Octavio Pimentel Martínez
A cambio de todo lo que la vida me ha quitado recibo continuos dones que me hacen tener permanentemente en mi vocabulario la palabra “gracias”, aunque se quede corta.
El deseo sensual no refrenado incita a cometer actos impropios. En ardiente arrebato de pasión el acezante novio puso ambas manos sobre las atractivas redondeces posteriores de su dulcinea. La muchacha le dijo: “¡Ay, Afrodisio! ¡Qué feo modo tienes de pedir las cosas!”. En el confesonario el padre Arsilio reprendió, severo, a la mujer: “Sé que le eres infiel a tu marido”. “Señor cura -se justificó ella-. ¿A quién más puedo serle infiel?”. Impredecible dama es doña Vida. Te da una bofetada, y poco después te hace una caricia maternal. No hablaré de los golpes que me ha dado. Todos los hemos sufrido; son parte de la común herencia humana. En esto, lo dijo Manrique en sus dolidas coplas, son iguales los que viven por sus manos y los ricos. A cambio de todo lo que la vida me ha quitado recibo continuos dones que me hacen tener permanentemente en mi vocabulario la palabra “gracias”, aunque se quede corta. ¿Cómo agradecer, por ejemplo, el legado de amor y bien que dejó la amada eterna? ¿O el recuerdo del padre y de la madre ausentes, tan presentes? No alcanzo a dar las gracias por mis hijos y mis nietos, que remedian mi inepcia ante las cosas diarias del vivir y me salvan de la aflicción llamada soledad. Contra esa pena me protege también la compañía de los amigos buenos, lo mismo que el afecto de mis cuatro lectores y lectoras, motivo entre los principales que me impulsan a seguir en el camino a pesar de todos los pesares. Advierto en este punto, sin embargo, que mis palabras van tomando un tono elegíaco o de endecha que no va con los agradecimientos que quiero expresar hoy, y que deben manifestarse con alegría, pues son parte de la felicidad. He aquí que hace 25 años el ingeniero José María Fraustro Siller, entonces excelente rector de la Universidad Autónoma de Coahuila, instituyó un Premio de Periodismo Cultural al cual, sin merecerlo yo, puso mi nombre. Cada año sin faltar ninguno ha sido entregada esa presea, reconocimiento a quienes en los diversos medios de comunicación cumplen la tarea de difundir los bienes de la cultura. El actual rector de la Casa de Estudios, Octavio Pimentel Martínez, presidió una bella ceremonia para celebrar el jubileo, y exaltó la obra universitaria del ingeniero Fraustro y su valiosa labor en el servicio público. Siempre ha tenido para mí deferencias que no alcanzo a agradecer, pero el mayor don que me ha otorgado es el de su amistad. Sirvan estos renglones, pues, para decir otra vez el vocablo que arriba puse: “gracias”, y corresponder, así sea mínimamente, a la distinción que hace un cuarto de siglo me hizo José María Fraustro Siller, quien tanto bien hizo en el campo de la educación y que ahora, como alcalde de Saltillo, ha realizado un trabajo de excelencia y ha fortalecido el prestigio de ciudad culta que caracteriza a mi solar nativo. Reciba igualmente mi agradecimiento el actual rector, ingeniero Pimentel Martínez, quien en el poco tiempo que tiene al frente de la Universidad coahuilense ha dado notable impulso a la institución. Ah, y gracias también a la Señora Vida por los regalos que me sigue haciendo, lo mismo que por las penas que me ha enviado, pues me permiten hermanarme con mi prójimo. La hija de don Josefo Rufínez Chova, maestro de gramática en la escuela del pueblo, regresó a su casa inesperadamente. Le preguntó su madre: “¿Por qué vuelves tan pronto?”. Explicó, llorosa, la muchacha: “Pos es que estoy embarazada”. “¡Ingrata hija! -prorrumpió con enojo don Josefo-. ¿Para eso te enviamos a estudiar en la ciudad? ¿Para que digas ‘pos’?”. FIN.