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Elon Musk, el vicepresidente

De mantenerse la influencia y alcance de Musk dentro del Gobierno, Estados Unidos podría dirigirse a una disrupción mayúscula.

León Krauze

Epicentro

En Estados Unidos hay un vicepresidente en ciernes que parece más poderoso e influyente que el Presidente. No sería la primera vez. Aunque es muy inusual, hay algún antecedente. Dick Cheney tuvo mayor injerencia que George W. Bush en la política exterior estadounidense, sobre todo después de los ataques del 11 de septiembre. La gente que votó por Bush seguramente no sospechaba que en realidad estaba votando por Cheney. El asunto ahora es que el vicepresidente todopoderoso no es J.D. Vance, el vicepresidente formal de Donald Trump. El verdadero poder detrás del trono es otra persona, que nunca estuvo ni ha estado en boleta alguna: Elon Musk.

En la transición que culminará a mediados de enero, ninguna figura del círculo cercano a Trump ha tenido el acceso y la injerencia que ha tenido Musk. Diversos reportes sugieren que Musk palomeó nombramientos del equipo trumpista, empezando por Vance, que es una creación política de Musk y otro tecno-político de gran influencia: Peter Thiel. Musk es tan cercano a Trump que incluso lo ha convencido de otorgarle una nueva dependencia gubernamental, el flamante “departamento para la eficiencia gubernamental” en el que Musk se encargará, junto con Vivek Ramaswamy, ex candidato presidencial republicano, otro millonario de ideas similares y discípulo de la escuela Thiel, de analizar a detalle el gasto gubernamental para, dicen, eliminar dispendios.

Cualquier duda sobre la influencia de Musk se disipó la semana pasada, cuando Musk emitió en público su veredicto sobre el paquete de gastos que evitaría el cierre del Gobierno estadounidense, paquete acordado, por cierto, por los propios congresistas republicanos. A Musk le pareció un despropósito y así lo hizo saber en su red social, Twitter. No sólo eso: Musk advirtió a los legisladores que aprobaran el paquete que, de hacerlo, podrían perder su escaño en el Congreso. Aterrados, los republicanos echaron marcha atrás. No querían correr el riesgo de hacer rabiar al vicepresidente Musk.

El senador Bernie Sanders reaccionó a la muestra de poder de Musk. “Elon Musk, el hombre más rico del mundo, está amenazando con desbancar a funcionarios electos si no siguen sus órdenes”, publicó Sanders. “¿Somos una democracia todavía o ya nos hemos movido a una oligarquía autoritaria?”.

De mantenerse la influencia y alcance de Musk dentro del Gobierno, Estados Unidos podría dirigirse a una disrupción mayúscula. Musk insiste que sus intenciones son positivas. Pero, para desgracia de Estados Unidos, el camino al infierno está lleno de individuos de intenciones disruptivas supuestamente virtuosas que se convierte en máquinas de acumulación y abuso de poder. No es un experimento que funcione. Rara vez la concentración de poder de una sola persona deriva en mayores libertades y oportunidades para la mayoría, mucho menos si esa persona no es un funcionario electo y, peor todavía, si tiene intereses financieros personales que defender. Eso se llama oligarquía, y ya sabemos dónde termina.

Aun así, vale la pena un breve matiz. Musk no es un oligarca cualquiera. Ya es el hombre más rico del mundo. Aunque siempre se puede acumular mayor fortuna, a Musk no parece moverlo necesariamente la misma ambición de capitalismo salvaje que impulsó, por ejemplo, a la cleptocracia rusa, encabezada por el multimillonario Vladimir Putin. Es posible que el poder de Musk no derive en corrupción para él o su círculo. También es posible que la presencia de Musk rompa inercias y parálisis que, sin un sismo disruptivo como el que pretende, habrían permanecido intactas. La biografía de Musk en el sector privado está llena de notables éxitos de disrupción creativa en industrias que, sin él, no habrían crecido: Automóviles eléctricos, energías sustentables, comunicación satelital, transporte espacial.

¿Qué ocurre si Musk logra aplicar a la burocracia estadounidense ese mismo dinamismo de disrupción? Pensemos, por ejemplo, en la NASA. Una de las metas manifiestas de Musk es llegar a Marte. Es muy probable que, junto a Trump, busque sacudir la estructura de la agencia espacial. Si lo logra, podría impulsar un nuevo salto para la exploración humana.

Por desgracia, hay otro escenario evidente (y mucho más frecuente, en la lista de antecedentes), Musk podría aprovechar su influencia para generar un tremendo conflicto de interés, desplazar a sus competidores del sector privado (como Blue Origin, de Jeff Bezos) para crear un monopolio alrededor de su empresa y su persona. Esto es lo que han hecho incontables oligarcas cercanos al poder. El vicepresidente Musk dice que él será diferente. En una de esas nos sorprende.

Queridos lectores, con esta reflexión me despido de este 2024. Esta columna vuelve en enero, no sin antes desearles un gran fin de año y un favorable comienzo del siguiente.

León Krauze

X: @LeonKrauze

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