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¿Te sientes atrapado por que no puedes perdonar?

¿Qué personas de tu vida te falta perdonar?

Juan Tonelli

Los Bosquimanos son unos aborígenes del Sur de África que entre otras cosas, se alimentan de monos. ¿Sabes cómo los cazan?
Buscan un árbol con un tronco grueso, y le hacen un agujero con un orificio de entrada no muy grande, por el que puede entrar una mano. Luego ponen una nuez adentro, se alejan de árbol y se quedan expectantes, hasta que un mono caiga en la trampa.
¿Qué es lo que ocurre?
Cuando ve que los humanos se alejaron, el mono va hasta el árbol, mete su mano en el agujero y agarra la nuez.
El problema es que cuando intenta sacar esa mano, no puede.
Al principio el animal está como desconcertado, como si alguien lo hubiera engañado en su buena fe. ¿Cómo es posible que si pude meter la mano hace un segundo, ahora no pueda sacarla?, debe pensar.
Claro, lo que el mono está omitiendo es que tiene el puño cerrado, apretando la nuez. Y que así, ocupa más espacio y nunca podrá pasar por el agujero en el que ingresó su mano.
A todo esto los Bosquimanos vuelven hacia el árbol, matan al mono con un palo, y se lo comen.
Es bastante similar a lo que nos pasa cada vez que nos quedamos aferrados a nuestros odios y rencores. Al igual que esos monos, podemos no advertir el altísimo costo que pagaremos por no querer soltar, por seguir con el puño cerrado.
El mono no quiere abrir su puño porque eso implicaría perder la nuez, que es su pequeño tesoro. Lo mismo nos pasa a nosotros. Aunque no nos demos cuenta, estamos “orgullosos” de nuestros odios. ¿Orgullosos? Sí. Nos encanta regocijarnos en que tenemos todo el derecho, y casi la responsabilidad de no perdonar a esa persona que tanto daño nos causó.
“Con lo que nos hizo, ¿cómo la voy a perdonar? Tengo toda la razón para seguir enojado con ella…” El tema es que ese pequeño “placer” de no perdonar, de hacerle sentir a alguien que seguimos enojados, que en nuestro corazón hay un secreto anhelo de venganza, nos perjudica más a nosotros que al destinatario de nuestro rencor.
¿Pero entonces me voy a exponer a que me vuelva a lastimar?, me preguntan confrecuencia.
La respuesta es no. Podemos perdonar y sin embargo no volver a exponernos a que nos lastimen. Pero sin odios. Sin secretos deseos de que la otra persona sufra.
Renunciar a desearle el mal. Por el contrario, desearle el bien de todo corazón sin por ello dejar de protegernos, de mantenernos a distancia. Pero soltarlo.
Por más que tengamos razones justificadas y poderosas, el precio que pagamos por no perdonar es altísimo. Destruimos nuestra vida, no la de las personas que nos hicieron daño.
Alguien dijo alguna vez que no perdonar es preparar veneno y en vez de dárselo a quien nos lastimó, beberlo nosotros mismos.
Una antigua leyenda cuenta que Dios se le apareció a un hombre.
- ¿Qué llevas en esa mano?, preguntó Dios.
- Algo que no puedo soltar, dijo la persona que llevaba el puño cerrado, apretado
fuertemente.
- Qué pena, dijo Dios. Pensaba en regalarte algo, pero con el puño cerrado no
puedes recibirlo.
¿Qué personas de tu vida te falta perdonar? No busques muy lejos: Tu pareja, tus padres, tus hermanos, tus hijos, tu jefe, tu compañero de trabajo, algún amigo.
¿Eres consciente del alto precio que estás pagando por negarte a soltarlos?

Juan Tonelli
Relato del libro “Un elefante en la habitación, historias sobre lo que sentimos y
no nos animamos a hablar”. Conferencista.
https://linktr.ee/juan.tonelli

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