¿Te pesa mucho el pasado? ¿Te angustia el futuro?
A veces hay que saltar, confiando en que aparecerá el piso.
Hace años tomaba unas clases de ajedrez con el gran maestro Rubén Felgaer. Era una experiencia muy interesante, porque sus enseñanzas iban mucho más allá del juego. Eran lecciones de vida.
Una vez jugábamos una partida en la que yo tenía las piezas blancas, la iniciativa. Ese día me sentía particularmente inspirado y pude desplegar un muy buen juego, que puso en aprietos al gran maestro.
Sin embargo, en un momento di un paso en falso.
-”Eso fue una mala jugada”.
Me explicó el por qué, y comenzó un contrataque que sería devastador.
Después que él moviera, analicé nuevamente el tablero y moví mi pieza.
-”Esa no es tu mejor jugada”, dijo con un tono enigmático.
Volví a repasar mis posibilidades y no encontré mejores alternativas. Lo miré pidiendo una explicación.
-”La mejor jugada es deshacer la movida anterior”, me dijo con una sonrisa.
Volví a mirar todo el tablero y efectivamente era mejor hacer eso. ¿Por qué no lo había considerado?
-”Encima que hago una mala jugada, quieres humillarme haciendo que pierda otro tiempo más en deshacer lo que nunca debí haber hecho…”, le dije con algo de enojo.
Su respuesta fue una gran lección de vida:
-”Si quieres ser un buen jugador de ajedrez tienes que aprender a jugar sin pasado y sin futuro. No importa lo que hiciste mal y tampoco son muy relevantes las conjeturas sobre lo que puede llegar a pasar. En este momento, si analizas el tablero, la mejor jugada posible es mover esa pieza en esa dirección, más allá que implique volver atrás sobre tus pasos. Quítale la carga emocional, el orgullo, y haz lo mejor que puedes hacer en este preciso momento”.
Aprender a jugar y a vivir, sin pasado y sin futuro.
Pensé en diversas situaciones que atravesaba. Llevaba poco tiempo de separado por un amor prohibido que me había tomado en cuerpo y alma. Sin embargo, sufría mucho por haber roto mi familia. Pensaba en volver y ver si podía reparar el daño hecho. Pero ¿cómo hacerlo? Me daba vergüenza y también dolor el solo hecho de imaginarlo. ¿Lastimaría a otra persona más -en este caso a mi novia-, para volver con mi mujer y mis hijos? ¿Cuándo pararía de cometer errores y hacer sufrir a las personas importantes de mi vida?
También tenía otro dilema a nivel laboral. Mi trabajo no me interesaba, pero me servía para pagar cuentas y tener reconocimiento. Aparecían algunas opciones que me llenaban de entusiasmo, pero siempre al final me frenaba, pretendiendo garantías que no existían. “¿Y si dejo mi trabajo seguro por este proyecto y después no funciona?”. Esa era la típica pregunta corrosiva que me dejaba paralizado, siempre en el mismo lugar.
El consejo de mi profesor de ajedrez servía para ordenar mi mente. No se trataba de saltar al vacío sino de evaluar qué era lo mejor para hacer en este preciso momento, con las circunstancias como estaban.
Ser capaces de registrar y aprender del pasado, pero sin que se convierta en una trampa que nos deja el resto de nuestra vida paralizados y con sentimiento de culpa.
Poder mirar el futuro en forma realista, sin por eso exigir garantías que la vida no puede ni podrá ofrecernos.
A veces hay que saltar, confiando en que aparecerá el piso.
¿Y tú? ¿Qué pasado de tu vida estás cargando, que te aplasta con su sentimiento de culpa y te impide tomar mejores decisiones? ¿Y a qué futuro le tienes tanto miedo, que para evitarlo, estás malgastando tu presente, que es lo único concreto que tienes?