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¿Valores o bolsillo?

Los demócratas perdieron y la repartición de culpas ha empezado. Quizás la lección más importante para los demócratas sea que una campaña basada en valores no gana una elección.

Genaro  Lozano

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Donald Trump se acaba de anotar uno de los más formidables comebacks políticos en la historia de EU. No solamente volvió a ganar la Presidencia, sino que su empuje le dio al Partido Republicano mayorías en el Congreso. Por primera vez en 20 años, un republicano ganó tanto el voto popular como el electoral y gobernará con mayorías legislativas. La victoria de Trump es una verdadera indigestión para los demócratas y un duro golpe de realidad que podría obligar a replantear la manera en la que los demócratas se han conducido electoralmente a lo largo del siglo 21.

Es cierto que el triunfo de Trump no es tan abultado. De hecho, en el conteo final la diferencia del voto popular será máximo de apenas 2 puntos porcentuales y Trump no llegará a los 81 millones de votos que tuvo Biden en 2020, pero por estrecha que haya sido la victoria republicana sí es una derrota que se antoja dolorosa para los demócratas y para las causas progresistas porque la narrativa se va de nuevo a la derecha y lo hará más en el terreno legislativo. La polarización seguirá siendo la nota del día y será nuevamente alimentada desde la Presidencia con Trump.

Los demócratas perdieron y la repartición de culpas ha empezado. Quizás la lección más importante para los demócratas sea que una campaña basada en valores no gana una elección. Lo que gana es una campaña basada en los bolsillos. Esa fue la lección de Bill Clinton en los 90 cuando le ganó la Presidencia a George Bush, con más del 80% de popularidad, con un mensaje muy sencillo y claro: “Es la economía, estúpidos”. Eso debe resonar muy fuertemente en el postmortem demócrata del 2024.

Los demócratas eran originalmente el partido de los trabajadores, el partido de las clases medias y desde que empezó este siglo han perdido la brújula. Los ocho años de la Presidencia de George W. Bush, basados en la guerra contra el terrorismo y en los valores conservadores, hicieron que Barack Obama abanderara fuertemente la narrativa de las causas progresistas. Si Bush quería una enmienda constitucional para prohibir el matrimonio entre parejas del mismo sexo, Obama abrazaría narrativamente el “Love is Love”, pero dejaría a las cortes la resolución.

Si Samuel Huntington escribía sobre los latinos y su poca asimilación, mientras que los republicanos abogaban por más controles fronterizos, Obama y los demócratas prometían una reforma migratoria, pero deportaban como nunca. Los demócratas quisieron ser un partido de valores progresistas, pero con un manejo tibio de los temas y desoyendo a su base electoral original.

Los demócratas se convirtieron en un partido identitario. Han abrazado todas las causas progresistas de los años 60. Son el partido que defiende el derecho a decidir. El partido que abrazó al feminismo liberal y la lucha contra la violencia de género. El partido que entendió que lo personal es político y que el Estado tiene un rol activo en ello. El partido que defiende el matrimonio entre personas del mismo sexo y la identidad de género. Son el partido de los derechos civiles de los afroamericanos y el que entiende mejor al Black Lives Matter.

Sin embargo, son el partido que sigue con el apoyo de los líderes sindicales, pero que dejó de entender cómo hablar a los trabajadores de las plantas automotrices. El partido que desdeña con soberbia los reclamos de quienes no perciben en sus bolsillos que la economía está mejor con Biden.

La campaña de Kamala estuvo basada principalmente en la defensa de la democracia, en el riesgo del autoritarismo, en la defensa del aborto. Ninguno de esos valores movilizó el voto masivamente por los demócratas ni en Wisconsin, Pensilvania y Michigan, los tres estados en los que fincaban la victoria. Tras esta debacle, los demócratas deben encontrar cómo seguir defendiendo las identidades trans, sin asustar al electorado, y recuperar a la clase media trabajadora con un nuevo relevo de liderazgos. Tienen 2 años para la próxima elección.

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