras libres volverán a estar en manos de mentes cautivas. Los supuestos relevos generacionales e intelectuales acabarán mimetizando al viejo régimen, con sus caudillos y sus clientelas, sus complicidades y sus silencios selectivos. Ensoberbecidos por su ascendo veloz al pináculo del análisis y del periodismo, a los nuevos siervos no les preocupa vivir de rodillas.