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Humor dominical

El médico cayó al suelo de sentón. Le indicó a su paciente, joven mujer de busto exuberante: “¿Señorita Grandchichier?: La próxima vez que le diga que respire profundamente, deme tiempo de hacerme a un lado”.

. Catón

“Esta noche no. Me duele la cabeza”. Eso le dijo doña Frigidia a su esposo, don Frustracio. Adujo él: “Ahí no te voy a hacer nada”.

En el consultorio del doctor Duerf, psiquiatra, doña Jodoncia se dirigió a su esposo, don Martiriano: “Imbécil: el doctor te está preguntando a qué crees que se debe tu complejo de inferioridad. Responde, gusano”.

“Ay, vida, dime que no es cierto, que tú no has escrito esta carta fatal”. Tal era el principio de una pesarosa canción del trío Los Jaibos que escuchábamos en la radio, la de “La guacamaya”, cafetería inolvidable frente a la hermosa Alameda de mi ciudad, Saltillo.

La carta en la cual la amada le anunciaba a su amador que ya no lo amaba tenía un nombre entre los soldados norteamericanos que combatían en los diversos frentes de la Segunda Guerra. Se llamaba Dear John letter.

Un chico dejó novia en los Estados Unidos. Ella le escribió una Dear John letter para decirle que había encontrado un nuevo amor. Quería que le devolviera el retrato que le dio antes de que el muchacho se alistara en el Ejército. Otro cualquiera en su caso se hubiese echado a llorar. Él, cruzándose de brazos, dijo que le daba igual.

A 20 o 30 de sus compañeros les pidió una foto de sus respectivas novias o esposas. Con esos retratos integró un paquete al cual adjuntó su respuesta a la inconstante: “Perdóname, pero no recuerdo cuál de estas eres tú. Por favor, toma tu fotografía y envíame de regreso las demás”.

Una señora llamó por teléfono, angustiada, al hospital: “¡Mi hijo de 5 años acaba de tragarse un preservativo!”. El médico que tomó la llamada le indicó: “Tráigalo inmediatamente a urgencias. Yo lo atenderé. ¿Tiene usted seguro de gastos médicos mayores o va a pagar en efectivo o con tarjeta?”. Minutos después, la señora volvió a llamar y dijo alegremente: “Ya no necesitaremos sus servicios, doctor. Mi esposo halló otro preservativo”.

En la clase de Historia Sagrada, la señorita Peripalda les preguntó a los niños: “¿Quién fue el padre de Abraham?”. “El señor Lincoln” -respondió Pepito. (El padre de Abraham fue Tare, descendiente directo de Noé, cuya esposa le dijo: “Ya deja de estar trabajando en esa ridícula arca y métete. Parece que va a llover”).

Mis cuatro lectores conocen a Meñico Maldotado. Es un pobre joven con quien Natura se mostró avara en la parte correspondiente a la entrepierna. No obstante, su minusvalía recordó la canción que dice: “Trata de ser feliz con lo que tienes” y desposó a Pirulina, muchacha con bastantes kilómetros de vida recorridos. Y millas también, pues en un tiempo vivió en el país del Norte.

Los recién casados fueron de luna de miel a un hotel de playa, y ocuparon la suite nupcial del establecimiento. Al empezar la noche de las bodas, Meñico se colocó frente a su flamante esposa y con estudiado ademán dejó caer la bata de popelina verde con elefantitos rojos que su señora madre le había confeccionado para la ocasión. Por primera vez lo vio Pirulina al natural. Le dijo: “La habitación cuesta 7 mil pesos por noche. ¿Y me sales con eso?”.

El médico cayó al suelo de sentón. Le indicó a su paciente, joven mujer de busto exuberante: “¿Señorita Grandchichier?: La próxima vez que le diga que respire profundamente, deme tiempo de hacerme a un lado”.

Chaquetito, muchacho que apenas había salido de la adolescencia, le pidió a la sexoservidora de la esquina que, por favor, le informara el monto de su tarifa, honorarios o arancel. La mujer le dio el dato. Chaquetito contó el dinero que traía en su cartera y luego suspiró desolado: “¡Caramba! ¡Otra vez tendré que recurrir al sistema de autoservicio!”.

FIN.

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