Presidenta sin palabra
Las acciones, las omisiones y las posturas que ha asumido Claudia Sheinbaum deberían ser motivo de consternación, no de algarabía.
Las acciones, las omisiones y las posturas que ha asumido Claudia Sheinbaum deberían ser motivo de consternación, no de algarabía.
Quisiera poder sumarme a quienes celebran la llegada de la primera mujer a la Presidencia de México. Pero las acciones, las omisiones y las posturas que ha asumido Claudia Sheinbaum deberían ser motivo de consternación, no de algarabía. Ser mujer no es sinónimo de ser demócrata, ser congruente, ser autónoma, o tener una relación verificable con la verdad. Insisto en ello porque entre los legados más tóxicos que deja López Obrador está la normalización de la mentira. Tanto este periódico como El Sabueso de Animal Político han hecho un recuento de las falsedades diseminadas desde la mañanera. Todos los políticos mienten, pero nunca habíamos padecido de manera tan abierta la brecha entre la realidad y los “otros datos”, el abismo entre la falsedad y la fantasía, la grieta entre México existente y el México mágico. Es un mal augurio que Claudia copie una de las prácticas más perniciosas de López Obrador. En aras de la popularidad, sacrifica la confiabilidad.
Como lo demostró en los debates presidenciales, y como lo evidenció en el video/entrevista que ha puesto en sus redes sociales, Sheinbaum parece dispuesta a recorrer el mismo camino mitómano de quien se quedará -de manera indefinida viviendo en Palacio Nacional. El poder mimetizado se está convirtiendo en poder compartido, sin claridad de quién verdaderamente lo ejercerá o cómo. Pero mientras se resuelven las incógnitas sobre si Claudia es víctima o cómplice, hay algo indisputable de sus posicionamientos en tiempos recientes. Ella está dispuesta a mentir de manera tan abierta como lo hace él, y de formas igualmente “sinceras”.
Su Presidencia se avizora como otros seis años performativos, teatrales, tan producidos como “La casa de los famosos”. Con imágenes diseñadas para arrancar lágrimas, con un guión ideado para tocarte el corazón, con una emotividad emanada de “La rosa de Guadalupe”. Incluso ya se ha anunciado que el nuevo formato de las mañaneras incluirá videos informativos producidos por Epigmenio Ibarra, con sólo cinco minutos de preguntas para la Presidenta, al final. El montaje mañanero será tan irreal como la independencia de una mujer, abocada a rendirle pleitesía a un hombre parado en el pedestal. Disciplinada para la lisonjera. Y entrenada para repetir ficciones hasta hacerlas fundacionales.
Que López Obrador es consecuente, cuando su sexenio ha sido el de la contradicción constante. Que la “Cuarta Transformación” es un movimiento fundado en la convicción, cuando el empoderamiento de los Yunes sólo demuestra que nunca ha sido así. Que este Gobierno combate a la oligarquía conservadora, cuando se ha fundido con ella, enriqueciéndola más que nunca. Que las fuerzas armadas son humanistas, cuando han dejado tras de sí 17 años de brutalidad, desde que Felipe Calderón las empoderó. Que AMLO es un juarista y un maderista, cuando ha sido un iliberal, de corte autoritario. Que “es tiempo de mujeres”, cuando los recortes y la indolencia han lastimado a las más pobres. Que el secretario de Hacienda y otros miembros del gabinete han rendido cuentas y han sido transparentes por aparecer en la mañanera, cuando desde ahí ocultan, tergiversan o contradicen los datos más elementales. Al repetir sin cesar lo que le han enseñado a decir, la próxima Presidenta insulta nuestra inteligencia y engaña al pueblo de México.
¿Cómo confiar en la palabra de una mujer que habla del “fortalecimiento económico”, pero sabe que le heredan un déficit fiscal del 5.9% del PIB, un Pemex quebrado, una deuda que no se podrá pagar si México pierde su grado de inversión y el crecimiento más bajo desde Miguel de la Madrid? ¿Cómo creerle a una mujer que niega la militarización de México, pero apoya una reforma constitucional que le permite a las fuerzas armadas mandarse solas? Enlisto sólo algunas de mentiras pronunciadas por la primera mujer que será Presidenta como advertencia sobre ella, pero también como tarea para nosotros. Quienes hacemos periodismo -de investigación o de opinión- tendremos que ser mejores, más fuertes, más valientes y más persistentes que nunca. No repetir o viralizar la mentira, aunque provenga de la boca de una mujer. No normalizar lo anormal, aunque sea popular hacerlo. No sólo repetir lo que Claudia dice, sino explicar lo que significa. Y perennemente confrontar al poder con la verdad, aunque ese poder sea femenino.
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