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Reconocimiento en Monterrey

Monterrey me ha dado afectos para mi alma y pan para mi mesa.

. Catón

Este jueves di mi última conferencia del año. Quiera el Misterio que no sea la última de los años. En los días anteriores estuve en Tlaxcala, Oaxaca y Cancún. Cerré con broche de oro, si me es permitido usar esa expresión inédita, pues fui invitado a hablar ante el Cabildo de la Muy Noble y Leal Ciudad de Monterrey. Si hiciera la relación de los dones que he recibido de los generosos regiomontanos llenaría más tomos de tomo y lomo que los que tiene la Enciclopedia Espasa. Monterrey me ha dado afectos para mi alma y pan para mi mesa. Soy hombre de palabras, de ellas vivo, pero no las tendría en suficiente cantidad para agradecer los bienes que me ha prodigado la capital nuevoleonesa. Uno de ellos, entre los más recientes y apreciados, fue ese privilegio, el de compartir la ocasión con el alcalde Adrián de la Garza, elegido y reelegido por sus conciudadanos, que de ese modo reconocieron su vocación de servicio y la entrega y dedicación que ha mostrado siempre en la búsqueda del bien de su comunidad. Me impresionó y me agradó sobremanera ver en quienes forman el Cabildo regio a un grupo de mujeres y hombres que por encima de diferencias partidistas ponen el interés de la ciudad a la que representan. Esa armonía y esa labor de equipo hacen que Monterrey siga siendo ejemplo nacional y conserve el prestigio de ciudad laboriosa que ha tenido siempre. Agradezco la presentación que hizo de mí el secretario del Ayuntamiento, César Garza Villarreal, a quien considero el mejor orador político de México, antes alcalde de Apodaca, persona de calidad humana excepcional. Igualmente doy las gracias a Leopoldo Espinosa Benavides, colega cronista, por su presencia en la ocasión. Fue él quien primero me llevó a perorar en la Ciudad de México, cuando apenas empezaba yo mi carrera -mis carreras- de juglar. Una amistad como la de él enriquece la vida de quien la disfruta. Reitero mi agradecimiento a Adrián de la Garza por la invitación que me hizo, pero sobre todo por la empeñosa labor que junto con el Cabildo y con sus colaboradores está llevando a cabo. Monterrey tiene un excelente alcalde. Al decir eso los regios no me dejarán mentir, si me es permitido usar otra expresión inédita. Don Cucoldo y su esposa fueron a consultar a una adivina. Los acompañó un compadre de ellos. La adivinadora vio su bola de cristal y vaticinó: “Uno de ustedes se va a sacar el premio mayor de la lotería. Y veo que la persona que recibirá ese dinero tiene un lunar en la nalga izquierda”. “¡Ah! -exclamó con entusiasmo el compadre-. ¡Felicidades, comadrita!”. “No salgo con mujeres porque padezco un grave problema sexual”. Eso declaró un hombre joven en la barra del conocido Bar Ahúnda. Alguien se interesó: “¿Qué problema es ése?”. Dijo el tipo: “No tengo dinero”. Don Martiriano le preguntó a su esposa: “¿Crees que soy pend…?”. “Claro que no, mi vida -contestó doña Jodoncia-. Pero ¿qué puede mi humilde opinión frente a la de todo el mundo?”. Culminó el trance de erotismo en la habitación número 210 del Motel Kamawa. Dijo ella: “Estoy arrepentida. No supe lo que hacía”. Replicó él: “Pues para no saber lo que hacías lo hiciste bastante bien”. Don Algón, salaz ejecutivo, le regaló un finísimo abrigo a Pompilia Tetonier, vedette de moda, pues aspiraba a gozar de sus encantos. “Muchas gracias -le dijo ella-. Este abrigo lo mantendrá calientito durante todo el invierno”. La desposada salió del templo donde se casó. Vio en el atrio a un sujeto, fue hacia él, se levantó el vestido y le mostró las pompas. Le dijo a su sorprendido maridito: “No te enojes, mi vida. Fue mi antiguo novio, y quise que viera de lo que se perdió”. FIN.

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