Humor dominical
En el campo coahuilense se puede ver todavía al halcón llamado “papalotero”...Esa especie de falcónidos está en vías de extinción, lo mismo que la democracia en México).
De política y cosas peores
Noche de bodas. El novio dejó caer la bata de popelina verde con elefantitos rojos que su mamá le había confeccionado para la ocasión, y por primera vez se mostró au naturel ante su desposada. Lo vio ella, especialmente en la región más pertinente al caso, y dijo: “Ahora ya no me preocupará tener las bubis tan pequeñas”. Doña Gorgolota le contó a una amiga: “Mi marido salió de la casa y no ha regresado. Llevo días buscándolo sin encontrarlo”. Le preguntó la amiga: “¿Ya lo reportaste a la Policía?”. “No -contestó doña Gorgolota-. Ellos sí lo encuentran”. El reverendo Rocko Fages, pastor de la iglesia de la Quinta Venida (no confundir con la iglesia de la Quinta Avenida, que permite el adulterio a sus feligreses a condición de que estén al corriente en el pago de sus aportaciones), pronunció un sermón en el cual habló con detenimiento del pecado, el demonio y el infierno. Había notado que cuando trataba esos temas el monto de las limosnas crecía considerablemente. Al término de la predicación se dirigió a uno de los feligreses y le preguntó, severo. “Hermano: ¿te preocupa el fin del mundo?”. “No, reverendo -contestó el interrogado-. Lo que me preocupa es el fin de la quincena”. Doña Clarina tiene lengua vespertina, como dijo una comadre suya por decir que tiene lengua viperina. Cierto día se hizo de razones -de sinrazones más bien- con un vecino suyo, y lo motejó con pesias e inris de gran sonoridad. Uno de esos dicterios escoció mucho al tal vecino, y denunció por injurias a la rijosa fémina. El juez de barrio hizo comparecer a doña Clarina, y en presencia del ofendido le manifestó: “El señor aquí presente se queja de que usted le dijo que tiene cara de nalga”. Volteó la acusada a ver a su acusador y respondió: “No recuerdo habérselo dicho, pero de que la tiene la tiene”. Don Cucoldo llegó a su casa en hora inusitada y halló a su esposa en el lecho conyugal sin ropa alguna y respirando con singular agitación. Al punto se aplicó a buscar al posible cómplice de la mujer en aquel indebido acto de fornicio. Miró abajo de la cama y dijo: “Aquí no hay nadie”. Apartó el cortinaje de la pared y repitió lo mismo: “Aquí no hay nadie”. Abrió la puerta del clóset. Ahí estaba un sujeto en pelotier, si me es permitido el uso de esa expresión plebea. Tenía en la mano una pistola Smith y Wesson de cañón largo como la que usaba Clint Eastwood en las películas de Harry el Sucio. Con ella le apuntó a don Cucoldo. Y dijo el celoso marido al tiempo que volvía a cerrar la puerta del clóset: “Aquí tampoco hay nadie”. La acongojada viuda lloraba desconsoladamente en el velatorio de su esposo. Dijo entre sus lágrimas: “Fue un marido ejemplar. En todos los años que estuvimos casados jamás salió de la casa por la noche”. En eso entró a la funeraria una mujer acompañada por seis niños que eran el vivo retrato del difunto. “¡Jod…! -exclamó la viuda sin reparar en la solemnidad de la ocasión-. ¡El méndigo me salió diurno!”. Doña Panoplia le hizo un comentario de orden íntimo a su amiga Gules. Le dijo: “En el momento del acto del amor a mi marido le papalotean las orejas”. “¡Mira! -exclamó doña Gules-. ¡Yo pensé que era mi imaginación!”. (El verbo “papalotear”, del náhuatl papalotl, mariposa, significa imitar el aleteo de las aves o las mariposas. En el campo coahuilense se puede ver todavía al halcón llamado “papalotero”, capaz de suspenderse en el aire, en el mismo sitio, con el movimiento de sus alas, esperando el momento de lanzarse sobre la presa que ha divisado ya en el suelo. Esa especie de falcónidos está en vías de extinción, lo mismo que la democracia en México). FIN.
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