El PAN no da una
Los viejos panistas, todos ya fuera del partido, suspiran por aquellas épocas en que fueron una oposición testimonial al régimen priista.
JUEGOS DE PODER
Los viejos panistas, todos ya fuera del partido, suspiran por aquellas épocas en que fueron una oposición testimonial al régimen priista. Añoran los tiempos en que un pequeño grupo de ciudadanos, con mucha convicción ideológica, se enfrentó al poderoso aparato de un partido hegemónico. Recuerdan grandes nombres de polemistas que participaban en debates memorables. Ese panismo como de apostolado donde militantes heroicos trataban de convencer a un puñado de votantes.
No fue esa oposición testimonial la que los hizo llegar al poder. Lo que fortaleció al panismo a finales del siglo pasado fue, por un lado, una postura pragmática de negociación con los gobiernos priistas y, por el otro, la llegada de un líder carismático. Me refiero a Vicente Fox, un cuadro al estilo de los empresarios conocidos como los “bárbaros del Norte” que se integraron al PAN después de las crisis económicas de los ochenta.
Los panistas de cepa, a los que todavía les tocó vivir el apostolado, nunca quisieron a los nuevos liderazgos que veían como advenedizos oportunistas. Pero fueron éstos los que hicieron crecer al PAN, tanto en el Norte como en el Bajío. Fox de panista tenía solo su credencial. Nunca le importó el partido y, durante su gestión como Presidente, el PAN se caracterizó por luchas internas que terminaron en la designación de Felipe Calderón como candidato Presidencial, un cuadro que venía del apostolado.
Fox ganó las elecciones presidenciales del 2000 con 16 millones de votos. Seis años después, aunque Calderón triunfó, el PAN consiguió un millón de votos menos. Desde entonces, los panistas no han dado una. Todo ha sido una ruta hacia abajo.
A pesar de la militancia activa de Calderón, las luchas internas del PAN se agudizaron. Para ese entonces, el partido se había llenado de los típicos políticos oportunistas que lo único que les importaba era el poder. El resultado fue funesto. En 2012, el PAN se fue al tercer lugar en la elección Presidencial ya con sólo 12.7 millones de votos.
La decadencia se profundizó desde entonces. El partido perdió identidad, aliándose al nuevo presidente, el priista Enrique Peña, para sacar adelante una agenda legislativa que retomaba mucha de sus causas, pero que lo desdibujó por completo como partido opositor. En 2018, ya con Fox y Calderón purgados, el PAN se alió con MC y PRD. Consiguieron 12.6 millones de votos en la elección Presidencial con un candidato, Ricardo Anaya, que resultó muy divisivo para los propios panistas.
La decadencia continuó. El PAN, en una estrategia ya de franca sobrevivencia, unió fuerzas con su adversario de toda la vida: El PRI. Este año presentaron una candidata en común, Xóchitl Gálvez, quien consiguió 9.1 millones de votos por medio del PAN.
Acción Nacional nunca hizo una reflexión interna (ningún partido la hace externa) de por qué perdieron un millón de votos de 2000 a 2006. Tampoco de por qué perdieron en 2012, 2018 y 2024. De los 16 millones que sacó Fox a principios del siglo, hoy quedan solo nueve, mientras que el padrón electoral creció de sesenta a cien millones de electores en estos 24 años.
Desde 2000, en que el PAN tuvo su mejor elección con Fox, todo ha sido para abajo. Una decadencia gradual y sostenida.
Pero, con todo y todo, el PAN hoy sigue siendo el principal partido opositor de este País. Un País al que ha regresado la hegemonía de un partido, en este caso de Morena.
Este fin de semana, el PAN eligió a su nuevo dirigente nacional: Jorge Romero. Se trata de un militante del partido que ha venido escalando puestos. El típico apparátchik.
SU RETO ES ENORME
Para empezar, el PAN ha perdido su identidad. En el camino del pragmatismo electoral, su ideología se ha diluido. A veces su discurso es liberal, a veces conservador, dependiendo el tema.
Luego está la mala imagen que tienen en el electorado. López Obrador, y ahora Sheinbaum, se han encargado de apalear a los panistas por presuntos actos de corrupción, incluyendo uno que involucra directamente a Romero. Me refiero al “cártel inmobiliario”, un supuesto asunto de tráfico de influencias y sobornos en una de las alcaldías más panistas del País, Benito Juárez de la Ciudad de México.
Y, para finalizar, está la falta de liderazgos nacionales que le den presencia al partido en los múltiples debates que están ocurriendo en el País. Mientras que en el morenismo sobran figuras nacionales, en el PAN no destaca voz alguna. Sin identidad, con mala imagen y sin liderazgos nacionales, será muy difícil que paren la hemorragia de votos que comenzó hace 18 años.
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