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El curioso caso de un rey americano

¿Es el fin de la democracia en Estados Unidos? No. Pero el sistema democrático de casi 250 años se está estirando al máximo.

Jorge  Ramos

¿Es el fin de la democracia en Estados Unidos? No. Pero el sistema democrático de casi 250 años se está estirando al máximo.

“La naturaleza del poder presidencial requiere que un expresidente tenga alguna inmunidad de acusaciones criminales por actos oficiales realizados durante su período en la presidencia”, concluyeron los jueces en una votación de 6 a 3. “Y respecto al ejercicio presidencial de sus poderes constitucionales, la inmunidad debe ser absoluta.”

Esta última frase es devastadora en una democracia. Establecer que la inmunidad de un presidente es “absoluta” deja al resto del país en una total indefensión. ¿Qué ocurriría si un presidente en funciones comete actividades criminales, es corrupto o desea vengarse personalmente de sus opositores políticos y asegura que todo se trata de “actos oficiales”?

Eso lo vio claramente la jueza puertorriqueña Sonia Sotomayor, quien votó en contra de otorgar inmunidad a presidentes y expresidentes. “En el uso de sus poderes oficiales, el presidente ahora es un rey por encima de la ley”, escribió Sotomayor al disentir. Y luego dio varios ejemplos. ¿Qué pasaría si un presidente ordena a las fuerzas especiales de la marina asesinar a un rival político? ¿Qué ocurriría si organiza un golpe de estado para quedarse ilegalmente en el poder? ¿Qué se hace si acepta un soborno a cambio de otorgar un perdón presidencial? “Inmune, inmune, inmune”, contestó.

Exacto. Esos son poderes que sólo tenían los reyes hace siglos y, conforme fue avanzando el concepto de democracia, los fueron perdiendo. Por eso es un grave error restaurar los elementos más represivos y autoritarios de los reinados. Y más en un país como Estados Unidos.

Fue un 4 de julio de 1776 en que los llamados “padres fundadores” de Estados Unidos rechazaron la monarquía del rey Jorge III de Inglaterra. A partir de entonces se ha ido construyendo una democracia funcional donde gana la presidencia quien obtiene más votos electorales y en la que todos debemos someternos a ciertas reglas. Tanto es así que hace poco Hunter Biden, el hijo del presidente, fue hallado culpable de mentir para obtener una arma de fuego. De igual manera, hace menos de dos meses Trump se convirtió en el primer expresidente en ser convicto de 34 crímenes por falsificar documentos.

Nadie estaba por encima de la ley. Ya no. Nada de esto, por supuesto, ocurre en un vacío. Tres de los seis jueces conservadores que tomaron la decisión de darle inmunidad en actos oficiales a presidentes y expresidentes fueron nominados por Donald Trump. Y esta decisión la toman cuando el mismo Trump tiene en su contra más de 90 cargos criminales. Ahora fácilmente puede decir que todas las acusaciones en su contra fueron “actos oficiales” y se podría salvar.

Lo que decidieron esos seis jueces conservadores de la corte fue el sueño del expresidente Richard Nixon, quien renunció en 1974 luego del escándalo de Watergate. Si hubiera tenido inmunidad, quizás habría tratado de quedarse en la presidencia a pesar de haber espiado ilegalmente a sus oponentes políticos. “Cuando un presidente lo hace, significa que no es ilegal”, le dijo Nixon al entrevistador inglés David Frost en 1977.

Eso es exactamente lo que acaba de decir la Corte Suprema en Estados Unidos. Aunque algo sea ilegal, si lo hace un presidente como un acto oficial, no puede ser perseguido penalmente.

Este es un ejemplo terrible para América Latina. ¿Cómo echarle en cara a los dictadores de Venezuela, Cuba y Nicaragua todos sus abusos si Estados Unidos, por ley, le permite a su presidente hacer lo que quiera? ¿Cómo exigirles a sus aliados que protejan los derechos humanos y los conceptos más básicos de la democracia si el presidente estadounidense no está obligado a hacerlo?

Después de la desastrosa actuación de Joe Biden en el debate presidencial, han aumentado las posibilidades, según las encuestas, de que Trump regrese a la Casa Blanca. Pero en ese mismo debate Trump se negó tres veces a decir que aceptaría categóricamente los resultados de las elecciones el 5 de noviembre. Tampoco ha reconocido que perdió las votaciones del 2020. Ahora, con la inmunidad que le ha otorgado la corte, la democracia estadounidense está más frágil que nunca.

Uno de los documentos que más admiro es el acta de independencia de Estados Unidos. Ahí se establece que todos los seres humanos “fueron creados iguales.” La idea central era abolir el poder del rey inglés. Pero ahora, en uno de esos extraños y curiosos giros de la historia, la corte suprema le otorga al presidente la posibilidad de convertirse en una especie de rey americano. Nada bueno puede ocurrir cuando un país de millones depende de la voluntad de uno solo.

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