Envenenándose
Nelson Mandela acuñó una frase sabia que debería ser memorizada por el oficialismo y los oficialistas: “El resentimiento es como beber veneno y después esperar que mate a tus enemigos”.
IDEAS Y PALABRAS
Nelson Mandela acuñó una frase sabia que debería ser memorizada por el oficialismo y los oficialistas: “El resentimiento es como beber veneno y después esperar que mate a tus enemigos”. Lo que impulsa la demolición disfrazada de transformación, no es corregir el sistema judicial, asegurar la austeridad republicana, fortalecer al Estado, enfrentar a los oligarcas, o jalar a Claudia Sheinbaum a la izquierda del espectro político. La motivación es mucho más pedestre y primitiva. La venganza. El rencor. El despecho. El poder presumir que el lopezobradorismo descabezó a las élites y colgará sus cabezas en la puerta de la Suprema Corte. Detrás de cada una de las iniciativas que se aprobarán próximamente en el Congreso no hay un atisbo de esperanza. La pulsión predominante es la venganza.
La amargura porque Norma Piña no se paró de manera protocolaria para honrar al Presidente. El resquemor porque ministros, magistrados y jueces federales le colocaron cercos constitucionales a un Presidente que quería gobernar saltándoselos. El odio a periodistas independientes que no le aplaudieron en la mañanera y obtenían datos vía el INAI para exhibir los privilegios de la nueva mafia en el poder, el espionaje de la Sedena o por qué no fuimos Dinamarca. El desprecio a las viejas élites de quienes ahora quieren ocupar su lugar y obtener los mismos contratos, los mismos espacios mediáticos, las mismas consultorías gubernamentales y las mismas adjudicaciones directas. El revanchismo se vende como reformismo, acompañado de un discurso construido sobre la instrumentalización del agravio.
Como ha escrito Vero Teigeiro, lo que se ve todo el tiempo es “gente celebrando que ‘se chin...’ a los no simpatizantes, a la oposición, al Prian, a la SCJN”. No se habla de lo que se va a descomponer con la desaparición de los órganos autónomos, con la elección de los jueces o con la militarización permanente de la seguridad pública. En privado, los morenistas reconocen que la reforma judicial no es una buena idea, pero en público la justifican o la critican tímidamente. Porque lo que importa no es la mejora del País sino la mofa del “opositor”. Lo que predomina no es el análisis sino la burla. La consigna no es auscultar al gobierno sino demoler a quien lo cuestiona.
En esta lógica del resentimiento que se impone sobre el entendimiento, la posible desestabilización del País no proviene de reformas improvisadas, mal diseñadas, elaboradas con premura y sin medir las consecuencias. La culpa es de “la derecha” y del Prian, como si todavía existieran o fueran relevantes. El lopezobradorismo a punto de controlarlo todo no es capaz de hacerse cargo de sus propias decisiones o de sus implicaciones. Las ha señalado el Banco de México, Morgan Stanley, Bank of America, Fitch, Human Rights Watch, la ONU, The Washington Post, The Economist, The Wall Street Journal, Amnistía Internacional y hasta el imberbe embajador Ken Salazar. El plan C es autodestructivo. La reforma judicial es suicida. La eliminación de los órganos autónomos es violatoria de compromisos suscritos en el T-MEC. López Obrador no va a constreñir a Claudia Sheinbaum. La obligará a beber cicuta o ella lo hará voluntariamente.
Y quienes niegan la intoxicación inducida lo hacen por ignorancia, mala fe, nacionalismo mal entendido, lealtad tribal o deshonestidad intelectual. Basta con leer el reporte “Turning Point: The Impact of AMLO’s Reforms on USMCA and Nearshoring”, publicado por el Mexico Institute del Wilson Center. Un análisis minucioso, independiente, no partidista, de cómo las reformas que el Presidente empuja vengativamente debilitarán el entorno regulatorio, degradarán el clima de inversión, reducirán la competitividad internacional y pondrán en jaque miles de millones de dólares en inversión.
Al gobierno no le molestan las críticas sobre la destrucción democrática. Pero sí debería preocuparle las múltiples advertencias sobre las consecuencias económicas del plan C. Sin confianza no hay inversión. Sin inversión no hay crecimiento económico. Sin crecimiento económico no hay dinero para seguir financiando programas sociales. Sin respeto a las reglas no hay nearshoring ni T-MEC que nos salven de nosotros mismos. Con el plan C, AMLO y Claudia Sheinbaum esperan aniquilar a sus adversarios “neoliberales”. Pero de paso están envenenándose a sí mismos y al pueblo de México.
ÁTICO
Detrás de las iniciativas que se aprobarán en el Congreso no hay un atisbo de esperanza. El impulso predominante es la venganza.