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Miénteme una eternidad

La profundidad y sistematicidad del engaño en la que incurrió el Presidente en el sexenio estuvo fuera de todo parámetro.

María Amparo Casar

Es cierto que, como dijo Hannah Arendt, “la verdad y la política nunca se llevaron bien” y que nadie “puede poner la veracidad entre las virtudes de la política”. Pero como en todo en la vida, hay grados.

La profundidad y sistematicidad del engaño en la que incurrió el Presidente en el sexenio estuvo fuera de todo parámetro. Se expandió como hiedra sin consecuencia alguna para su popularidad. Hizo uso de sus mañaneras para construir una realidad alterna contra la que nunca se pudo competir.

Hizo del engaño su forma de gobernar. Comenzó engañando y terminó engañando. Pareciera que está en su naturaleza. Al recibir su constancia de Presidente electo prometió no entrometerse en el resto de los poderes y acabar con la práctica de que el Ejecutivo siguiera siendo el poder de los poderes. Hizo justo lo contrario. Disciplinó al legislativo, cooptó hasta donde pudo al Poder Judicial y capturó a los órganos autónomos. Por la vía legal, ilegal o la extorsiva.

Emblemáticos de esta última práctica fueron un ministro de la Corte y el jefe de la CRE.

En sus muchos informes y en sus más de mil 400 mañaneras, prometió una verdadera democracia y entregó lo contrario, una verdadera autocracia. Prometió la separación entre poder económico y siguió el patrón de sus antecesores enriqueciendo a un puñado de empresarios y creando algunos nuevos. Prometió acabar con los legisladores “levantadedos” y llevó al extremo la disciplina en el Congreso. Prometió guiarse por la Constitución y las leyes y las violó persistentemente. Prometió acabar con la violencia a través de la educación, la salud y las oportunidades y no hizo sino empeorar estos indicadores y cerrar el sexenio con 200 mil muertos que, según él, son homicidios que no violencia.

Sus mentiras no fueron piadosas ni blancas. Acompañadas de una política de transferencias directas y en efectivo, fueron parte de una estrategia política que rindió resultados no al bienestar y la prosperidad de los mexicanos, pero sí a su popularidad. A ello destinó el micrófono y el presupuesto con grandes rendimientos electorales.

Obtuvo ganancias de la democracia para destruirla poco a poco durante su sexenio y de tajo a partir de las propuestas de reforma constitucional que formuterritorio ló el 5 de febrero pasado y que comenzarán a materializarse a partir de hoy o mañana salvo milagro en contrario. El domingo, escuchamos algunas verdades: El alza al salario mínimo, las ganancias de los banqueros, los programas sociales y las remesas. Pero, escuchamos muchas más mentiras: Crecimiento, avances en los sistemas de salud y educación, reducción de delitos, reforestación, fin del huachicoleo, la corrupción, la impunidad y el influyentismo, austeridad republicana, cuidado al medio ambiente, rescate de Pemex, refinerías recuperadas, gas bienestar.

Una de las peores fue la de “no permitir el contubernio entre autoridades y delincuencia” … “eso no lo hemos padecido”.

Él mismo reconoció con sorna algunas de sus mentiras en la mañanera de ayer.

Dijo que mencionar que el de México era un “sistema de salud mejor que el de Dinamarca”, fue para “que hubiera miga,” para que los adversarios tuvieran algo que decir. Fue “plan con maña” reconoció entre risas. Lo mismo ocurrió con su consulta a mano alzada sobre la reforma al Poder Judicial. Le pareció chistoso, hilarante

Las mentiras siguieron hasta el final. Sin ambages y sin risas se refirió a la transparencia y a la libertad de expresión como dos grandes logros. Según él, éstas se cobran vida en la mañanera: “Para garantizar el derecho a la información

y hacer valer la libertad de expresión y de réplica, se instauró una conferencia de prensa, “la mañanera”.

La mañanera tendrá más suerte que el INAI. La primera sobrevivirá al sexenio de López Obrador, el INAI será sepultado.

El mes patrio de este año será recordado no como el mes del inicio de la Independencia sino el de la sumisión, de la sujeción, del sometimiento a la voluntad de un solo hombre y, si Sheinbaum así lo decide, a una sola mujer.

La independencia es el estado de mantenerse libre del control de alguna persona o entidad que todo lo puede. A eso aspira la democracia. Para eso son los contrapesos. Esos que el Plan C quiere eliminar.

En el cierre de su último Informe de Gobierno el Presidente volvió a hablar de la democracia a través de su etimología: Demos = pueblo, cratos = poder.

Lo que tendremos es justo su opuesto. Una “forma de gobierno en la cual la voluntad de una sola persona es la suprema Ley”: Auto que significa por sí mismo y cratos que significa poder. Poder que emana de uno mismo. O, para ser más preciso de la unidad de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial en uno mismo.

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