El sendero de la locura
Me niego a resignarme a que tenemos el gobierno que merecemos.
El calendario implacable, como es, marca hoy como el inicio del primer periodo de sesiones ordinarias del Congreso. También hoy, de acuerdo con el 69 constitucional: “… El Presidente de la República presentará un informe por escrito, en el que manifieste el estado general que guarda la administración pública del País”. Dos actos, uno que marca el regreso del dominio de un solo partido en el congreso con los riesgos que ello implica y otro que marca el inicio de la evaluación histórica de lo que representó para México López Obrador a escasas semanas de su anunciado retiro de la vida pública.
En una primera aproximación me aventuraría a declarar este “sexenio” que se acaba como el de la polarización. La confortación, descalificación, denostación y negación del legítimo derecho a disentir desde el púlpito palaciego sin temor a equivocarme será parte relevante del obituario político de la administración saliente. No tengo duda de que en estos 30 días que le quedan al Presidente continuará en su deterioro cognitivo, erosionando la gobernanza, así como socavando la civilidad entre poderes, naciones e individuos. Treinta días donde un arrinconado Presidente, herido en su orgullo al haber fracasado, buscará culpables en todos los rincones ante su evidente incapacidad de reflexión y autocontrol. El prisionero de Palacio próximo a ser remitido a su finca de retiro, hoy rodeado de cortesanos, en el mejor de los casos se irá a dictar su epitafio y en el peor de los casos buscará emular a Plutarco Elías Calles.
Esta era que termina también estará marcada por la mentira. Los “otros datos” imaginarios con los que se ha buscado negar la realidad, implacablemente terca como es, no obstante la reiterada negación a cumplir con la ley de transparencia, la aterradora realidad de la herencia que deja esta administración en materia de seguridad, salud, corrupción, militarismo, educación, finanzas públicas, energía, derechos humanos, legalidad y democracia es inocultable. No hay propaganda alguna que logre tapar el Sol con un dedo. El gran dedo presidencial y los pequeños apéndices de “sus gobernadores” en su intento por fijar su post verdad representan un ejercicio patético que los presenta de cuerpo entero. No debería de sorprender que quien declaró “al diablo con sus instituciones” antes de irse lo esté impulsando, su deseo de pasar a la historia es tan grande que ha decidido emular a Eróstrato. Parecería que para quienes no fuimos parte de aquellos ilusos que votaron por la alternancia hace seis años, estamos inmersos en un capítulo de “La marcha de la locura” de Barbara W. Tuchman.
Son cada día más las voces que señalan que el camino de destrucción institucional que impulsa el Presidente de la República y que acucia una presidenta electa que se niega a asumir responsabilidad, liderazgo y definirse como autónoma. Las manifestaciones públicas aumentan día con día, el territorio donde existe ausencia de gobierno cada día crece y en respuesta los ciudadanos escuchamos declaraciones irresponsables como las del gobernador Durazo que habiendo cedido o perdido el control territorial recomienda a los ciudadanos de que deberíamos de transitar “con cuidado”. La rendición de cuentas plasmada en los informes de gobierno es autocomplaciente, la autocrítica siempre ha estado ausente y a lo más que se ha llegado es a aquellas lágrimas de López Portillo en 1982 ante la magnitud de su fracaso. Ni en el informe escrito y mucho menos en el evento presidencial podemos esperar reconocimiento de la realidad, la fantasía de su mundo imaginario donde ningún mexicano vive, es lo que escucharemos. En un acto de justicia, la evaluación deberá partir de lo que está plasmado en el Plan Nacional de Desarrollo. Un documento que declara que “un plan nacional de desarrollo expresa la parte del pacto social que le corresponde cumplir al gobierno”, donde en tres grandes apartados desarrolla los objetivos. Y sobre esta base que si puede evaluar si el gobierno cumplió o no.
El epílogo del Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024 recoge la Visión de 2024. Una pequeña muestra, basta contrastar lo que el Presidente dice que lograría contra lo que se observa. “El fortalecimiento de los principios éticos irá acompañado de un desarrollo económico que habrá alcanzado para entonces una tasa de crecimiento de 6%, con un promedio sexenal de 4%”. El crecimiento promedio rondará por el 0.8%. “Nadie padecerá hambre, la pobreza extrema habrá sido erradicada, no habrá individuos carentes de servicios médicos o de medicinas y los adultos mayores recibirán pensiones justas y podrán vivir sin estrecheces materiales”. Nueve millones viven pobreza extrema, 30 millones perdieron acceso a servicios de salud. “Para entonces la delincuencia organizada estará reducida y en retirada”. “Los índices delictivos -de homicidios dolosos… Se habrán reducido en 50% en comparación con los de 2018… Van 196 mil 287 homicidios dolosos.
Me niego a resignarme a que tenemos el gobierno que merecemos. Somos responsables de haber delegado la acción pública en un puñado de mujeres y hombres que se nos presentan como “políticos profesionales”. Para cambiar los resultados no basta con cambiar a quienes nos gobiernan, es necesario que nosotros cambiemos y asumamos nuestra responsabilidad en una democracia.