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Rezo al T-MEC

Nuestro País está en la mira y el Gobierno de Claudia Sheinbaum no debe minimizar el riesgo, o creer que con datos y argumentos contendrá al bravucón del Beltway.

Denise Dresser

Donald Trump regresa reloaded, desinhibido, con menos constricciones y más poder. Para él, ganar el voto popular, el Colegio Electoral y con apoyos crecientes entre todos los grupos demográficos no representa sólo una victoria electoral; constituye un mandato radical. Y lo empujará sin contenciones, sin respeto a la legalidad, sin las restricciones que enfrentó en su primera Presidencia, cuando republicanos moderados lograron maniatarlo. Ahora tendrá un gabinete repleto de aduladores y agachados, leales y lambiscones. Con ellos regresa a hacer realidad una agenda xenófoba, antiinmigrante, aislacionista y anti-México. Nuestro País está en la mira y el Gobierno de Claudia Sheinbaum no debe minimizar el riesgo, o creer que con datos y argumentos contendrá al bravucón del Beltway.

Sería ingenuo creer que el Gobierno actual puede resucitar el pacto que López Obrador estableció con Trump y con Biden. Aquel acuerdo, basado en militarización fronteriza a cambio de no intervención estadounidense, está muerto. Ya no será suficiente que México persiga migrantes o frene caravanas, porque la relación bilateral se ha complicado. México fue un tema central de la campaña presidencial de Trump, y será un tema medular en su segunda Presidencia. Ahora las drogas, la delincuencia y las dentelladas que México le ha dado al T-MEC son los temas que el trumpismo se dedicará a exponenciar. Y el bully sin batientes los mezclará una y otra vez, amenazando con garrotes para ver cuántas zanahorias logra obtener a cambio. Presionará para obtener concesiones; intimidará para doblegar y debilitar y declararse vencedor del mano a mano con México.

Lo ha advertido un artículo de la revista Rolling Stone. En el círculo cercano del Presidente pugilista, se habla de una “invasión suave” a México vía ataques selectos a los cabecillas de los cárteles. Se habla de ataques con drones y operativos de secuestro como el llevado a cabo con el “Mayo” Zambada. El zar fronterizo, Tom Holman, y el asesor antimigración, Stephen Miller, ya están organizando operativos de deportación. Ya están construyendo centros de detención. Ya están pensando cómo explotar lo que vendrá: Políticamente, electoralmente, comercialmente. Trump ha nombrado a personajes conocidos por su dureza negociadora y su ambivalencia sobre el T-MEC, por la puerta de atrás que le abre a China en América del Norte. Y mientras Claudia Sheinbaum escribe una carta, y sostiene una conversación con resultados poco claros, Justin Trudeau cena en Mar-A-Lago, donde probablemente se mostró dispuesto a sacrificar a México, para mejorar la postura de Canadá.

El Gobierno de Sheinbaum no está preparado para lo que enfrentará, que no se encara con la diplomacia epistolar o con una llamada telefónica o con una confiscación simbólica de productos chinos en el centro. A Trump no le bastará la política performativa ni los mensajes mañaneros ni los argumentos razonables que ella redactó. Ojalá que la Presidenta comprenda lo que le pasaría al País y a su Gobierno si nos expulsaran del T-MEC. Si México perdiera el principal motor de crecimiento, y el mayor componente del PIB. Si volviéramos a formar parte del turbulento vecindario latinoamericano y no fuéramos parte del pujante vecindario norteamericano. Sería catastrófico y cancelaría de tajo la posibilidad de impulsar el desarrollo innovador e incluyente. Sería el fin de México como potencia manufacturera y exportadora. Entrañaría la extinción de la oportunidad del “nearshoring” y del “friendshoring”. Por eso, la prioridad debe ser salvar al T-MEC.

Esa meta tendría que perseguirse con un plan polifacético, capaz de transitar por ámbitos que Trump ha entrelazado. La supervivencia del sueño norteamericano depende de que México combata la corrupción en las aduanas, controladas por militares que permiten la entrada ilegal de productos chinos. Depende de la capacidad gubernamental para enfrentar la fabricación de fentanilo y la expansión territorial del crimen organizado. Depende de la voluntad mexicana para forjar alianzas con sectores clave en Estados Unidos. Depende de que la 4T sea capaz de arreglar su propia casa, la que demuele con cada institución autónoma que desaparece, con cada regla del tratado comercial que viola, con cada acto antidemocrático que lleva a cabo. El T-MEC bien vale una misa, y es momento de que el Gobierno haga más que ponerse a rezar.