¿Por qué nos cuesta tanto decir que no?
¿Por qué tantas veces decimos que sí cuando querríamos decir que no? ¿No sería más fácil nuestra vida si lo hiciéramos?
Cuentan que una vez un vecino tocó el timbre de su casa y le dijo:
-“Nasruddín, ¿podrías prestarme una soga?”.
-“No puedo, la estoy usando”.
El vecino se sorprendió por la respuesta, porque podía ver la soga tirada en el medio del patio, sin uso alguno.
Indignado, le dijo:
-“¡Pero si la estoy viendo ahí tirada en medio del patio!”
-“Ese es su uso”, contestó Nasruddín, dando por terminada la conversación.
Nasruddín es un personaje legendario de la literatura de Medio Oriente, célebre por sus anécdotas llenas de sabiduría y humor.
Cuando conocí esta historia me maravillé. Qué placer poder contestar que no, simplemente porque no queremos.
Desconozco el vínculo entre estos vecinos, pero lo central me parece que es el hecho de no sentirnos obligados a hacer algo que no deseamos.
¿Por qué tantas veces decimos que sí cuando querríamos decir que no? ¿No sería más fácil nuestra vida si lo hiciéramos? ¿No nos evitaríamos algunos problemas de salud, incluso graves, al dejar de traicionarnos a nosotros mismos?
Al indagar por qué tenemos tanto miedo al rechazo, la ciencia encuentra razones diversas, que van desde malas experiencias que pudimos haber vivido en la infancia y nos marcaron, hasta raíces antropológicas.
El primer caso es bastante obvio: Si cuando éramos niños había mucha presión para ser correctos, perfectos, buenos, como nuestros padres querían… es probable que esa adaptación, o deformación, nos acompañe el resto de la vida. A menos que trabajemos bastante para modificarla.
A su vez, diversas investigaciones vienen comprendiendo que nuestro pánico a ser rechazados tiene raíces biológicas. Nuestra especie, como cualquier otra, sabe que estar aislado es sinónimo de vulnerabilidad y mayor riesgo de sucumbir a los predadores. Estar dentro de una manada, más allá que hoy parezca vulgar y hasta estúpido, tiene un sentido: Tener mayores chances de sobrevivir.
Entonces, ¿cómo poner en riesgo nuestra supervivencia, aislándonos de compañeros que llegado el caso podrían venir a rescatarnos?
Por estas razones y algunas más, no es fácil decir que no.
Lo interesante es que otras investigaciones muestran que no hacerlo es perjudicial para nuestra salud. Lenta pero contundentemente, la ciencia viene observando que muchas enfermedades están muy relacionadas con el carácter de ciertas personas que les cuesta mucho decir que no, o expresar lo que sienten, y que viven “traicionándose” a sí mismas. Para no incomodar al otro, aceptan vivir incómodas ellas mismas.
“Me pasé tan ocupado en cumplir con los demás, que no me quedó tiempo ni energía para cumplir conmigo mismo”, me dijo una vez una persona.
-“¿Y qué hubieras querido hacer?”, le pregunté.
-“La verdad es que ni siquiera lo sé”.
Su respuesta me resultó desoladora. No sólo no puede hacer lo que desea, sino que ni siquiera se puede ocupar de averiguar qué es. Tantos años, décadas, pendiente de agradar a los demás, que no sabe ni qué quiere.
Por eso, un paso central en nuestras vidas es ser capaces de empezar a decir que no. Dejar de sentirnos obligados a decir que sí a todo. Si decir que no nos resulta un abismo porque creemos que no tenemos margen de defraudar al otro, es hora de darnos cuenta de que esa actitud no es gratis. Traicionarnos a nosotros mismos nos enferma. Y obviamente no estoy hablando de no ser solidario ni dejar de ayudar a personas que lo necesitan, porque todo eso es positivo para nuestras vidas. Sólo me refiero a dejar de sentirnos obligados a actuar así.
¿Y tú? ¿Tienes margen para decir que no? ¿Tienes margen para cumplir con tú mismo? ¿Conoces qué es lo que deseas para tu vida?
CV: Autor de “Un elefante en la habitación”, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar. Conferencista.
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