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Dos de octubre no se olvida

“Lo que queríamos era vivir”. Marcia Gutiérrez, participante del movimiento estudiantil de 1968.

Leo Zuckermann

“Para mí es una obligación el día de hoy, he dicho en otras ocasiones que soy hija del 68, mi madre participó en ese movimiento, era profesora del IPN, ayudaba a los estudiantes, después fue expulsada del IPN por haber participado y nosotros como hijos vivimos todo, yo tenía seis años solamente, fue algo que vivimos, yo fui a visitar a Pablo Gómez a Lecumberri cuando tenía 7 años y es algo con lo que crecimos y fue doloroso”. Claudia Sheinbaum en su primera conferencia de prensa como Presidenta de México.

“Lo que queríamos era vivir”. Marcia Gutiérrez, participante del movimiento estudiantil de 1968.

“Nadie puede arrogarse el ‘68 como suyo. Fue un movimiento colectivo donde todos los que se opusieron activamente en las aulas, en los auditorios, en las plazas, en la calle o en la prensa (líderes, estudiantes, profesores, intelectuales, artistas, periodistas) tuvieron su importancia. Sin embargo, considero que hay tres personajes altamente emblemáticos de la revuelta estudiantil: un rector, un escritor y un poeta: Javier Barros Sierra, José Revueltas y Octavio Paz. El primero, por su defensa a ultranza de la autonomía universitaria contra el presidente más autoritario del México moderno; el segundo, no sólo por sus apuntes de análisis extraordinarios sobre la realidad inmediata, y los cuales se hallan recogidos en su libro México 68: Juventud y Revolución (Era, 1978), sino por su integración a los cincuenta y cuatro años, no como líder o ideólogo, sino como un estudiante más de la Facultad de Filosofía y Letras, y el tercero, por ser el único funcionario con valor civil del gobierno mexicano en atreverse a renunciar y por publicar un año y cinco meses después el libro más brillante de análisis político del ‘68″. Marco Antonio Campos, estudiante de Derecho en 1968.

“Nos salvamos porque corrimos y corrimos. Escuchábamos los balazos detrás y nos escondieron los padres de unos compañeros, allá por la Guerrero, hasta la madrugada del tres”. Adriana Corona, participante del movimiento estudiantil de 1968.

“Si le preguntas a un joven de hoy en qué consistió el 68, nueve sobre diez te dirán que fue una masacre. Muy pocos te podrán decir qué decíamos y cómo lo decíamos. Como si nosotros no hubiéramos estado. Pasábamos por ahí. Y es para salirle al paso a ese ninguneo infame por lo que alguna vez dije que éramos unos cabrones, unos hijos de la chingada. Pero no ‘al igual que el gobierno’ ni mucho menos. No de la manera en la que puede serlo, y lo fue, el gobierno. De ninguna manera. Cabrones e hijos de la chingada como Valentín Campa, Demetrio Vallejo, Víctor Rico Galán y tantos otros revolucionarios recluidos en las ergástulas del reino, y por cuya libertad tomamos la calle. Subversivos, intransigentes e irredentos. Peligrosos, nocivos e intolerables para el gobierno y sus sistemas”. Marcelino Perelló, líder del movimiento estudiantil de 1968.

“Me cargaron al departamento de abajo, donde llevaron a todos los del tercer piso. Ahí les robaron todo y los golpearon. A mí me pusieron en un rincón apartada de la bola y más tarde, en una ambulancia, me llevaron ya con orden de aprehensión a la Cruz Roja de Ejército Nacional. Unos médicos me dijeron que iban a sacarme a los jardines para poder escapar, pero después me amarraron a una cama como santo Cristo, de las piernas y los brazos”. Myrthokleia González, participante del movimiento estudiantil de 1968.

“Cuando el secretario de gobernación, Luis Echeverría, nos ofreció recibirnos ¿no contestamos, en plena euforia, que su invitación, por ser telefónica, no había sido pública y que por ese motivo no asistiríamos? Esa barrabasada (que fue, quizá, el punto de quiebre rumbo al precipicio) sólo se entiende si la vemos como un acto fallido: no queríamos dejar la fiesta y cualquier pretexto era bueno. Pero así convencimos a un gobierno paranoico y autoritario de que estábamos planeando un golpe revolucionario. Algunos, con militancia en la izquierda, habríamos deseado ese golpe y si no lo dimos fue porque no teníamos ni idea de cómo darlo, de cómo armarnos; pero, sobre todo, porque no nos lo habrían permitido los centenares de miles que marchaban por las calles. La prueba es que pocos se armaron, en la década siguiente; pero la inmensa mayoría volvió a su vida cotidiana como después de una gran borrachera”. Luis González de Alba, líder del movimiento estudiantil de 1968.

“Tenemos la responsabilidad de garantizar que se reconozcan los crímenes hace 56 años y por ese motivo el Estado mexicano ofrece una disculpa pública a todas las personas que perdieron un ser querido o fueron víctimas de los crímenes de lesa humanidad de esa noche, hechos como este no pueden volver a repetirse”. Rosa Icela Rodríguez, secretaria de Gobernación, dos de octubre de 2024.