El Buen Fin
El Buen Fin llegó para quedarse, y sin él no podría concebirse ya esta temporada del año.
DE POLÍTICA Y COSAS PEORES
“Oigo ruidos en el closet”. Eso le dijo el celoso marido a su nerviosa cónyuge. Arguyó la mujer: “Ha de ser el eco”. Se colocó el esposo ante la puerta del susodicho closet e hizo: “Ah”. Y el eco: “Ah”. Luego: “Eh”. Y el eco: “Eh”. En seguida dijo el señor: “Constitucionalísimamente”. Y el eco: “¿Qué?”. A pesar de su mala vista este amigo mío ve al consumismo con muy buenos ojos. Afirma que es el motor que mueve a la economía, la cual a su vez mueve al mundo. Aplaude a aquella dama que en un centro comercial le propuso a la amiga que la acompañaba: “Vamos a tomarnos un cafecito, Clarabel, mientras se enfrían las tarjetas”. Dice mi amigo que personas como ella hacen con sus compras que se mantenga el aparato productivo, y por tanto que haya empleos, y que quienes reciben sus salarios compren a su vez, lo cual genera un círculo virtuoso que al romperse causaría un crack semejante al que en el año 29 del pasado siglo sacudió los cimientos de los Estados Unidos, con grandes pérdidas no sólo de dinero sino también de vidas, por los muchos infelices que se arrojaron al vacío desde las ventanas de los rascacielos tras conocer su ruina. Para ilustrar el caso véase la magnífica película “Esplendor en la hierba” (1961), con Natalie Wood y debut cinematográfico de un joven artista que luego se convertiría en estrella: Warren Beatty; dirección de Elia Kazan y guion de William Inge, quien también escribió “Picnic”, donde actuó una bellísima pero gélida Kim Novak, y “Bus stop” con una hermosísima y ardiente Marilyn Monroe. Pero advierto que llevado por mis aficiones de cinéfilo me he apartado del tema que trataba. Vuelvo a él. He vivido épocas de consumismo, cuando los señores andaban durante años con su mismo traje, y las damas con su mismo vestido, porque no había dinero para comprar otros. En nuestro tiempo, afortunadamente, la gente compra, y eso significa que la gente vende, que la gente produce, que la gente trabaja, que la gente gana un salario que le permite comprar y a otros les permite vender, producir, trabajar, ganar dinero y gastarlo, y así sucesivamente. Freud decía que el sexo es la fuerza que mueve al mundo, aunque algunos ya no empujemos. Se equivocaba. Quien acertó fue Marx, quien sostuvo que en el fondo de todas las cosas, aún de las que parecen más espirituales, está la economía. Lo económico forma la estructura; todo lo demás es superestructura. Confirma su tesis, y el error de Freud, el hecho comprobado de que el principal motivo de los divorcios no está en la cama, sino en la mesa, vale decir que no obedece a causas relacionadas con el sexo, sino con el dinero. Pues bien: Cada año se lleva a cabo en nuestro País una promoción comercial, el Buen Fin, de gran beneficio tanto para los vendedores como para los compradores. Constituye un importante impulso para la economía. Así, el Buen Fin llegó para quedarse, y sin él no podría concebirse ya esta temporada del año. Me es grato decir que la idea germinal de ese proyecto fue de un saltillense, Jorge Dávila Flores, quien cuando estuvo al frente de la Confederación Nacional de Cámaras de Comercio, Servicios y Turismo estableció el Buen Fin, lo cual fue un buen principio para algo que no tendrá final. Brillante alumno y gran jugador de futbol americano en el Ateneo Fuente de Saltillo, después gran profesionista, empresario de éxito y siempre empeñoso luchador por las buenas causas de la comunidad, Jorge Dávila Flores enorgullece a Saltillo y a Coahuila. Su obra sigue favoreciendo a México, y permanecerá como una valiosa y duradera aportación al bien de los mexicanos. FIN.
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