Las cicatrices invisibles que tenemos
Todos cargamos cicatrices invisibles, esas inseguridades o deseos insatisfechos que proyectamos en el mundo
Hace poco leí el testimonio de una mujer de 39 años que describía cómo un repentino deseo de maternidad se convirtió en una obsesión. En su relato, sentía que todo a su alrededor la juzgaba: Las mujeres embarazadas en la calle la miraban con lástima, los bebés hacían muecas cuando ella se acercaba, y todo en la sala de espera del ginecólogo parecía decirle que estaba incompleta. El mundo, según su percepción, conspiraba para señalarle lo que no tenía.
Pero ¿era realmente así? Su historia me recordó al “experimento de las cicatrices”. En este estudio un grupo de mujeres se fue maquillado para simular cicatrices en el rostro antes de asistir a entrevistas de trabajo. Sin embargo, con la excusa de hacerles un último retoque, los maquilladores borraron esas cicatrices sin que ellas lo supieran. Tras las entrevistas, muchas reportaron discriminación y actitudes condescendientes por parte de los entrevistadores. Pero la verdad era otra: No había cicatriz alguna.
Lo que ocurrió en ambos casos tiene un nombre: Procesamiento predictivo. Este fenómeno describe cómo nuestras expectativas influyen en la forma en que percibimos el mundo. Para estas mujeres, el temor a ser juzgadas por su apariencia configuró su experiencia, llevándolas a detectar signos de rechazo donde probablemente no los había. En el caso de esta mujer deseosa de ser madre, su expectativa de recibir lástima la hizo interpretar el entorno como un recordatorio constante de lo que sentía que le faltaba.
Todos cargamos cicatrices invisibles, esas inseguridades o deseos insatisfechos que proyectamos en el mundo. Sentimos que las miradas nos atraviesan y que las acciones de los demás son reflejo de nuestras heridas. Sin embargo, ¿y si el problema no está afuera, sino dentro de nosotros?
Este fenómeno no sólo aplica a deseos insatisfechos, como en el caso de la maternidad, sino también a heridas emocionales de todo tipo: Un corazón roto, el miedo al rechazo, o incluso la inseguridad sobre nuestras capacidades. Estas cicatrices internas se convierten en lentes a través de los cuales interpretamos el mundo. Y a menudo, estas lentes distorsionan la realidad, llevándonos a ver enemigos donde no los hay o a sentir rechazo donde quizá sólo hay neutralidad.
Y me pregunto: ¿Podemos hacer algo para cambiar esa percepción? No se trata de ignorar el deseo legítimo de algo que anhelamos profundamente ni de minimizar los retos reales que enfrentamos. Pero sí es importante reconocer cuánto de nuestra experiencia es moldeada por nuestras expectativas. Así como el “experimento de las cicatrices” demuestra que sólo vemos lo que buscamos, también debería ser posible redirigir nuestra atención hacia lo que queremos construir y no sólo hacia lo que nos falta o tememos perder.
Es un acto de valentía mirarnos al espejo y reconocer esas cicatrices invisibles. Requiere introspección, y con frecuencia, la ayuda de otros para comprender que las barreras que percibimos en el exterior podrían ser nuestras propias barreras internas. También es importante darnos permiso para imaginar un futuro distinto, uno donde nuestras heridas no definan nuestra visión del mundo, sino que sean un recordatorio de nuestra capacidad de sanación y crecimiento.
Esto no significa ignorar nuestras emociones o pretender que el dolor no existe. Al contrario, se trata de validarlo, de aceptarlo, pero también de no dejar que se convierta en la única narrativa que guía nuestra vida. Al final del día, todos somos responsables de las historias que elegimos contar sobre nosotros mismos y sobre el mundo que nos rodea. Y esas historias tienen el poder de transformar nuestra percepción y, en consecuencia, nuestra realidad.
El “experimento de las cicatrices” nos enseña una lección poderosa: Las cicatrices que creemos que otros ven a menudo sólo existen en nuestra mente. Pero también nos da esperanza, porque si podemos reconocer este mecanismo, también podemos desactivarlo. Podemos elegir mirar al mundo con ojos de escasez o de posibilidad. Quizá las cicatrices sean recordatorios de nuestra capacidad para imaginar algo mejor. Quizá sean la evidencia de que, aunque hemos sido heridos, también hemos sanado.
En este proceso, no estamos solos. ¿Quién no lleva tatuada en el cuerpo o en el alma alguna herida? Lo bueno es que tenemos la capacidad de transformar esas marcas en enseñanzas y en motivos para crecer.
CV: Autor de “Un elefante en la habitación”, historias sobre lo que sentimos y no nos animamos a hablar. Conferencista.