Reconstruir mejor
Las autocracias electorales pueden ser longevas, pero no son eternas.
México también tuvo su Notre Dame. Todos vimos arder lo construido por generaciones de mexicanos que desafiaron el sistema de partido hegemónico. Algunos habían esquivado las balas disparadas en Tlatelolco, otros enfrentaron el halconazo y la represión de Estado, miles denunciaron el “fraude patriótico” de 1985 y “la caída del sistema” de 1988. La derecha y la izquierda participaron en la edificación de un sistema electoral independiente y confiable.
Millones votaron en las primeras elecciones libres y limpias en 1997 y finalmente sacaron al PRI de Los Pinos en el año 2000. Luego, a partir de la llegada del morenismo al poder, todo eso ardió. El centro gravitacional de la deficitaria democracia mexicana quedó hecho cenizas. Plumas de humo emanaron de Palacio Nacional, se esparcieron sobre el Congreso, han llegado incluso al INE.
Entre los vítores de la “mayoría electoral”, apenas alcanza a vislumbrarse lo que se perdió en el fuego. El significado de haber hecho leña con el inmobiliario cívico. Nuestra transición fue endeble, injusta e inacabada, pero forjó lazos comunes en cada casilla donde un ciudadano fue capacitado para contar votos.
En cada petición al INAI que permitió evidenciar las fallas de Gobierno tras Gobierno. En cada amparo otorgado con una visión garantista de los derechos humanos. Entre la podredumbre de los partidos y la rotación sexenal de élites impunes durante los últimos 30 años, hubo instancias de belleza, de logros que hubieran sido inimaginables para quienes crecimos en el país de un solo jabón, un solo chocolate, una sola televisora y un solo partido.
¿Qué dice de nosotros la votación mayoritaria para restablecer una autocracia votada? ¿Por qué fue tan fácil incendiar el andamiaje institucional sin mayor resistencia civil? ¿Cómo explicar el conformismo con las canalladas, la complicidad con la narcocriminalidad, el sometimiento de los nuevos siervos al servicio del sistema? ¿Cómo entender la ausencia de una factura política endosada a quienes mal mane jaron la pandemia produciendo millones de muertes innecesarias? ¿Cómo descifrar el apoyo sin miramientos a los detonadores del desabasto, a los despilfarradores de recursos en obras inservibles e insolventes, a los productores de la quiebra de Pemex, a los manufactureros de las mentiras mañaneras? ¿A quienes usan los abusos del pasado para justificar los abusos del presente? ¿Cómo juzgará el largo arco de lahistoria a quienes tiraron la colilla de un cigarro en nuestro Notre Dame? La reconstrucción puede tomar décadas y no será fácil. Tomará tiempo detectar las grietas y las cloacas y las fosas y el hollín que esconde el Palacio Potemkin que AMLO le heredó a la Presidenta actual. Pero la ebullición en las calles a lo largo del mundo lo constata.
Las autocracias electorales pueden ser longevas, pero no son eternas. En cualquier momento, un chispazo impredecible convoca al orgullo, a la identidad nacional por encima de la lealtad tribal. El Prian cayó por sus corruptelas, por su canibalismo, por sus contradicciones. A Morena le ocurrirá lo mismo aunque hoy parezca imposible imaginarlo.
Reconstruir nuestro Notre Dame y hacerlo mejor requerirá resiliencia y resistencia, imaginación y organización, pasar la antorcha y que otras generaciones la recojan. Requerirá recordar el significado real de la democracia, la importancia de larendición de cuentas, el valor de la transparencia, el reconocimiento de la diferencia entre clientelas electorales y ciudadanía autónoma.
Exigirá explicar la tarea para delante a los que vienen atrás: Reconstruir mejor. Rechazar el elitismo, el clasismo, el racismo, el machismo, el militarismo, el patrimonialismo, el clientelismo y todos los “ismos” que han cuarteado las columnas de nuestra catedral común. Hoy Notre Dame manda el mensaje simbólico de que las calamidades pueden ser superadas. Algunas cosas buenas y ciertas sobreviven y perduran.
A futuro, el Notre Dame mexicano tendrá que ser el palacio de la población; un sistema democrático forjado sobre la inclusión y la libertad; la representación y la equidad. Tomará seis o doce o 18 años. Todos los que sean necesarios para refundar la República sobre las ruinas que Morena deja dondequiera que encamina sus pretensiones piromaniacas. Ahí nos encontraremos, con clavos, martillos, escaleras, pintura, pinceles y cinceles. Aquí nadie se rinde.
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