En el peor de los casos
¿Qué es lo peor que podría pasar en caso de un triunfo de Trump?
El próximo puede ser un martes negro, en efecto. México y el mundo contemplan con nerviosismo y una fuerte dosis de incertidumbre la posibilidad de que Donald Trump regrese a la Casa Blanca. Los especialistas difieren sobre la magnitud del daño que eso pueda causar a nuestro País, pero todos coinciden en que se trata de una mala noticia.
Considerando que es poco o nada lo que podemos hacer las próximas 48 horas, salvo preocuparnos, sugiero recurrir a una estrategia personal, supongo que de origen familiar, para paliar la espera. Consiste esencialmente en dar por hecho el peor de los escenarios: Si vas en un avión víctima de turbulencias asumir que en los próximos minutos podría desplomarse, entender que muchos han pasado por eso y hacer las pases con ello. Lo mismo con un diagnóstico médico o la inversión en un negocio (si no estás dispuesto a correr con las consecuencias de un fracaso, mejor no intentarlo). Suena un tanto dramático, pero casi invariablemente los desenlaces suelen ser favorables.
¿Qué es lo peor que podría pasar en caso de un triunfo de Trump? Porque, de entrada, habría que entender que hay escenarios menos catastrofistas incluso si gana el candidato naranja. Recordemos que ya estuvimos en esa tesitura (2016-2020). Una sacudida inicial al peso, algunas tormentas ocasionales, pero en esencia nada particularmente drástico. La mayor parte de las amenazas proferidas por aquel candidato improbable no se convirtieron en realidad una vez llegado a la Casa Blanca. Los analistas asumen que en una segunda versión Trump será más dañino, pero nadie sabe cuánto. Asumamos que estará en un punto intermedio de una banda gradiente que va entre lo que fue hace cuatro años y la peor de sus versiones anunciadas estos meses. Si es lo primero, o algo cercano a lo primero, entenderemos que habrá apremios, pero a la postre la libraremos.
Sin embargo, cabe también el otro extremo. Un Trump destructivo, irracional, vengativo y con la fuerza para vencer a los muchos factores de interés, algunos muy poderosos, que favorecen la integración con México. En materia económica lo más preocupante es la guerra tarifaria y, en última instancia, el fin del tratado de libre comercio como lo conocemos. Aquí también hay variantes y eso no significa automáticamente el fin del nearshoring. Trump ha hablado de distintas cuotas tarifarias, en ocasiones hasta del 100% a todo producto que entre a suelo estadounidense, pero también ha hecho distinciones por regiones. En el caso de que aplicara sanciones diferenciales, México podría seguir siendo una buena opción de relocalización. Por ejemplo, una tarifa de 20% a los mexicanos, frente 50% a europeos y 80% a chinos nos mantendría en terreno competitivo para la inversión extranjera. Cabe incluso que, llegado el caso extremo de una guerra tarifaria, en la que el mundo aplicara en represalia un castigo a los productos estadounidenses, para un industrial texano poner la fábrica cruzando la frontera o asociada con empresarios mexicanos podría ser la vía para exportar al resto del planeta.
Preocupa en particular que Trump la emprenda en contra del tratado comercial con México, que será revisado en 2026. Aunque improbable, imaginemos por un momento una vida sin integración económica. Como en los años setenta o, bueno, como hoy viven Brasil o Colombia. Y francamente cuando se observa la evolución en las últimas décadas de países similares al nuestro podemos concluir que no es el fin del mundo imaginar un futuro sin esa integración. Obligaría a un replanteamiento de muchos aspectos de nuestra lógica productiva y comercial, pero a la larga se conseguiría. No pretendo decir que eso es deseable. La vecindad con el mercado de mayor poder adquisitivo del planeta es una enorme ventaja, pero eso no quiere decir que en un caso extremo no podamos vivir sin ella. Después de todo, es la situación en la que vive “el resto del mundo”.
El tema migratorio también es explosivo. Hasta que deja de serlo. Primero, porque como ya lo vimos en Italia, donde la hoy presidenta llegó al poder gracias a una campaña en contra de la mano de obra extranjera, en la práctica ha doblado las manos frente a la realidad económica que la exige de una u otra forma. Y, por lo demás, la hostil actitud de Trump frente a la migración durante su primer período redujo el paso de los flujos procedentes de Latinoamérica, que volvieron a aumentar con el regreso de los demócratas. Unas por otras.
¿Riesgo de que cumpla la amenaza de considerar a los cárteles como organizaciones terroristas y, por ende, abrir la posibilidad a operaciones punitivas intervencionistas? ¿Un misil impactando en un rancho de Badiraguato? ¿Un comando clandestino secuestrando a un capo en Tamaulipas? En el peor de los casos un show efectista de Trump para cumplir su palabra de macho alfa. En una de esas, la atención y recursos dedicados al tema permite por fin que las autoridades estadounidenses realmente se involucren en el combate al tráfico de armas y al control de flujos financieros de la economía del crimen organizado.
En suma, muchas cosas perjudiciales pueden pasar como consecuencia de lo que suceda este martes. Pero ninguna de ellas derivará en catástrofes insondables ni tragedias griegas (y dicho sea de paso, Grecia misma demuestra que ninguna penuria es eterna: Tras una crisis terrible en la última década, lleva tres años creciendo a tasas que hoy envidia el resto de Europa). Dicho lo anterior, podremos sobrevivir a la espera de lo que suceda este próximo martes. Y, en una de esas, las noticias podrían ser bastante mejores, para bien de todos.
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