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De mañana en ocho, en Venezuela…

Hoy, la tercera parte de los venezolanos que permanecen en su País han considerado la posibilidad de salirse si Maduro sigue en el poder.

Jesús Canale

Nicolás Maduro -como todos los frutos ya maduros- podría caer según resulte el dictado electoral del domingo 28 de julio toda vez que en esta ocasión, tal y como fue hace once años, hay serias probabilidades -aunque inciertas posibilidades- de que la oposición triunfe en los comicios presidenciales de Venezuela.

La candidata opositora con reiteradas probabilidades de derrotar electoralmente a Maduro, María Corina Machado (54 años), fue confirmada en una sospechosa y objetivamente cuestionable sentencia del Tribunal Supremo de Justicia como persona inhabilitada para ocupar cargos públicos durante quince años, en otra de las maromas jurídicas del chavismo que ya acumula mil 400 personas inhabilitadas.

Así se las gastan las cortes supremas configuradas al servicio del Poder Ejecutivo. Maduro tiene el control del Ejército, de los legisladores, del consejo encargado de las elecciones, del Poder Judicial, también de muchos medios de comunicación, de las corporaciones de Policía y de los grupos de choque paramilitar: La sartén por el mango y el mango también.

Así las cosas, la oposición venezolana deglutió sus diferencias internas y se unificó para postular la candidatura presidencial de un ciudadano poco conocido, de nombre Edmundo González (74 años, foto), que si bien no era tan popular como María Corina, ha crecido en preferencias y en tres sondeos recientes superó a Maduro. Una extraña sensación de la ciudadanía venezolana es que Maduro pueda atraer votos “con la promesa de alimentos y otros incentivos” según la articulista del buró andino del NYT en Bogotá, Julie Turkiewitz.

Igualmente ha llamado la atención el hecho de que, según politólogos, el candidato González fue aceptado por Maduro a contender para hacer un guiño al gobierno de los Estados Unidos a fin de que éste aligere sus presiones económicas, aunque por otro lado es un hecho advertido en la región que, de continuar Maduro en el poder aumentaría la inestabilidad en el vecindario, tanto en los países que aún guardan cierta simpatía con el chavismo venezolano y obviamente en los que ya no, y, en el dado caso de quedar Maduro fuera, se piensa que ya habrá negociado una salida súbita del País pues sobre él pesan acusaciones internacionales que se sumarían al desmoronamiento de la “cargada” doméstica.

Un hecho seguro es que, según el manifestar de muchos venezolanos, la permanencia o salida de ellos del País dependerá de si Maduro sigue en el poder o resulta derrotado en los comicios: “Si él sigue, yo me voy” es el estribillo inspirado por la hartura. Cualquiera podría admitir que hay dos escenarios cuando un pueblo está cansado de su gobierno: O se rinde, se aburre del exceso de autoridad y se retira de la arena pública a ver programas de propaganda oficial o telenovelas (series, les dicen ahora) o bien aprovecha cualquier hendidura en el oficialismo para levantarse e írsele encima aun poniendo de por medio la vida misma.

Pero hay una tercera salida: La salida más triste; cuando de plano el pueblo ya no puede, la gente se va. Y de Venezuela, según la ONU, ya se han ido ocho millones en relativamente poco tiempo y a pesar de los riesgos del Darién y otras selvas, también el riesgo del paso por Centroamérica y -tristemente- por México, pues la verdad es que no hemos acogido bien a los migrantes. Los hechos están a la vista, ciertamente más por los ojos de ellos que por los nuestros.

Hoy, la tercera parte de los venezolanos que permanecen en su País han considerado la posibilidad de salirse si Maduro sigue en el poder y ya no solo por la economía sino por la estrechez de las libertades: Hay más de 300 presos políticos, según la ONG “Foro Penal”; se incrementan las detenciones por disidencia: “Un día eres crítico y al siguiente estás detenido” dice Rocío San Miguel, experta en seguridad, ahora en arresto. Las ideologías y cosmovisiones dogmáticas impuestas desde el poder terminan siempre mal. ¡Siempre!

Jesús Canale es médico cardiólogo por la UNAM. Maestría en Bioética.

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