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Todos como iguales

En las próximas semanas conoceremos el desenlace del paquete de reformas constitucionales presentadas por el Presidente y respaldadas por la presidenta electa.

Óscar Serrato

George Orwell hace 80 años escribió “Rebelión en la granja”, una sátira sobre el régimen soviético, donde los animales expulsan al irresponsable y alcohólico granjero tirano, Mr. Jones, para ellos administrar bajo sus reglas la granja “Manor”. En la obra de las siete reglas iniciales, la más recordada es la de “Todos los animales como iguales”, misma que cuando Napoleón, el cerdo, que logra cambiar las reglas de gobernanza de la granja para declararse comandante supremo, se trasforma en “Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”.

Orwell, que en su novela narra el papel de los borregos que repiten las falacias del régimen, años después reflexionaba sobre la facilidad que la propaganda en un estado totalitario podía controlar la opinión de personas ilustradas en países democráticos. Encontrando que personas sensatas y observadores “bien informados” tomaban como ciertas las acusaciones de conspiraciones, traiciones y sabotajes propaladas por los propagandistas del régimen.

Ocho décadas después, múltiples transformaciones de la vida pública y cambios de regímenes nos dejan la lección de que sin instituciones robustas, auténtica separación de poderes, respeto a la intencionalidad del constituyente y ciudadanos que les recuerden que, por más que se declaran “más iguales que otros”, los gobernantes en una democracia son simples depositarios temporales de la gestión gubernamental. La propaganda de un régimen autoritario, al igual que hace ocho décadas, pervive en su búsqueda de torcer la realidad a su conveniencia en aras de que personas sensatas no se atrevan a señalar la realidad imperante: El emperador va desnudo, imposible ocultar su fracaso.

Claudia Sheinbaum, en sus discursos con motivo de la recepción de constancia de mayoría, ya como presidenta electa, fiel a su narrativa de campaña, origen y agradecimiento a quien la entroniza como sucesora, presenta un panorama con pocos cambios en lo sustantivo. No se esbozan cambios para corregir el rumbo en las evidentemente fallidas políticas públicas en materia de seguridad, salud, educación, corrupción, democracia, legalidad, medio ambiente, energía y justicia social.

De resaltar la advertencia que deja a los magistrados del Tribunal Electoral: “… Es clara la norma electoral en la asignación de los legisladores de mayoría y de representación proporcional”. Al igual que llama la atención su énfasis al prometer lo obvio: “… Sepan que actuaré con honestidad, responsabilidad, respetando la independencia de los poderes, gobernaré para todos y para todas las mexicanas y mexicanos…”, promesa que contrasta con la intencionalidad declarada de dar un golpe de Estado al Poder Judicial de la Federación y violentar la intencionalidad del constituyente en materia de sobre representación legislativa.

El respeto a separación de poderes no debería de estar condicionado a si estos están capturados o no, tal como sucedió en los primeros años de la administración saliente, donde la Suprema Corte la presidía el hoy impresentable Zaldívar. El mandato al que hace alusión Sheinbaum en los dos discursos pronunciados por más que lo repita y refuercen los propagandistas, a modo se basa en un respaldo del 36.47% del universo de votantes, no es ni siquiera bajo la más febril interpretación un “mandato” para dinamitar las salvaguardas constitucionales de órganos independientes que garantizan derechos ciudadanos y acotan la discrecionalidad del ejecutivo en aquellos asuntos donde es juez y parte.

La declaración que “… La transformación por la que votaron mayoritariamente las y los mexicanos es la que concibe como derechos y no como privilegios la educación, el acceso a la salud, la alimentación saludable, la vivienda digna, el salario justo, la pensión suficiente, es decir, eligieron un estado de bienestar desde la cuna hasta la tumba”. Sobre ella habría que resaltar que los derechos enunciados por Sheinbaum, desde hace décadas, en algunos casos, forman parte del texto constitucional. La administración saliente, al igual que las anteriores, no fue capaz de honrar sus obligaciones, cada una priorizó sus proyectos emblemáticos de dudosa rentabilidad social sobre obligaciones primigenias. La rentabilidad personal o de grupo, nuevamente triunfa sobre la rentabilidad social y obligaciones constitucionales.

No es alcanzable la promesa de un estado de bienestar desde la cuna hasta la tumba con base en la capacidad financiera de un estado que para seguir operando se ha endeudado a razón de 211,304 millones de pesos y 1,005 millones de dólares por cada uno de los primeros seis meses de 2024. La intencionalidad declarada en el discurso del Teatro Metropolitan de un sistema de salud único, un millón de viviendas, 3 mil kilómetros de vías de trenes, entre otras, requerirá obligadamente de recursos, vía deuda o capital privado, ambas fuentes de financiamiento requieren de un compromiso de respeto al Estado de derecho y a una auténtica separación de poderes.

En las próximas semanas conoceremos el desenlace del paquete de reformas constitucionales presentadas por el Presidente y respaldadas por la presidenta electa. El modificar la naturaleza misma del Estado para saciar la frustración e ira de un empequeñecido hombre es perverso.

Coincido en parte del diagnóstico, hay grandes oportunidades de transformar, más no concuerdo con la dirección, ni con la intencionalidad de captura y destrucción de instituciones para ponerlas al servicio de un pequeño grupo que se sienten, hoy por hoy, más iguales que otros.

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