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Navidad es renovarse

En el espíritu de la Navidad encontramos el trascendente significado del nacimiento. Nos evoca en cada etapa de la vida la oportunidad de renacer.

Carlos  Dumois

El valor de la vida no se agota en lo que hemos logrado, sigue en lo que somos capaces de iniciar. En el espíritu de la Navidad encontramos el trascendente significado del nacimiento. Nos evoca en cada etapa de la vida la oportunidad de renacer. El escritor argentino Lisandro Prieto nos habla de este simbolismo y nos hace reflexionar.

Esta ocasión, celebrada cada año, nos cuestiona si estamos dispuestos a renovarnos, a reescribir nuestra historia, a redescubrir nuestra vocación. Nos invita a mirar hacia nuestro interior y evaluar si el sentido que le estamos dando a nuestra vida amerita un rediseño de fondo.

La Navidad, pues, se torna en un momento adecuado para pensar si lo que hacemos día a día nos lleva por nuestro mejor camino. Se nos presenta la posibilidad de volver a configurar nuestra vida, partiendo de una revisión de nuestras querencias, de un reacomodo de nuestras prioridades, de un sentido actualizado de nuestra existencia.

El reinicio de la aventura de vivir es la propuesta del Nacimiento en su sentido más genuino. Independientemente de nuestras fallas y limitaciones, siempre existe la opción de restablecer nuestro equilibrio, de acercarnos a lo trascendental, de recuperar la paz, de armonizar con quienes nos rodean, de perdonarnos y perdonar.

Así como cada niño, que llega al mundo sin antecedentes ni prejuicios, cada uno de nosotros somos invitados cada año, cada día, a hacernos dueños de nuestra vida y proyectarla hacia un mar de posibilidades a futuro.

“El nacimiento, visto desde esta óptica, puede interpretarse como la apertura a un futuro incierto, cargado de posibilidades que, lejos de ser predecibles, nos desafían a crear, a decidir, a tomar parte activa en la configuración de nuestro ser”, afirma Lisandro.

Cada vez que nacemos surge una nueva historia, se inicia una nueva intervención en el mundo. En la debilidad de aquella forma de nacer se cimenta su fortaleza. Hoy, en un entorno donde predomina el egoísmo y el brillo personal, la oportunidad de nacer y renacer se traduce en una constante evolución. Este es el poder oculto tras la precariedad del niño en el pesebre; que tiene el potencial de cambiar la historia.

No estamos hablando solamente del momento mismo de nacer, sino del poder que siempre tenemos las personas de crear algo nuevo, de generar algo disruptivo. La natalidad en este sentido se convierte en un espacio de transformación discontinuo que tiene la intención de impactar al mundo, porque tiene las posibilidades de hacerlo.

El nacimiento de Jesús en un establo se nos representa como una imagen de nuestra potencia de transformación. Podemos cambiar gran parte de cuanto somos, si elegimos hacerlo. Pero seamos honestos, partimos de nuestra fragilidad, de nuestra vulnerabilidad.

Esta humildad como punto de partida nos recuerda lo pequeños que somos, pero también nos motiva a pensar en todo lo que podemos crecer y cambiar, en todo lo que está allá afuera esperándonos, que podemos hacer y mejorar. También nos ubica en el valor de lo diminuto, ante un mundo que aclama lo exitoso y lo monumental.

En esta Humanidad que cada vez se muestra más orientada hacia el progreso económico y el poder sociopolítico, la Navidad nos ofrece la oportunidad de desconectarnos de las presiones de la sociedad y volvernos hacia lo más relevante.

La fragilidad y humildad del nacimiento nos enseñan que las cosas más importantes de la vida no están en las grandes hazañas financieras o profesionales, sino en los detalles de consideración, en los delicados actos de amor y en la dedicación a los demás y a nosotros mismos.

Este tipo de renovación podemos procurarla cada año, basada en cambios profundos interiores y en valores más trascendentes. Toca preguntarnos en estos días: ¿Qué hemos de abandonar para progresar? ¿Qué necesitamos dejar atrás para poder avanzar? ¿Cómo podemos renacer en nuestra forma de ser y vivir?

Renovemos nuestros proyectos, prioridades y metas, nuestros afectos y relaciones, nuestra esperanza y nuestra fe. Renovemos, sobre todo, nuestra alegría de vivir y nuestro proyecto de vida.

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