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La paradoja del erizo: Entre la soledad y el deseo de intimidad

Demasiado lejos, reina la soledad; demasiado cerca, el dolor.

Juan Tonelli

Historias demasiado humanas

En una fría noche de invierno, dos erizos buscan calor acercándose uno al otro. Sin embargo, sus púas los hieren al estar demasiado cerca, y al alejarse, el frío los invade. Así repiten el ciclo una y otra vez hasta encontrar una distancia que les permita compartir calor sin lastimarse. Este es el conocido dilema del erizo, una metáfora que Arthur Schopenhauer usó para ilustrar la complejidad de las relaciones humanas.

A primera vista, parecería que el cuento tiene un final feliz: Los erizos encuentran la distancia justa. Sin embargo, el filósofo alemán, conocido como “el filósofo del pesimismo”, no compartía este optimismo. Para Schopenhauer, esa distancia nunca sería completamente satisfactoria.

Aunque permita cierto confort, siempre dejará una insatisfacción latente: Demasiado lejos, reina la soledad; demasiado cerca, el dolor. En su visión, la naturaleza humana está condenada a vivir atrapada en este dilema, donde cualquier relación está impregnada de incertidumbre y riesgo y por lo tanto, nunca puede ser totalmente plena o feliz.

Cuando no hay un hombre en mi vida, me siento vacía y sola, pero al estar con alguien, me siento asfixiada”, confiesa Clara, una joven que ha vivido en carne propia el vaivén de este dilema existencial. Su lucha interna refleja cómo las relaciones oscilan entre la necesidad de conexión y el miedo a perderse en el otro. ¿Te suena conocido?

Por su parte, Carlos, a sus 48 años, me confiesa abatido: “Deseo con toda mi alma estar con alguien, pero tengo pánico de que me haga sufrir, como ya lo viví otras veces. Mi miedo termina pudiendo más que mis ganas. Y acá estoy, en la mitad de mi vida, sintiéndome solo, con la autoestima cada vez más por el suelo”.

Este testimonio da cuenta de cómo el temor al daño puede volverse una barrera que impide incluso intentarlo.

Por otro lado, me pregunto: ¿Cómo sabemos si la distancia que mantenemos con los demás es la adecuada? ¿Es el miedo a ser heridos el único obstáculo, o hay algo más profundo en juego? ¿Qué pasa con las relaciones en las que ya nos hemos acercado demasiado o hemos causado daño?

¿Hay salida al dilema? Mientras Schopenhauer veía este conflicto como una condena, Elizabeth Gilbert, autora de “Comer, Rezar, Amar”, ofrece un enfoque más esperanzador.

Según ella, la clave está en desarrollar nuestro propio “calor interior”, es decir, en aprender a depender menos emocionalmente de los demás. Este equilibrio interno permite acercarnos sin miedo al rechazo o al daño, cultivando relaciones más saludables y auténticas.

Al fin y al cabo, es probable que el dilema del erizo no tenga una solución definitiva, pero nos invita a reflexionar: ¿Cuánto estamos dispuestos a arriesgar para acercarnos a los demás?

Aunque vivir con las púas de otros no sea fácil, también es lo que nos permite crecer y experimentar el calor de la conexión humana. También cabe preguntarnos ¿Y si fuera yo el erizo?, ¿qué podría hacer para no lastimar a quienes intentan acercarse?

Y tal vez ahí reside el verdadero aprendizaje: Abrazar la ambivalencia de las relaciones, con sus luces y sombras, es parte del desafío y el regalo de estar vivos.

La pregunta sigue abierta: ¿Será Schopenhauer quien tenga la última palabra? ¿Seremos capaces, como dice Gilbert, de desarrollar nuestro propio calor interno, de modo de no sentir frío en la soledad ni incendiarnos en la intimidad?

Quizás, al aceptar nuestras imperfecciones y límites, podamos encontrar en ese equilibrio imperfecto la posibilidad de algo más cercano a la plenitud.

Juan Tonelli

Autor de “Un elefante en la habitación”, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar. Conferencista.

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