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¿Cansado de no encajar?

¿Qué son nuestras permanentes descalificaciones a nosotros mismos porque no somos como “deberíamos” ser?

Juan Tonelli

Procusto era un posadero que al llegar sus huéspedes era amable y solícito. Según la mitología, cuando los forasteros se recostaban en la cama, él los ataba, amordazaba, y si eran más largos que la cama, les cortaba las manos, los pies y hasta la cabeza, para que tuvieran las mismas dimensiones que el catre. Por el contrario, si eran más petisos, los estiraba hasta romper todas sus articulaciones y descoyuntarlos, con el mismo objetivo de “adaptarlos” al largo de esa cama.

El lecho de Procusto representa, más allá de la crueldad de su protagonista, a todas esas ideas rígidas que tenemos, pretendiendo que la realidad se ajuste a ellas. Y no. Simplemente no sucede. Con demasiada frecuencia.

La realidad es la que es, no la que nosotros querríamos.

Y solemos actuar como Procusto, cortando lo que sobresale de la cama, descuartizando lo que no alcanza.

¿No?

¿Qué es nuestro sistemático rechazo a ciertas características de nuestra pareja (gorda, flaco, mujeriego, gastadora, alcohólico, poco trabajadora, y otros estereotipos y prejuicios)?

¿O de nuestros hijos: Vago, gordo, sedentario, estudiante de una carrera “sin futuro”, etcétera?

¿Qué son nuestras permanentes descalificaciones a nosotros mismos porque no somos como “deberíamos” ser?

La lista podría ser infinita, así que mejor dejarla acá.

Una buena paradoja es cómo termina el mito. Teseo recuesta a Procusto en su propia cama, y resulta que él tampoco encaja en ese lecho tramposo, por lo cual Teseo procede a descuartizarlo para que “encaje”. Le aplica su propia medicina.

Nadie encaja y no hay nada más tortuoso que pretender que nuestro entorno -o nosotros mismos- nos ajustemos a las arbitrarias ideas y conceptos que tenemos. Sufrimiento garantizado.

En la misma línea hay un cuento oriental en el que un señor encuentra un halcón y piensa que es una paloma descuidada.

Toma un alicate y primero le corta las garras. Luego procede con el pico. Por último, con una tijera le recorta las alas.

Cuando termina su “obra” se siente satisfecho.

-“Ahora eres una paloma como Dios manda”, piensa.

Y así actuamos nosotros, con nuestro entorno (pareja, hijos, hermanos, compañeros de trabajo) y con nosotros mismos.

Y al igual que ese halcón podemos parecer “prolijos” en relación a nuestros criterios, pero en el fondo lo que hay son seres mutilados.

En tu vida ¿a quiénes estás mutilando?

¿A tu pareja? ¿Con qué temas?

¿A tus hijos? ¿Cuáles son los objetos de tus torturas?

¿A ti mismo? ¿Qué cosas rechazas implacablemente?

Detrás de todo esto subyace la errónea creencia que si las cosas se ajustaran a nuestros criterios, todo estaría bien, nosotros estaríamos en paz, tendríamos una felicidad plena.

Y eso es un disparate. Las cosas no funcionan así. Aún si todo fuera como querríamos, seguiríamos persiguiendo el horizonte, tratando de alcanzar un lugar al que nunca podremos llegar.

¿Por qué no podemos dejar a los demás, y también a nosotros mismos, en paz?

Había un rey que para no lastimarse los pies al caminar, mandó a alfombrar todo su reino. Le explicaron que además de costoso, era imposible. Pero él insistía: No quería lastimarse, por lo cual caminar sobre alfombras parecía la solución adecuada. Uno de sus asesores tuvo una idea brillante: Cortar un pedazo de alfombra y atárselo a los pies. Con eso podría caminar por cualquier lugar sin lastimarse, y sobre todo, sin necesidad de tener que alfombrar el reino. Cuentan que así empezó el desarrollo del calzado…

Mejor ponernos un par de zapatos y salir a caminar la vida, que pretender alfombrar el mundo.

Si las entiendes, las cosas son lo que son. Sino las entiendes… las cosas son lo que son.

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