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El alma estadounidense, a examen

Más allá de lo que suceda en las urnas, un cálculo parece tristemente inevitable: Si Donald Trump pierde, no aceptará su derrota.

León Krauze

EPICENTRO

Es imposible prever a ciencia cierta qué va a ocurrir mañana en Estados Unidos en la elección más importante de su historia moderna. Las encuestas en los estados clave están dentro del margen de error. Aun así, hay señales.

La campaña de Kamala Harris tiene confianza de que los pocos votantes indecisos que aún quedaban se están inclinando por ella en los últimos días. Los anima el final caótico de la campaña presidencial de Donald Trump, que incluyó momentos de franca inestabilidad cognitiva y desplantes vulgares y racistas particularmente perniciosos con sectores importantes del electorado, como el voto puertorriqueño en Pensilvania. La campaña de Harris también ve con optimismo lo que parece ser el entusiasmo de participación de las mujeres, que favorecen a la candidata demócrata de manera abrumadora en las encuestas. Si Harris gana la elección, será por el respaldo histórico de las mujeres.

Por su parte, la campaña de Trump apuesta al apoyo de hombres jóvenes menos propensos a votar para apuntalar una coalición mayormente masculina que, junto con el entusiasmo de votantes sin educación universitaria, lleven a Trump de regreso a la Casa Blanca. ¿Cuál de estos dos cálculos se verá reivindicado? Es imposible saberlo.

Cuando usted, querido lector, siga la elección mañana, ponga los ojos en siete estados clave: Arizona, Nevada, Georgia, Carolina del Sur, Wisconsin, Michigan y, sobre todo, Pensilvania. Para Kamala Harris, el camino a la Presidencia pasa por esos últimos tres estados en el llamado “cinturón del óxido”. De esos, ninguno es más importante que Pensilvania. Si Harris logra mantener los tres estados que Hillary Clinton perdió en el 2016 y Biden recuperó en el 2020, tendrá el triunfo asegurado. Pero si Trump logra arrebatarle al menos uno, el camino de los demócratas a la Presidencia se estrecharía considerablemente.

Más allá de lo que suceda en las urnas, un cálculo parece tristemente inevitable: Si Donald Trump pierde, no aceptará su derrota. No sólo eso. Sus asesores más radicales -entre los que destaca Steve Bannon, un auténtico Rasputín- le han recomendado a Trump que se declare ganador temprano la noche del martes. Si lo hace, y los resultados después no favorecen a Trump, Estados Unidos enfrentará horas muy inciertas. La patraña del fraude electoral del 2020 ha calado hondo entre un porcentaje considerable de republicanos. Varios grupos están preparados desde ahora para tratar de descalificar la elección, tanto de manera formal como en la percepción pública.

En ese sentido, Donald Trump ha establecido un movimiento muy similar a la mitología que rodea y sigue rodeando a Andrés Manuel López Obrador: Desde el ego lastimado de un político derrotado en las urnas, el mito de un fraude inexistente impulsa un agravio injusto que polariza e irrita a la sociedad. El problema es que en Estados Unidos hay 500 millones de armas en las calles y la sombra de la violencia política es una realidad ominosa.

Trump prefiere coquetear con incendiar el país que reconocer su derrota. Fracaso que sería, por cierto, su cuarto descalabro electoral consecutivo como figura central del Partido Republicano, después de malos resultados en las elecciones de medio término de 2018 y 2022, además de la derrota en la Presidencial del 2020. Si Trump no logra digerir el repudio del electorado y opta por incendiar el país, el Partido Republicano tendrá que hacerse cargo de su monstruo. Líderes republicanos en el congreso, que han estado muy lejos de la templanza y valentía que los tiempos necesitan, tendrían que poner un alto al negacionismo electoral que amenazaría con fracturar al país. Es poco probable que lo hagan.

Los republicanos han claudicado moralmente desde hace tiempo frente a una figura impresentable. De ser así, a Estados Unidos le esperan meses de inestabilidad. Aun así, ese escenario es preferible a un triunfo de Donald Trump, cuya crueldad, desequilibrio, vulgaridad y retórica violenta e irresponsable han llevado a Estados Unidos al borde de la confrontación social. Del lado de Trump están oligarcas corporativos y cleptócratas autoritarios. Ojalá el electorado estadounidense dé una muestra de decencia y altura moral el día de mañana. El futuro del mundo depende de ello.

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