El legado de AMLO
Ninguna esperanza tenemos los mexicanos de que los capos de la droga se contengan ante la amenaza que les hizo AMLO de acusarlos con sus mamacitas y sus abuelitas.
De política y cosas peores
Ojala a Claudia Sheinbaum le gusten las berenjenas, porque AMLO le va a dejar en herencia un berenjenal. Pocos presidentes como él han terminado su sexenio con tan alto índice de popularidad, pero igualmente pocos han llegado al final de su gestión en medio de tantos problemas y de anarquía tan grande. En su calendario los romanos solían marcar en color negro los días que llamaban nefastos. Con rojo deberíamos los mexicanos señalar los últimos días del mandato -que no del mando- del caudillo de la 4T. Sangrientas han sido estas semanas, y lleno de calamidades el término de su Presidencia. A la señora Sheinbaum le tocará implementar la aberrante reforma judicial, que no tiene pies ni cabeza. Se aprobó con lo primero, y traerá consigo muchos quebraderos de lo segundo. Deberá igualmente la Presidenta enfrentar el poderío de la delincuencia, cuyo dominio se acrecentó en estos malhadados años merced a la errada y pacata política de “abrazos, no balazos”, complaciente -no existe la palabra “compliciente”- actitud de López frente a los criminales, cuya actividad en vastas regiones del País hace nugatoria la presencia del Estado y de las fuerzas armadas. (Me refiero a las de la Nación, no a las de los criminales). Hago en este punto una pausa a fin de consultar qué es eso de “nugatoria”. Define el lexicón de la Academia: “Nugatorio. Que burla la esperanza que se había concebido”. Ninguna esperanza tenemos los mexicanos de que los capos de la droga se contengan ante la amenaza que les hizo AMLO de acusarlos con sus mamacitas y sus abuelitas. Todo indica que el nuevo régimen traerá consigo más de lo mismo. Preparemos, pues, otras cubetas de pintura roja para señalar los días que vienen, seguramente más aciagos que los días que se van. Extraña cosa es la asociación de ideas. El vocablo “cubeta”, o sea tina, me hizo recordar un cuentecillo picaresco. Doña Fecundina era madre ya de 14 hijos. Acudió al médico de la familia: “No quiero tener más”. “Señora -le dijo él en tono de reproche-, he utilizado con usted todos los métodos anticoncepcionales habidos y por haber, y ninguno ha funcionado. O no sigue usted mis indicaciones o su esposo no las obedece, el caso es que cada año traen un nuevo hijo al mundo”. Le suplicó la prolífica mujer: “Por lo que más quiera, doctorcito, hágame una última lucha. No me imagino con un hijo más”. Acotó el galeno: “La verdad no encuentro mucha diferencia entre 14 y 15, pero en fin: Obediente al juramento hipocrático pondré en práctica con usted un último remedio. Pero prométame que esta vez sí seguirá mi recomendación”. Doña Fecundina juró y perjuró que obedecería sus dictados. Le indicó el facultativo: “Ahora mismo vaya a una tlapalería y cómprese una cubeta”. “¿Una cubeta?” -se sorprendió la mujer. “Sí -confirmó el doctor-. Una cubeta grande, de 10 litros. Y fíjese usted bien: Hoy en la noche, ya en la cama, meta usted los dos pies en la cubeta. Y dígale lo que le diga su marido no saque los pies de ahí. Eso evitará que sus piernas se separen, y así no encargará usted ya más familia”. Pasaron unos meses, y cierto día el médico se topó en la calle con doña Fecundina, Mostraba la mujer las evidentes señas de un próspero embarazo. “Pero, señora -le dijo consternado-. ¿Otra vez?”. “Otra vez” -se apenó ella. Inquirió el facultativo: “¿Siguió usted mis indicaciones?”. “Al pie de la letra” -le aseguró ella. “¿Hizo usted lo de la tina?” -le preguntó con asombro el galeno, que no se explicaba el embarazo. “Sí, doctor -afirmó doña Fecundina-. Pero sucedió que en ninguna tlapalería hallé una cubeta de 10 litros, de modo que me compré dos de 5 litros cada una”. FIN.